El autor que hace tres años dinamitó la escena literaria francesa con un libro obsceno, provocador, lúcido y genial -Las partículas elementales, en Anagrama- publica en Acuarela su primer libro de poemas. Adjunto texto aparecido en "El Cultural"
Renacimiento
Michel Houellebecq
Trad. Abel H. Pozuelo y Altair Díez. Acuarela. Madrid, 2002. 121 págs, 7’75 euros
Para la mayoría, Houellebecq es, sobre todo, el autor de una novela, Las partículas elementales (1998) que supuso su consagración, dentro y fuera de Francia. Sin embargo, antes Houellebecq había publicado varios singulares libros de poemas. Renacimiento, posterior (1999) es el primero que se publica en español. Nada tiene que ver el título con la época así llamada, sino con el sentido original de la palabra, volver a nacer, un no tan oculto deseo del pesimista autor, para el hombre y para el mundo. En una entrevista de 1995 Houellebecq dijo: “En tanto que permanezcamos en una visión mecanicista e individualista del mundo, iremos a la muerte”.
Aunque por edad no le corresponde, diríamos que Michel Houellebecq, como poeta, parece un representante sabio de lo que se llamó Generación X. Sus poemas –que pueden representar múltiples voces, aunque se note un camino autoral– presentan escenas cotidianas donde se describe y reflexiona sobre un mundo de bienestar anodino y de profundas insatisfacciones y desencuentros. “El núcleo del mal de existir” (título de un poema) bien podría haber titulado el libro, hasta el final desesperanzado y casi habituado (con belleza) a esa cotidiana desesperanza. Algunos versos, entresacados a propósito: “No respeto al hombre: no obstante, lo envidio”. “De vez en cuando hacemos el amor,/nuestros cuerpos están cansados. El cielo está vacío”. “Busco un mundo donde la gente viva”. “La vida se conoce poco y permanecemos cautivos/de nociones mal resueltas”. Sólo en los poemas finales (y más concreto en el final, sin título) Houellebecq parece ver –si no hubiese ironía– en lo más simple de la cotidianeidad y de la pareja, una esperanza de estabilidad, cuando antes –anchamente– mezcló desesperación sensata, nihilismo y escenas de cotidiano sinsentido. Una poesía que retorna al más actual existencialismo, a la angustia de tantos, con un detalle (que en francés ya usó Genet y que no ha sido infrecuente en poetas actuales) pues en la mayoría de sus poemas Houellebecq usa estrofas clásicas y rima, lo que nada resta al tono desasosegado y meditativo-coloquial de esos poe-mas. Los traductores al español nos avisan de ello en una nota final, pero optan por apenas tenerlo en cuenta. Logran una más que digna traducción, pero quizá debieran haberse esforzado (sin rima, pero con asonancias) en mantener lo que hace más peculiar la poesía de nuestro francés. Por lo demás, afirmar que ese otro camino era más difícil, también me parece obvio.
Luis Antonio de Villena