Ruina en Portugal

TERESA RICOU. CERCA DE LOS 70. DIRECTORA DE LA COMPAÑÍA DE TEATRO CHAPITÔ
«Lisboa es una bella prostituta sin compromiso social»
MARCOS HORTA. 24 AÑOS. POLICÍA NACIONAL
«Cada día hay más robos y disturbios. La crisis se nota ahí»
JOAN CAMPS. 18 AÑOS EN PORTUGAL COMO DIRECTOR DE VARIAS EMPRESAS
«Aún hay oportunidades. El sector privado es competitivo»
RAFAELA CARDOSO. 33 AÑOS. ABOGADA FISCALISTA
«El 20% de mis amigos está en el paro y un 40% en el extranjero»
MARÍA ÇELENTI. 66 AÑOS. PENSIONISTA
«En mi calle ha cerrado todo. La miseria nos come día a día»
PAOLO SANTANA 44 AÑOS. DE LA CONSTRUCCIÓN A LIMPIAR LOS BAÑOS PÚBLICOS
«Dentro de poco nos vamos a matar por cinco euros»
JOAO RAFAEL GOMES. 42 AÑOS. BECADO UNIVERSITARIO
«Con la burbuja la gente se hipotecó mucho y ahora está mal»
euros es el salario mínimo. Trabajan de media 400 horas más al año que un alemán y les han vuelto a estirar la jornada semanal hasta las 40 horas. El IVA está en el 23%.
Portugal es una casa en ruinas que se mantiene en pie gracias al fútbol. El turismo también ayuda lo suyo: los 800.000 franceses que, por ejemplo, se bañaron en sus playas el pasado verano han animado más de lo esperado la encogida economía lusa. El dato saltaba el otro día en el intermedio de la versión nacional de 'Gran Hermano', con ardiente 'edredoning' incluido. Pero es el balón lo que calienta el corazón de los portugueses cuando la troika -los inspectores europeos y del Fondo Monetario Internacional- les aprieta el cinturón sin una lágrima de piedad en la mirada. Y ellos son extremadamente sensibles. Cada ciudadano luso es un poeta secreto que se desborda en el estadio, donde idolatran a un español: el centrocampista Diego Capel, estrella del Sporting de Lisboa. Andaluz emotivo, se fija mucho en la gente cuando viaja con el equipo: «Lo pasan fatal y me alucinan cuando llenan el campo. El fútbol es su vía de escape. Ha bajado muchísimo su poder adquisitivo. Se nota la pobreza en todas partes. Me admiran por sus ganas de trabajar. En el centro comercial que está pegado a mi casa abren hasta las doce de la noche con una sonrisa».
Capel vive en la zona más moderna de Lisboa, el Parque de las Naciones, levantado para la Expo 1998. Entre cúpulas de Calatrava, pasarelas interminables, en pleno estuario del Tajo. Cristal, diseño, espejismo del lujo hecho añicos desde que el país fuera rescatado por 78.000 millones de euros en 2011 para evitar la bancarrota. Los vecinos del futbolista son médicos, abogados, ingenieros, con niños que maltratan el ipad en restaurantes con velas y aroma a lavanda. Estos días siguen aterrados las últimas noticias del Gobierno de Passos Coelho. La tijera desgarra en jirones la economía de la clase media, desorientada por el fin de la prosperidad, la única ideología que les quedaba. Qué cercano suena.
El tercer presupuesto del Ejecutivo conservador apretará más la política de ajustes y recortes de los dos anteriores. Primero retiró las pagas extras a los funcionarios, luego les bajó los sueldos, subió los impuestos -en el IVA te clavan un 23%- y ahora va a pegarle otro tajo a los salarios públicos de todo portugués que gane más allá de 675 euros. A Vania Fernandeç -viuda, 28 años y un niño de 5- le han quitado 100 euros; lleva a casa 460 limpios. Desde hace ocho años friega la reluciente estación de metro Baixa-Chiado, una de las más concurridas por los turistas: «Vivo de alquiler, pago 250 euros al mes por una habitación. Me ayuda mi madre. La comida cuesta cada vez más. Pero este trabajo es todo lo que tengo y me permite sobrevivir».
A Marcos Horta, policía nacional por 784 euros brutos mensuales, le van a pellizcar un 10%. Acaba de cumplir 24 años en casa de sus padres: «Independizarme suena a chino. La vivienda cuesta parecido a España». En noviembre se manifestaba por primera vez, junto a miles de agentes, contra el empobrecimiento de los servicios públicos que ahoga el país, desde la sanidad a la seguridad. «No somos gente violenta, ni de grandes manifestaciones. Pero es que estamos muy mal. Hay quienes no protestan por pavor a perder el trabajo».
