Lo que hace Spartacus a Spartacus es la exageración total y absoluta. Tíos súper cachas enseñando el rabo y cortando brazos y cabezas a diestro y siniestro entre cubos de sangre. Tías buenas con las tetas al aire cada dos por tres.
En principio son ingredientes muy primarios y que siempre gustan, pero que mal llevados habrían quedado muy cutres. Sin embargo la virtud de Spartacus es, para empezar, no tomarse en serio a sí misma, sino buscar únicamente la diversión a través de la hipérbole. No quiere ser más de lo que es, y eso es una gran virtud. Y también los creadores de la serie han sido lo bastante inteligentes como para dotar de mucho carisma a todos los personajes, eso le da mucho empaque. Lo acompañan con unas tramas más o menos interesantes donde el que no es un cabrón es porque es un hijoputa y voilà, mezclados en la coctelera sale Spartacus. Una serie que no será de gran calidad, ni intelectual, ni histórica ni nada, pero que sí es tremendamente divertida.