Saludos a todos los futuros lectores, me gustaría exponer una serie de situaciones personales con el fin primero de ordenar mis pensamientos y en segundo lugar, encontrar alguna opinión que me ayude a dirimir que pasos dar para encauzar mi situación personal.
Alguna vez habéis tenido la sensación de luchar una y otra vez contra las vicisitudes de la vida y cuanto más parece que se acerca una posible victoria, veis como de nuevo volvéis al punto de partida o incluso más atrás? Así estoy yo en este momento.
Es difícil dar un contexto a mi situación sin exponer antes una larga serie de circunstancias personales, por lo que pido disculpas por la duración del presente mensaje.
Soy un hombre de 42 años. Obviaré las primeras etapas de mi vida simplemente resumiendo que siempre fui un niño curioso, adelantado en mis gustos y aficiones al resto de niños de mi edad y por ello bastante inadaptado, tanto familiarmente, pues en esos años no existían las facilidades ni los conocimientos que hay ahora para tratar con personas de altas capacidades, como con los compañeros de clase con quienes no encontraba un punto en común para poder socializar. Esa situación me llevo a refugiarme en la lectura, el placer de tocar el piano y el estudio de la religión. A pesar de mis capacidades la etapa escolar supuso un varapalo enorme pues nadie entendía como a pesar de mis supuestas facilidades para estudiar, a duras penas podía sacar los cursos adelante. Esto degeneró en graves problemas familiares en los que yo, incomprendido y frustrado sentía decepcionar a mi familia y a mi mismo. No obstante, acabé EGB con un triste "suficiente. El acceso a lo que por entonces era el instituto fue el final de mi periodo escolar.
Trabajé en distintos sitios que en cuanto dejaban de suponerme un reto, abandonaba sin dar más explicaciones.
Aprendí a socializar a mi manera e incluso conseguí tener un grupete muy majo de amigos y una pareja maravillosa.
Todo parecía haberse encauzado cuando el que era mi gran amigo fue diagnosticado de leucemia. Fueron unos meses terroríficos en los que buscamos ayuda en distintas asociaciones con el fin de encontrar un donante compatible pero todo fue en vano. Quien era uno de los pilares de mi vida tristemente falleció. Pocos meses después, tras una separación poco amistosa de mis padres, yo decidí mudarme a vivir con mi pareja.
Corría el año 2002 y de nuevo parecía que mi vida volvía a encauzarse.
Seis años, fue el tiempo que me regaló la vida con ella. Seis años en los que la vida me enseñó su cara mas hermosa. Dos almas afines, encontradas como si todas las fuerzas se hubieran empeñado en que se cruzaran nuestros caminos. Años en los que cada minuto de tiempo libre lo dedicaba a aprender de todo cuanto cayera en mis manos, con el fin de tener siempre una buena conversación para ella, de ser siempre excelente en mis formas y de encontrar en ella un desafío y un reto que parecía nunca tener fin. Pero lo tuvo.
El día 8 de marzo de 2008 murió en un evitable accidente de tráfico.
Comenzó un periodo de autodestrucción sin límites que me llevo a vivir el lado más oscuro que he conocido, drogas, depresión, y un torpe intento de suicidio que me tuvo ingresado varios meses en una clínica psiquiátrica. 8 años duro esta etapa, en la que gracias a la medicación e interminables sesiones de terapias de grupo y acompañamientos terapéuticos conseguí reencontrarme y rehacerme. Había vuelto a trabajar y cuando me encontré en condiciones decidí mudarme de la capital donde vivía a un pequeño pueblo, en la España más vaciada y rural, donde al no conocer a nadie creía tener la posibilidad de empezar de cero.
Así fue, un pueblecito pequeño me recibió con los brazos abiertos, rápidamente encontré trabajo, empecé a conocer gente nueva y pequeñas luces se encendían en el horizonte. Allí la conocí.
Era el año 2016, ella tiene 13 años menos que yo y entró en mi vida de la manera más casual posible: trabajaba en un pequeño comercio donde entré yo como dependiente. Me llamó la atención el hecho de verla siempre seria y con una mirada apagada. Un día me contó su historia: tenía un hijo diagnosticado con TEA, una relación tortuosa con su pareja, quien es hijo de la dueña del comercio, y se encontraba muy lejos del resto de la familia. No podía separarse de su pareja pues era amenazada con que si se marchaba de la casa, perdería el trabajo y no tendría recursos para mantener a su hijo y perdería la custodia. Refugiada en su mundo gris, pasaba los meses trabajando. De alguna manera, el saber su historia me conmovió hasta el punto de ofrecerle un día una copia de las llaves de mi casa, proporcionandola un salvoconducto en el caso de que lo necesitara. Yo no tenía entonces ninguna necesidad de tener pareja ni nada, simplemente pensé que tener un sitio donde refugiarse llegado el caso podría suponer para ella un alivio.