Tul para niñas ricas
Esta temporada le ha tocado custodiar las calles de Chiado. Por allí empiezan a abrir tiendas con sabor añejo, sobreviven algunas librerías, boutiques con vestidos de tul para niñas ricas a partir de 350 euros. Los paseos relucen entre las pisadas de los rusos que compran en Hermès, pero la angustia muda que recorre el país ha calado también en este barrio, el más 'cool' de la capital. La Navidad llega de forma discreta: algún árbol en los escaparates, luces moderadas, hasta el 'White Christmas' de Diana Krall suena más triste que sexy.
No parece que el afable agente Horta se estrese en el trabajo. «Es cierto, aquí no hay broncas, ni se palpa la pobreza, pero la tenemos a la vuelta de la esquina. Hay más gente durmiendo en la calle, cada vez hay más robos y disturbios. Ahí es donde verdaderamente se mide la crisis. No hay como darse una vuelta por las callejuelas cercanas a la Avenida Almirante Reis para darse cuenta. A partir de las cinco y media de la tarde no es recomendable que vaya una mujer sola».
La zona no parece tan amenazante como la pinta el policía. Dan más miedo algunas fruterías -triunfa el 'mix fruit' de manzanas, mandarinas y plátanos, marrones y salpicados de bichos, a medio euro el kilo- que las miradas de tipos duros de La Morería. De día trafican con droga, de noche con mujeres. El desconchado de los edificios no conserva el encanto decadente del Chiado; es cutre. La basura asoma en ruas como Benformoso. Desde hace 48 años, Rosa Capelo reina en su droguería-bazar: «Llegué a tener 27 empleados, pero hoy solo somos 5. Apareció la gente de Bangladesh y los chinos y empezamos a ir para abajo. Ellos no pagan impuestos, trabajan en negro. Y luego se ha extendido la prostitución. Por la noche es mejor no andar por aquí».
Muy cerca, en Antero de Quental, los únicos establecimientos abiertos son los baños públicos y una pastelería sin un solo dulce en el escaparate. Y eso es muy raro en la ciudad que presume de tener el mayor porcentaje de confiterías por habitante. Las persianas bajadas de medio centenar de lonjas encogen a vecinos agotados, sin norte. María Çelenti, 66 años y viuda, directamente solloza cuando se le pregunta: «La tristeza es enorme. Esta era una calle viva, llena de tiendas de telas. Ahora no hay niños ni jóvenes. Tienen que emigrar. Todo está cerrado, la miseria te va comiendo día a día. Sobrevivo con la pensión y mi organización. No me paso en nada».
Cuatro portales abajo, Paolo Santana limpia retretes públicos. Habla inglés y hace tiempo que no visita al dentista. En un par de años ha pasado de ganar 1.200 euros en la construcción a 400 con la escobilla. El alquiler de un apartamento con dormitorio, baño y cocina se come la mitad. «Mi empresa quebró y tuve suerte de conseguir este empleo. Esto está fatal. Dentro de poco nos vamos a empezar a matar. Cuidado con el bolso, por cinco euros te pueden dar un buen susto».
Suena exagerado, como las advertencias del policía nacional. Aunque en la Casa de la Misericordia de la Avenida Almirante Reis la cola de personas en busca de plato caliente da la vuelta a la manzana. Los adornos navideños caseros del comedor son tan lúgubres como las miradas de los comensales. Apenas hablan. El hambre no parece nueva. Algunos duermen en la calle, en los soportales de las grandes firmas de moda y joyas que adornan la Avenida de Libertad. Los agentes del orden, que hacen horas extra en algunas tiendas de lujo y en supermercados de la zona, respetan los lechos de cartón. «¿Cómo les vamos a quitar lo único que tienen?», plantea Marcos Horta, el patrullero de Chiado.
El 22% de la población lusa, 2,3 millones de personas, ya es pobre. Lo dice su instituto nacional de estadística. Y otro 24% se escapa de la clasificación gracias a los subsidios, recalca la ONG Ami. En sus comedores sociales sirven el doble de comidas que hace cinco años. La mayoría de los nuevos usuarios son jubilados y madres que van a por unos macarrones para sus hijos. Casi a escondidas.
