Sábado.
Es tarde,
y ha dejado de llover.
Acurrucado en el sofá,
narcotizado
por la luz de mi flexo,
imagino cómo serán
tus fotos de carné.
Desde mi púlpito
advierto el lamento
de tu espejo,
maldiciendo
los rasgos
que escondes
tras
una imagen
fascinante,
tan efímera
como
entusiasta.
Cuento hasta diez:
un,
dos,
tres
(acomodo mi espalda
a la ingravidez de
la sala)
cuatro,
cinco
(enciendo un cigarrillo)
seis,
siete,
ocho
(rezo por los buenos tiempos)
nueve
(buenos tiempos por llegar)
diez
(te quiero)