Los teóricos de la justicia social hacen algo que me llama la atención mucho, y es que valoran si tu conducta es aceptable no en base a lo que hagas, sino a quién se lo hagas.
Por ejemplo, hace poco
se habló mucho de la Universidad de Londres porque su encargada de diversidad organizó un evento por la diversidad y prohibió que asistieran los hombres blancos. Después subió a las redes sociales una imagen donde se reía de ellos fingiendo que lloraba junto a un cartel en el que se leía “prohibido hombres cis blancos” y se veía dibujada una taza con “lágrimas masculinas”. Luego animó mediante un hashtag a “matar a todos los hombres blancos” y finalmente justificó todo lo anterior diciendo que “yo, como mujer de una minoría étnica, no puedo ser racista ni sexista contra los hombres blancos porque el racismo y el sexismo describen estructuras de privilegio”.
La justicia social, en resumen, te permite pedir públicamente el exterminio de una raza y/o un sexo sin pasar por ello a ser racista ni sexista, siempre y cuando este deseo lo dirijas a un grupo que esté mal visto por la justicia social.
Esta forma de interpretar el mundo, dividida en grupos buenos y grupos malos, empieza a hacer aguas cuando una persona pertenece a un grupo bueno y a otro malo y hay que decidir si tratarla como a la mierda o como a un ser humano. No es raro por tanto que estos teóricos tengan serios problemas con los transexuales, que a sus ojos son miembros de una minoría oprimida pero también agentes del patriarcado opresor.
El artículo que enlazo narra las vivencias de alumnos transexuales en una universidad solo para mujeres en la que los estudiantes masculinos no pueden entrar, pero en la que una alumna que después diga sentirse hombre sí puede continuar. Es alucinante ver como estos centros tienen una política clara de exclusión del hombre, pero al mismo tiempo consideran que a estos hombres particulares no los deben excluir porque no los perciben de forma plenamente masculina y porque forman parte de una minoría social.
Os dejo algunos fragmentos que me han llamado especialmente la atención:
Timothy se crió como chica y marcó la casilla “mujer” en su solicitud. Aunque sus amigos del instituto sabían que era transgénero, no lo especificó en la solicitud porque su madre le ayudó y no quería que lo supiera (...) la pasada primavera se presentó como candidato al puesto de coordinador de asuntos multiculturales, encargado de promover la diversidad. Las otras tres candidatas al puesto (mujeres de color) se retiraron por asuntos personales y él quedó como candidato único, pero alguien anónimo comenzó una campaña en Facebook pidiendo la abstención, ya que un número alto de abstenciones le impediría acceder al puesto. El argumento es que de todas las personas que podrían ejercer ese puesto en un colegio femenino multiétnico, el menos adecuado era un hombre blanco.
Timothy (...) dijo que tenía grandes cosas que aportar al puesto. Al fin y al cabo, en esa universidad los alumnos transgénero son una minoría. Aun así dijo tener sentimientos enfrentados sobre adquirir un puesto de liderazgo: “el patriarcado está vivo y coleando, y yo no quiero perpetuarlo”, dijo”.
Algunas alumnas decían que la universidad no era bastante femenina y se quejaban de que la palabra hermandad no tenía las resonancias históricas, ni la calidez pro-femenina de la palabra sororidad. A otras les molestaba que incluso en una universidad femenina hubiera que acomodar a los hombres y cederles la atención y las oportunidades de liderazgo que le correspondían a una mujer, y otras temían que fuera un paso hacia la coeducación. Pero muchas se mostraban inquietas: en tanto que grupo marginalizado en busca de respeto e influencia, ¿cómo podían las mujeres justificar la marginalización de otros?
“Sentía que un aspecto estable de nuestra escuela iba a cambiar y eso me asustaba”, dijo una alumna. “No creía que hablar de hermandad fuera inclusivo para más gente, me parecía que le estaban quitando algo a mi sororidad, que estaban transformando nuestro espacio seguro por el bien de otros”.
Al preguntarle a Eli (otro estudiante transexual) si esa universidad era adecuada para él, dijo sentirse dividido. “No creo que tengamos derecho a ocupar un espacio femenino, pero no me voy a trasladar porque adoro este lugar y esta comunidad. Me doy cuenta de que eso es muy egoísta”. ¿Dónde debe ponerse el límite, si es que lo debe haber? ¿En los estudiantes transexuales? ¿En los transmasculinos? ¿En las estudiantes que se cuestionan su género?