En las oficinas de empleo se palpa bien el drama del paro que va destrozando vidas de forma silenciosa. La tasa ha vuelto a descender por sorpresa en el tercer trimestre, situándose en el 15,6%. Pero los locales donde a veces surge el milagro en forma de contrato siguen atestados de gente como Americu, canalizador de aguas: «Tengo 57 años y ganaba 1.000 euros. Ahora recibo un subsidio de 450 euros. No he encontrado nada, ni de barrendero». Ahorra en lo más básico: no habrá lavado su pantalón en el último medio año. Comparte asiento con Luis, ingeniero de 43 años, uno en paro; Concepción, médico, 37 años, cuatro en el dique seco; Luis, traductor, 34 años: «Yo tengo trabajo, pero la empresa no me paga desde junio de 2011. El Estado cubre parte. Vivimos con el sueldo de mi mujer, que cobra 1.200 euros en la universidad. Es la que reparte las becas Erasmus».
Menús a 4 euros
Jóvenes y otros lusos que ya no lo son tanto huyen del país en estampida desde que la crisis estalló en esta esquina de Europa. El año pasado se marcharon 100.000. Joao Rafael Gomes ha aguantado el tirón gracias a una beca de doctorado para estudiar a Ernesto de Sousa, fotógrafo, director de cine y crítico de arte. Investiga por 1.000 euros al mes en la Universidad Nueva de Lisboa. Pública. Comparte el despacho con dos colegas. Es grande, con mobiliario setentero y dos estufas eléctricas. Su mesa mira a la ventana: un libro, un flexo, un lápiz. Ni ordenador ni archivadores. «Trabajo con mi aparato portátil que muchos días no traigo. Tampoco hace falta mucho más. No me voy a quejar, que mi novia trabaja en una librería todo el día y gana 600 euros. La situación está mal. Somos un país pobre que hemos pinchado con la burbuja inmobiliaria. Tengo muchos amigos hipotecados. Se desesperan, pero no protestan demasiado. La gente joven o emigra o se deprime. En los barrios solo ves abuelitos».
En el bar universitario come un menú de 4 euros y hace planes sobre la novela histórica que va a publicar cuando alguna editorial le termine de abrir la puerta. La potente Babel, que fusionó varias casas del país, acaba de cerrar su librería de Augusto de Aguiar. El Gobierno habla de mejoría, pero es complicado encontrarla en la calle. Enrique Santos, presidente de la influyente cámara de comercio e industria luso española, la más grande que tenemos en el extranjero, recuerda que «los gestores hablan de un crecimiento del 0,2% en los dos últimos trimestres. No todo es negativo. Aunque también es cierto que aquí se dice que se ve luz al final del túnel... pero es un camión en sentido contrario».
Portugal acaba de aprobar el décimo examen de la troika. Le quedan dos para salir del rescate en junio de 2014. El embajador español, Eduardo Junco, no ve el camión que viene de frente: «Tengo la impresión de que el país, con más dificultades que España, está encontrando la solución. Tenemos los primeros datos positivos, se está haciendo un gran esfuerzo. Y el momento es muy importante, porque las inversiones españolas crecen en sectores como la hostelería».
Para el catalán Joan Camps, 18 años en Lisboa dirigiendo empresas relacionadas con la alimentación, sigue siendo tierra de oportunidades. «Quizás la crisis sirva para resolver cosas. La legislación laboral era muy proteccionista, el sector público había crecido muchísimo. Pero al ser más pequeño que España es más fácil reaccionar. Cuando llegué había motocarros. Hoy Lisboa está espectacular». Teresa Ricou, referencia cultural y social del país, ve una ciudad «bella, sí, pero como una prostituta sin alma ni cultura, que teme abrir la boca. Tenemos que mostrar nuestra alma, ofrecer turismo cultural, sin perder la espontaneidad y que fluya la responsabilidad social. Estoy cansada de Portugal, temo que se acabe la democracia».
«Enorme» fraude fiscal
