Grandioso teatro el nuestro, ¿no crees? La función de la obra no había hecho más que empezar. Algunos con la papeleta de la suerte habían tomado asiento en las butacas delanteras, otros con mayor fortuna o no, miraban espectantes desde el palco, consumiendo allí los minutos de la vida.
El principio fue lento, como si el tiempo en aquella parte introductoria no existiera. Los espectadores iban tornando sus asientos según iba avanzando la obra, o bien procuraban los primeros sitios o bien retrocedían, siempre cediéndose los respectivos lugares entre unos y otros y había los que en lo que la obra había transcurrido, aún no se habían movido. Quedaba así ordenada la sala, o... desordenada.
Un teatro algo peculiar dada la interacción de los actores con el público; sin director; sin más narrador que el mismo protagonista; una obra improvisada en la marcha sin más descanso que el propio final; con varios espacios; comparable en cierto modo a un reality show, quizás sin llegar a tales extremos de patetismo y sin hacer tanto uso de la realidad fingida.
Más de una vez pensamos cerrar el telón y dar por concluida toda representación, colgar un cartel en taquilla que anunciara así “el fin” al resto de la gente, mas sin embargo insistimos en perder dinero en escenarios y abrirnos a críticas en boca de principiantes y experimentados de lacónicas sonrisas.
Aprendimos a corregir los fallos del guión a tiempo y no siempre, surgían a veces erratas de la máquina que ha de imprimir o cosas que por acción de otras, habían de suceder.
El tiempo nos fue haciendo ladinos y el público comenzó a cambiar de mirar, los hubo que cegaron de envidia y otros que fallidamente quisieron abarcar el papel principal en una obra que no les pertenecía.
“Cuán extraño todo”, nos sentamos a pensar absortos. Qué curioso que de tantos escenarios fuéramos a parar a éste. Curiosa la forma de actuar del público, tantos muchos similares, y pocos, muy pocos tan diferentes.
¿Quién nos diría que algo más grande y tal vez más sencillo que el propio pensamiento nos diera la vida?
Es ahora cuando la obra avanza rápida y leo en silencio:
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender mas tarde
- como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
- envejecer, morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
(Jaime Gil de Biedma)