El pasado diciembre, un alumno transmasculino escribió un post anónimo que sacudió los cimientos de la comunidad trans en la universidad. El estudiante se disculpó por “preservar con sus acciones un sistema dañino de privilegio masculino” y dijo que “he cambiado de opinión: creo que este no es lugar para hombres transexuales... lo cual no quiere decir que haya que expulsarlos a todos o negarles la admisión”. Dijo no saber cómo arreglar la situación, pero urgió a sus compañeros a “pensar y debatir sobre el espacio que estamos ocupando, y el espacio que le estamos robando a las mujeres”.
Otro tema complicado es la atención desproporcionada que reciben en el campus los estudiantes transexuales. “Por algún motivo a las estudiantes identificadas como mujer les llaman más la atención”, dijo Rose Layton, una lesbiana que percibía a los transexuales como competidores en el terreno amoroso. “Ligan con ellos y se enrollan con ellos. Y no es solo las hetero, las homosexuales también”. A los transexuales siempre los tienen en cuenta un poquito más. Incluso en una universidad para mujeres, el hecho es que los hombres y su masculinidad reciben más atención y que la dinámica social les da más valor que a las mujeres”.
Kaden Mohamed dijo que al inicio del úlitmo curso se sintió objetificado. Cinco meses de testosterona habían agravado su voz y definido sus brazos y su torso, y empezó a recibir una atención que no había disfrutado jamás. Pero tras el cambio, algunos estudiantes que ni siquiera conocía le pasaban la mano por los bíceps. Una vez en el pub una estudiante borracha les agarró de la entrepierna a él y a otro alumno transexual (...) “es el mundo al revés”, dijo Kaden. “En el mundo real son ellas las que se ven objetificadas y acosadas sexualmente. Aquí somos nosotros. Si yo me acercara a alguien a quien acabo de conocer y le tocara el cuerpo se me caería el pelo, porque todo el mundo diría que es una agresión... y lo es. Pero por alguna razón, cuando lo sufre un hombre transexual, no se ve igual. Hay carta blanca, no pasa nada por hablar del cuerpo de alguien o tocárselo siempre y cuando no sea mujer”.
Los hombres transexuales pueden entrar en universidades femeninas si se identifican como mujer al hacer la solicitud, pero a las mujeres transexuales (personas criadas como hombres, que posteriormente se identifican como mujer) les resulta casi imposible (...) muchas estudiantes, incluyendo a algunas que no están cómodas teniendo a hombres transexuales, dicen que habría que admitirlas.
Otras se muestran cautas, incluyendo a un estudiante transexual para quien solo habría que aceptar a mujeres que hubieran comenzado el tratamiento médico o se hubieran cambiado el nombre de forme legal. “Sé que es pedirle mucho a alguien de 18 años”, dijo, “pero esta universidad debe mantener su integridad como espacio seguro para la mujer. ¿Qué pasa si una estudiante con cuerpo de hombre entra diciendo ser mujer, y después de un año o dos dice que se identifica como hombre y que se quiere quedar? ¿Qué diferencia habría entre eso y admitir un hombre? Con los hombres transexuales es otra historia, porque sabemos lo que es que te traten como a una mujer y que te discriminen como a una mujer. Sabemos lo mal que lo tienen las mujeres”.
En mayo la universidad de Mills se convirtió en la primera universidad femenina en aceptar mujeres transexuales aunque no hubieran hecho la transición y sus cartas de recomendación se refirieran a ellas en masculino y (...) acepta también mujeres biológicas en cualquier punto del espectro de género siempre y cuando no sean legalmente hombres (...) el mes pasado la universidad de Mount Holyoke fue aun más allá: ahora admite a cualquier estudiante cualificada, independientemente de su anatomía o del género con el que se identifique, excepto a los nacidos biológicamente hombres y que se identifiquen como tales (...) la presidenta del centro dijo que habían llegado a esa decisión al considerarlo un derecho civil.
Consideran que poder entrar en su universidad es un derecho civil, para todas las combinaciones de género y sexo físico, para todo el mundo, siempre y cuando no hayas nacido hombre y te identifiques como tal.
Pero no es excluyente, no es sexista. Porque no se trata de qué derechos civiles niegas: se trata de a quién.