Lleva 33 años peleando por los más débiles, niños de orfanato, jóvenes de reformatorio, a través del proyecto de integración social Chapitô. Para los turistas es un restaurante mágico en los tejados de Alfama y con las mejores vistas al Tajo. Pero además es una compañía de teatro, una escuela de circo para chicos con problemas, una guardería para sus bebés, un engranaje que los rehabilita y busca trabajo, con ayudas públicas que llegan con retraso.
Los cuatro corresponsales de prensa consultados también ven el vaso medio vacío. Hablan de una clase media en peligro de extinción, del «enorme» fraude fiscal, de los problemas para que te atienda un médico en la sanidad pública, previo pago de 5 euros. En las Urgencias te piden 20 nada más entrar. Si no los llevas encima, te los quitan de la cuenta casi antes de que te pregunten dónde te duele.
La Educación no está mejor. El Gobierno ha eliminado cerca de 25.000 plazas, incluidos los docentes que apoyaban a alumnos con problemas. Paulo Domingos, profesor de inglés, está convencido de que «terminarán privatizando la escuela. Todos los pasos van en esa dirección». Gana 1.150 euros netos al mes en una ciudad donde es difícil encontrar alquileres de vivienda por debajo de los 600 euros. Su sueldo, encogido los últimos cuatro años, es similar al de abogados con apenas 10 de experiencia. Es el caso de Gabriela Neves, especialista fiscal: «Ando loca, los impuestos cambian todos los días. La actualización es continua, pero hay que pelear. El 20% de mis amigos está en el paro y el 40% anda por el extranjero en busca de una vida mejor».
Pablo Javier Pérez ha viajado al revés. Vallisoletano apasionado de Pessoa, ganó una beca en la universidad lusa: 1.000 euros al mes para descifrar textos del poeta. Le va bien después de año y medio parado en España. Su novia, licenciada en Empresariales, ha encontrado trabajo en una compañía de seguros sin hablar apenas portugués. Atiende el teléfono, que no es mucho, pero en Valladolid llevaba meses sin que le llamaran de ningún lado. Viven en Santa Engracia, barrio obrero envejecido. Los pocos niños que quedan juegan al balón en la calle. Pone orden el señor Antonio, dueño de un ultramarinos «con soluciones para todo». La pareja española va por el tercer calentador en casa, porque el alquiler de 600 euros no da derecho a calefacción. Pero lo que le preocupa a Pablo Javier es encontrar una editorial española que le publique su segundo libro de poemas, ya prologado por el Cervantes Antonio Gamoneda. «Quizás en enero tenga suerte. Estoy contento. Hemos pasado de no tener futuro a tener presente. Trabajo en lo que me gusta y vivo con mi novia en un país acogedor. En España ahora es imposible».
El dato es de este año y lo ha hecho público el Ayuntamiento lisboeta, que ha alertado del aumento de vagabundos. 800 voluntarios de la asociación Santa Casa acaban de recorrer 7.000 calles de la capital para preguntarles edad y formación. Ya no son solo hombres de mediana edad con problemas de salud mental y diversas adicciones. «Encontramos población muy joven y algunos matrimonios, y eso significa que tenemos que mirar esta realidad y las soluciones de manera diferente», avanzan en la ONG.
Estos días no hay mucho signos de protesta, apenas unos carteles «contra el robo del trabajo y el salario» en la plaza del Rocío. Pero las huelgas se han sucedido a lo largo del año con una intensidad desconocida.
Los precios fluctúan mucho en función de la zona del país. Pero en Lisboa la vivienda no es mucho más barata que en España. Y la carne, la fruta y la verdura cuestan parecido. En los bares, el menú de batalla oscila entre los 4 y los 9 euros. Zara y Blanco venden chaquetones al mismo precio que aquí. Por el centro se ven algunos Lamborghinis, BMW y Mercedes. Pero los tranvías, a 3,85 euros, y los autobuses, a 1,5 por viaje sencillo, van llenos. Hay tarjetas con descuentos.
En Portugal el número de nacimientos cayó en 2012 a 90.000, su nivel más bajo en 60 años. El envejecimiento y la emigración han dejado al país con 10,4 millones de habitantes.


