Aquí les dejo parte de una novela que estoy escribiendo y que actualmente la he dejado por otros proyectos. Espero que les guste y me digan que opinan.
Importante: esta historia es ficción y no se basa en ningún hecho real. Tal vez pueda herir susceptibilidad de algunos usuarios, no tanto por las escenas que se describen sino por el tema; se sugiere precaución. No quiero tener problemas con los moderadores y menos, y más importante, hacer algún daño. Sin embargo he decidido colgarlo porque pienso que cualquier tema que esté escrito bien o mal, pero que no quiera ofender a nadie se puede publicar en cualquier lado, claro que esté para ello.
Nos estamos posteando IntroducciónEl jefe de seguridad de Spatha Inc seguía debajo del escritorio cuando sonó el teléfono.
Eduardo Guerrero, que así se llamaba el jefe de los guardias, sabía que en la otra línea se encontraba el presidente de Spatha Inc, Stephen Hopkins, porque habían coordinado la llamada a esa hora.
Guerrero comenzó a salir de debajo del escritorio lentamente.
Milagrosamente el teléfono se encontraba intacto, y eso que la oficina recibió cientos de balazos. El ataque de los criminales fue brutal.
Antes de levantar el auricular, Guerrero suspiró. Aún no encontraba las palabras adecuadas para decirle a su jefe que la hija de éste había sido secuestrada.
Capítulo 1Luego de la Segunda Guerra Mundial Religiosa, Oasis se volvió uno de los países más poderosos. Su capital, Larcio, se convirtió en el centro financiero a nivel global. Además, allí se instalaron las impresas más importantes como Spatha Inc.
Stephen Hopkins, el presidente de Spatha Inc, era uno de los hombres más ricos de Oasis, y por lo tanto del mundo.
Como todos los meses, había viajado por temas de negocios a los países de la región. Generalmente se iba los fines de semana y regresaba una semana después. Mientras estaba fuera, el encargado de cuidar a su única hija, Evelyn, era Guerrero.
Hopkins tenía por costumbre llamar a su casa antes de tomar el vuelo de regreso. Cuando telefoneó aquel día no podía dejar de pensar que algo anda mal; lo presentía en cada fibra de su ser.
Después de hablar con Eduardo Guerrero, Hopkins comenzó a llamar a sus contactos para tratar de agilizar el rescate y también a los medios de comunicación. No quería hacer de su desgracia un circo.
En un principio, las grandes empresas de comunicación decidieron no trasmitir la noticia del secuestro de Evelyn, no obstante cuando los medios alternativos se hicieron eco de la noticia, las corporaciones más importantes no tuvieron otro remedio que empezar a emitir informes.
Cuando Stephen Hopkins llegó a Larcio, una veintena de periodistas lo aguardaban en el aeropuerto más importante de la capital. Además de la prensa, se hizo presente el jefe de policía de Larcio, Pedro Correa acompañado por un ejército de uniformados.
Ya estoy aquí, pensó Stephen Hopkins cuando los periodistas empezaron a bombardearlo con preguntas.
Capítulo 2Evelyn Hopkins aún seguía encerrado en el maletero del sedán de los secuestradores. Le habían puesto una mordaza además de esposarla. El auto iba a toda velocidad. Manejando se encontraba el jefe del grupo, aunque Evelyn no lo sabía.
Siguiendo el sedán había una furgoneta negra. Los secuestradores parecían relajados; después de todo, la misión había sido un éxito. Tenían a Evelyn y ellos no habían sufrido ninguna baja.
Las AK 47 robadas a un convoy militar sirvieron de mucho, pensó el jefe del grupo mirando su fusil de asalto por el retrovisor.
A pesar de su corta edad (el jefe del grupo se secuestradores no superaba los veinte años), había sufrido mucho.
Si bien Oasis era un país democrático, con un presidente elegido por el pueblo, mucho de los ciudadanos sufrían de una enorme pobreza.
Cuando era pequeño, sus padres decidieron emigrar a la nación vecina más cercana; nunca regresaron. El jefe de los secuestradores comenzó así un largo peregrinaje por diferentes orfanatos.
En las diferentes casas adoptivas comenzó a gestarse dentro de sí un odio irracional contra los que él consideraba los responsables de la desaparición de sus padres: la clase política y empresarial.
Ahora, acababa de dar el primer paso para que su mayor sueño se convirtiera en realidad.
El jefe de los secuestradores había admitido que Evelyn Hopkins era una muchacha muy bella; tenía la misma edad aproximadamente que el secuestrador. El cabello de Evelyn era largo y rubio, y sus ojos castaños. Podría haber pasado como modelo. Tal vez Evelyn y yo podríamos conocernos íntimamente, pensó el jefe de los secuestradores.
El sedán y la furgoneta seguían avanzando a gran velocidad por la carretera principal de Larcio. Dejaron atrás el centro más importante y se internaron en la llamada periferia, en donde vivían los trabajadores menos afortunados.
