Hace cosa de 3 años ví en TV2 un documental sobre los transplantes. Lo normal en estos casos, cómo es la vida de una persona que espera un transplante, sus pensamientos y finalmente, si llegaba, la hora de la verdad en el quirófano. Sin embargo, de todos los documentales que he visto sobre esta temática éste, en especial, me impresionó. No porque viese vísceras o gente especialmente enferma arrastrándose por los pasillos de un hospital, sino por un señor mayor, sentado en una silla de ruedas porque no podía moverse. Tenía una enfermedad degenerativa en los pulmones y prácticamente no podía respirar; el pobre hombre estaba blanco, parecía un cadáver andante. Sin embargo esto, tampoco me impresionó.
Lo que realmente me impresionó fue lo que dijo. El señor, parco en palabras, como no podía ser de otra manera, respondió a la pregunta de cómo se tomaba todo aquel proceso lento así como desesperante y él, con esa mirada que sólo dan los años o el sufrimiento extremo dijo algo así como "Lo peor no es estar atado a esta silla de ruedas y ver como poco a poco te vas consumiendo, lo peor es esperar que alguien tenga que morir para que puedas vivir".
Aquella imagen la tengo a fuego grabada; el hombre, prácticamente en la agonía, tenía un dilema o conflicto interno terrible. Y es que, como bien rezaban sus palabras, al final todo consiste en eso, esperar que alguien muera, normalmente en circunstancias trágicas, para obtener una curación y ser tú quien vivas.
Con esto no quiero decir que esté en contra de las donaciones, pero ha sido de las pocas veces que he visto verdadera honestidad en las palabras de un receptor. No eran las típicas palabras de agradecimiento-condolencias a la familia, sino toda una declaración, salida cual puñetazo del corazón, donde al drama de una enfermedad, le sigue otro drama.
Aquello me dio otra visión sobre este tema.