Una noche se presentó en casa con una maleta, y un niño de 5 años.
La vida me ofrecía un nuevo reto.
El escándalo en el pueblo fue monumental. Tras muchas batallas con la dueña del comercio (madre de su ex-pareja, y abuela del niño), incluidas falsas denuncias por agresión y secuestro, que terminaron en unos juicios que no tenían ni pies ni cabeza, llegamos a un acuerdo comercial en el que yo compraría su negocio, por entonces en una situación de quiebra, a cambio de no interponerse más en la separación y la custodia del pequeño. En pocos meses me vi con un negocio que hacía aguas por todos lados, conviviendo con una mujer que sufría una gran falta de autoestima y su hijo pequeño que apenas hablaba con nadie y el haber perdido el contacto social con quienes eran mis amigos y que en un pueblo tan pequeño también eran amigos de su ex-pareja.
Contra todo pronóstico sacamos juntos el negocio adelante, cambiamos de local, de imagen comercial y oye, en los primeros dos años saneamos las cuentas del negocio y se convirtió en nuestro modo de vida. Fue del todo inevitable que nos enamoráramos. La evolución del pequeño fue exponencial. Creamos un núcleo familiar con unas bases sólidas y todo parecía, de nuevo, encauzarse.
Llegó la pandemia. En esta zona pegó muy fuerte. Sin contar con el apoyo de nadie pudimos sobrellevarlo como buenamente supimos. Mantuvimos el negocio a pesar de las pérdidas y la falta de ayudas y nuestra relación se hizo incluso más profunda.
El negocio no superó sin embargo las posteriores crisis de suministros y los aumentos de precios tanto del carburante como de los precios. Ya sin margen de beneficios el año pasado decidimos cerrar el negocio. Ella comenzó a trabajar como dependienta en otro comercio de la zona y yo decidí intentar reciclarme y aprender programación, con la idea de poder obtener un trabajo a distancia que me permitiera cuidar del niño y acceder a un sueldo mejor. Unos meses después me diagnosticaron un par de problemas de salud. Un tipo de cáncer en la sangre llamado policitemia vera, y unos tumores benignos en principio llamados elastofibroma dorsi. Para mi los dolores se volvieron insoportables, al punto de tener que aplazar los estudios.
Aún nos quedaban unas pequeñas reservas de dinero que pudimos utilizar en traer a su familia, pues llevaban años separados por motivos personales y económicos y, sabiendo que sería para ella una importantísimo punto de apoyo en el caso de que mi situación se complicara más. Así sucedió. Poco tiempo despues, ella se reunía con su familia, sus padres conocerían a su nieto, y a mi. De nuevo todo parece encauzarse.
Ella y yo nos casamos a finales del año pasado. Ahora con una familia, un hijastro maravilloso, que está sorprendiendo a todos los médicos y profesores por su evolución (ha pasado de un 43 por ciento de discapacidad a apenas un 7 por ciento en estos años) la vida parece de nuevo haber recobrado su sentido.
Sin embargo, por primera vez en muchos años vuelvo a tener miedo. Es un miedo irracional, sin forma definida. No es el miedo a la enfermedad, que poco a poco evoluciona favorablemente, pues ya he sido operado de uno de los tumores bajo la escápula derecha, y aunque queda pendiente el de la izquierda, el pronóstico es bueno. Respecto a la policitemia poco se puedo hacer más que controles periódicos y sangrías cuando la sangre se vuelve muy espesa. Tampoco es el miedo a la falta de dinero, pues aunque estos meses hemos estado sobreviviendo con su sueldo, y habiéndome retrasado en mis estudios, creo que no me sería difícil encontrar un trabajillo para ir tirando. Pero tengo miedo, un miedo paralizante que me mantiene insomne por las noches. Un miedo que debería compartir con ella, pero que me niego a hacerlo para no preocuparla ahora que está luchando tanto y tan bien por sacar adelante a su hijo y a mi mismo. Un miedo egoísta a perder de nuevo mi pequeño universo o a no alcanzar la excelencia que quiero que mi familia vea en mi. Un miedo humano que no encuentra consuelo en el mundo espiritual ni religioso y que en mis horas de soledad se apodera de mi y me trae los peores recuerdos que hace años tanto me costó tanto mantener a ralla.
Esta es mi historia, gracias por leerla.