Para la denominada Operación Evelyn, los secuestradores de la hija de Stephen Hopkins se apoderaron de una fábrica de enlatados clausurada y algo derruida.
Cuando los secuestradores llegaron a su nuevo escondite, un grupo de compañeros los estaba esperando con el desayuno listo: cerveza, café y pasta.
Al igual que los que traían a Evelyn, los secuestradores vestían pantalones y chamarras negras.
El jefe de los secuestradores fue el encargado de llevar a Evelyn al interior de la fábrica. La joven estaba temblando y para empeorar las cosas lo primero que vio fue el rostro de un mimo, aunque tardó unos segundo en darse cuenta de que se trataba de una máscara. El secuestrador, además usaba un gorro de lana negro que le tapaba las orejas. Las manos las tenía cubierta con guantes de cuero negro.
El secuestrador le quitó la mordaza a Evelyn.
—¿Quién es usted? —preguntó Evelyn.
—Puedes llamarme comandante Fernando —indicó el secuestrador empujando a Evelyn por el camino de asfalto.
—¿En dónde estamos? —preguntó la joven acostumbrándose al sol de la mañana.
—En tu nuevo hogar. Claro que no es de lujo, como a los que estás acostumbrada.
—¿Qué quieren? Mi padre tiene mucho dinero, él podría…
—No me insultes, quieres.
Evelyn comenzó a devorar con la mirada cada rincón del paisaje. La fábrica parecía una caja hecha de ladrillos, con ventanas grandes a pocos centímetros del techo, una puerta y un portón. La secuestrada también vio una enorme chimenea de ladrillo. Una valla electrificada rodeaba el perímetro. A pocos metros se erguía una pequeña casa, que lo único que quedaba era dos paredes.
Cuando se acercó a la fábrica, Evelyn vio que las ventanas habían sido tapiadas con nylon negro.
El camino de asfalto estaba lleno de pozos y en el terreno crecían yuyos y flores silvestres; el césped estaba crecido.
—Si no desean dinero, ¿qué quieren? —preguntó Evelyn mirando el rostro sin vida del comandante Fernando.
—Queremos saber la verdad. Ahora, cállate —indicó el secuestrador.
Evelyn estaba desconcertada. No por el secuestro, sino por otro sentimiento extraño que no sabía definir.
Si bien Evelyn no podía ver el rostro del comandante Fernando, pudo notar que la ropa cubría un cuerpo fuerte y poderoso. Además, el comandante Fernando era dos cabezas más alto que la joven, y eso que Evelyn era alta.
La puerta de la fábrica, según lo que pudo ver Evelyn, se encontraba cerrada con tres enormes candados. En el portón, había dos guardias que usaban el mismo traje que el comandante Fernando pero en vez de máscaras usaban pasamontañas de lana negros.
En las películas, a los secuestradores les ponían una venda en los ojos, sin embargo no era su caso. No me ponen una venda porque me matarán… No, no pienses esas cosas Evelyn…
Lo único que quedaba de la antigua fábrica en su interior eran unas enormes cajas de cartón con el nombre de la empresa de enlatados en una esquina. Pero lo primero que vio Evelyn al entrar fue un lienzo. Sobre la superficie alguien había pintado una serpiente enroscada sobre sí misma. En vez de cola, la serpiente tenía una hoja de doble filo. Los ojos del animal eran dos granos de arroz dorados. Su lengua de color negro parecía ser tan larga como su cabeza.
No puede ser, son ellos, pensó Evelyn. La joven sintió que su vida se iba por un túnel oscuro y tenebroso.
—¿Asustada? —preguntó el comandante Fenando.
—Yo, por favor… —comenzó a decir Evelyn, su voz se había quebrado.
El comandante Fernando rió.
—Mi padre tiene mucho dinero —repitió, desesperada, la hija de Stephen Hopkins.
El jefe de los secuestradores dejó de reír.
—He dicho que no me insultes.
Dentro de la fábrica había cinco guerrilleros. De sus pechos colgaban AK 47, además todos usaban chalecos antibalas.
Sin decir palabra, el comandante Fernando condujo a Evelyn hasta un cuarto ubicando en un entrepiso. Allí había otro guerrillero. En el medio de la habitación alguien colocó una silla de madera.
El comandante Fernando hizo una seña con la mano que Evelyn no vio. El otro guerrillero, obedeciendo la orden que le dio su superior, se acercó y con el fusil de ataque guió a Evelyn hasta la silla. La joven, temblando, se sentó en donde le indicaron. El guerrillero que estaba esperando en el cuarto fue el encargado de atar a la joven; la ató a las piernas a las patas y los brazos detrás del respaldo de la silla.
El comandante Fernando bajó las escaleras. Tenía una reunión con sus compañeros, además de enviar un mensaje al padre de Evelyn y a todo Oasis.
(...)