Sala de espera, 4 de la tarde.
La veo llegar con la cabeza agachada. Llevaba una bolsa de deporte azul de la que sobresalían unas zapatillas envueltas en una bolsa de plástico. No sé porqué, pero llevaba una bufanda también de color azul. Hacía calor en la calle para llevar una bufanda. No le dí importancia, estas viejas de hoy en día son muy frioleras. Era bajita y estaba gorda, bastante gorda. Llevaba el pelo cortado como los chicos. Seguramente no tendría dinero para peluquerías, ya que todas las viejas de la sala de espera llevaban el pelo con su permanente y su laca.
Se sentó enfrente de mí. Dejó la bolsa de deporte en el suelo, sacó de su bolso un viejo teléfono móvil y lo dejó a su lado. Sacó un pañuelo y se puso a llorar.
Realmente no sé cuánto tiempo estuvo llorando, quizás diez minutos, quizás media hora. No dejé de mirarla en todo ese tiempo. A veces se tapaba la cara con el pañuelo y seguía llorando, otras se sonaba los mocos, a veces parecía que se daba cuenta de que estaba enfrente suya y se calmaba,pero siempre volvía otra vez.
Después de dejar de llorar, se durmió. Me dejó sorprendido, pero mucho más tarde comprendí que debía de haber estado llorando mucho más tiempo del que yo la ví. Antes de llegar a la sala de espera también lloró.
Esta vez sí que conté el tiempo que durmió: 10 minutos. Durante esos diez minutos, supuse que la bolsa de deporte contenía su ropa, o la del enfermo. También me fijé en el móvil, un artilugio que seguro le parecería raro y difícil.
Al despertarse miró hacia los lados, y luego me miró a mí. Creo que me puse rojo, pero no lo recuerdo. Agarró el móvil con una mano y el bolso con la otra. Permanecía con la vista fijada en el móvil. Esperaba una llamada.
Se estaba poniendo nerviosa, sólo dejaba de mirar el móvil cuando entraba alguien a la sala de espera. Notaba en sus ojos que esperaba a alguien, o una llamada de ése alguien.
Sala de espera, 6 de la tarde.
Hacía mucho calor dentro de la sala. Estaba completamente llena. Exceptuando los dos asientos a los lados de la vieja. Seguía esperando a ésa persona. La mujer seguía llevando la bufanda azul.
Sala de espera, 7 de la tarde.
Ha vuelto a llorar, esta vez ha sido más corta y menos intensa que la primera vez. Pero noté como se formaban lágrimas en mis ojos. La gente no parecía darse cuenta de que estaba allí. De que lloraba.
Sala de espera, 7:15 de la tarde.
La han llamado, he notado cómo en sus ojos brillaba una luz de esperanza. Ahora mismo está hablando con ése alguien. Es extranjera, no la entiendo. Aunque tampoco habla mucho, la persona que está al otro lado de la línea acapara la conversación. Al colgar el teléfono sé que ocurre. Mira nerviosa hacia los lados, se acerca el móvil a los labios y le insulta. Sé que le está insultando, pero no insulta al móvil, insulta a la persona. No va a venir.
Sala de espera, 8 de la tarde.
Sigue llorando.
Sala de espera, 9 de la tarde.
Se han encendido las luces de la sala, ahora queda mucha menos gente, y la vieja sigue allí. Sola. Sin hablar. Ya no tiene el móvil en las manos, lo ha guardado en el bolso.
Sala de espera, 10 de la noche.
Sólo quedamos ella y yo. Me va a dar pena cuando me tenga que ir.
Sala de espera, 11 de la noche.
La vieja se quita sus zapatos, saca las zapatillas de la bolsa de deporte y se las pone. Arruga la bufanda a modo de almohada y se tumba ocupando tres sillas.
Al irme, apago la luz.