Las gotas salpicaban las aceras moteándolas de un gris intenso, rompiendo el silencio vágamente iluminado por la luces de neón de los bares que echaban el cierre.
Un taxi pasó a toda velocidad fundiéndose con aquel ocaso de tranquilidad, haciendo del silencio algo casi material, respirable.
– Quiero llevarte a un sitio. – Dije fijando mis ojos sobre su mirada, perdida.
– ¿A dónde?
– ¡Ya lo verás, confía en mí!
– Desde aquí arriba se ve todo muy pequeñito, parece que puedas tomarlo todo en la palma de tu mano y hacerlo desaparecer. – Dije alzando la mano por encima de su cabeza.
– ¿Porqué te empeñas en destruir todo en lo que creo?
Desvié mi mirada hacia un pequeño charco que se formaba ente las baldosas.
– Sabes que me dan miedo las alturas.
Tomamos un sorbo de aquel silencio.
– Porque todo es mentira. ¿Subes?