Link: http://www.hoy.es/v/20131222/sociedad/r ... 31222.html


Esto es lo que llaman algunos, aumento de la competitividad.
Esto nos viene encima, y la gente no lo ve.

Me quedo con "El fútbol es su vía de escape", es como mirarse en un espejo, ver el futuro cercano, en fin, es lo que la gente quiere y vota. El "mas vale malo conocido" hoy ya no sirve, y cada dia lo veo mas claro, España esta condenada.

Saludos
Como diría la canción, "here we go!!".
ShadowCoatl está baneado por "Saltarse el ban con un clon"
Es curioso como cambia la opinión según en qué trabaje cada uno.

Portugal es una casa en ruinas que se mantiene en pie gracias al fútbol. El turismo también ayuda lo suyo: los 800.000 franceses que, por ejemplo, se bañaron en sus playas el pasado verano han animado más de lo esperado la encogida economía lusa.


¡Sol y playa!
Viví en Portugal durante un año y conozco bien la situación allí.

- La bombona de butano a unos 25€
- La electricidad por las nubes, al igual que el gas.
- 23% de IVA
- Salario medio estaba en unos 700€, el mínimo en unos 450 o 500€
- Mis compañeros de universidad (universidad pública) pagaban en tasas unos 1500€ (cuando en España pagábamos unos 1000€)
- El bus urbano en una ciudad de unas 50000 personas costaba 1,75€ el billete sencillo (hablo del 2009-2010)
- Peajes en todas las autovías.
- Repago en la sanidad, la consulta eran 15 o 20€

Y muchas de esas cosas ya se han pasado a España, como la subida del IVA del 16% al 21%, la de la electricidad que ya en España está hasta más caro que allí, subidas en las tasas de la universidad, recortes en la sanidad o los combustibles donde Portugal tenía antes los precios un 30% más caro (solo teníais que ver la gasolinera de Ayamonte o en Badajoz para ver quienes eran los clientes, yo que me reía cuando veía el diesel a 1,30€ y estaba en España por 1€ o 1,03€...) ahora ya los precios son iguales en ambos países y hasta algo más caros en España.

La sensación que yo tuve, en especial con la gente mayor, jubilados, es que vivían apretados a más no poder, la diferencia social entre los ricos (con auténticos cochazos) a los pobres era abismal. Además las infraestructuras, veía calles o carreteras en núcleos urbanos un poco más alejados y se veía que hacía tiempo que no había tenido ningún mantenimiento, yo víví en Faro y para ser la capital de la zona turística y donde está el aeropuerto, hay calles y zonas en la ciudad que están totalmente dejadas.

Era sorprendente ver que la población portuguesa en el exterior era de unos 5 millones (800 mil solo en Francia y 1 millón en Brasil) cuando el país lo forman un total de 11.
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