Aquí está la segunda parte (recordad que sólo son tres) que, como he dicho ya por algún lado (creo), es muchísimo más breve que la anterior, pero he creído necesario hacer la división de este fragmento para luego entrar a saco en la trepidante tercera parte : La cacería. De momento aquí tenéis el contenido de....
II-LAS CARTAS.
Umlier desplegó la hoja, concienzudamente doblada, y se dispuso a leer. Su mirada recorrió saltarina todo el papel hasta que fue a para a la firma del remitente. En cuanto la divisó, sintió que sus piernas le fallaban y se vio obligado a dejarse caer. Tan sólo observó dos letras, (FR): Frerench. El mensaje decía lo siguiente:
“Umlier, decidido como estoy a zanjar nuestra enemistad, te mando este desafío. Tus afrentas son imperdonables, y por tal razón te reto a un auténtico duelo de hombres, un duelo sin testigos ni parafernalia alguna; hoy mismo, en esta misma noche, bajo la luz de la madrugada. Si todavía quedan agallas en ese cuerpo maltrecho que tienes, nos vemos a las 5:30 en las cuevas del bosque Grimslock”.
-Ya comprobarás si me quedan agallas-murmuró Umlier, haciendo añicos la hoja.-. ¡Y todavía tienes el valor de proclamar que tú eres el ofendido!.
Abrió el antiguo cajón de su escritorio y sacó una pequeña pistola con el cañón a medio oxidar. Con cuidado se la enfundó en su cinturón y salió de la casa bufando, como una animal herido.
Cuando terminó de leer el mensaje, Karmack se llevó las manos a la frente. Umlier le desafiaba aquella misma noche en el patio de robles del bosque Grimslock.
-¿Qué te ocurre, cariño?-le preguntó su mujer-. ¿No te acuestas?.
-Es la maldición-su arrugado rostro se ensombreció-. Nos perseguirá hasta que acabe con nosotros.
Mizla permaneció pensativa unos instantes.
-¿La maldición?, ¿te refieres a aquello que presenciasteis hace años?. ¡Pero qué culpa podéis tener vosotros!. Eso es algo que tendríamos que haber olvidado hace mucho tiempo.
-Pero aún lo recuerdo bien, al igual que tú-Karmack rió desquiciadamente-. ¿y sabes por qué?. Porque soy culpable, porque los tres somos culpables, porque eres la esposa de un hombre viejo y culpable.
Karmack se aseguró el revólver en uno de sus bolsillos de paño, y se caló el sombrero de ala ancha.
-He de salir, Mizla-dijo besándole el rostro-. No me esperes despierta.
-¡Jamison Karmack!, ¡no creerás que voy a permitir que te vayas en el estado en que te encuentras!. Dime al menos qué decía ese mensaje.
-Decía que ha llegado el momento de ser valientes.
Al salir de su casa sintió un agudo punzón de aire gélido que atravesaba su cabeza. Un coro de grillos marcaba su triste paso frente a él.
Frerench se paseaba con ansiedad a lo largo de las habitaciones, recolectando todos los cartuchos que encontraba para su escopeta, y farfullando palabras sin sentido. A menudo lanzaba sus brazos hacia la Thomson que colgaba a su espalda, como si en su suave tacto hallara más ánimos o improperios con los que amoratar el aire.
-Por fin te has decidido, viejo idiota-murmuró-. Nunca debiste hablar, tus remordimientos nos condenarán a todos.
Salió de su casa tan aprisa que se dejó encendido el fuego de la chimenea. Entre los rescoldos ardía una carta lacrada, en ella se distinguía una hora y un lugar: las 5:30, y la catarata del bosque Grimslock