Estaba sentada en uno de los sillones del salón, un lugar amplio donde pasaba la mayor parte de sus días dedicada a sus aficiones artísticas. El salón llevaba ya intrínseco su perfume, su esencia flotaba por toda la habitación como si fuera una prolongación de su propia persona. Un lugar que había sido testigo de toda la solitaria y silenciosa vida de aquella joven mujer.
Atardecía y un leve resplandor anaranjado se sumergía en la habitación a través de las amplias ventanas con una gran pureza debido a que las cortinas estaban completamente corridas. Un gran piano de cola se escondía tras la única sombra que residía en la habitación situado en un rincón de ésta. Un viejo y pequeño equipo de música sonaba contiguo al sillón donde ella se encontraba, situado sobre una desvencijada mesa de madera con unos estantes en su parte inferior lleno de discos donde abundaban pianistas con piezas lentas y melancólicas y artistas folk de voces lánguidas y letras íntimas. La música que sonaba era una pausada pieza de piano
En el sillón yacía ella, vestida con un camisón ilustrado con flores, amplio y andrajoso que cubría su delgado y frágil cuerpo apenas contoneado más que por unas ligeramente sinuosas curvas. Éste permanecía enjuto, sin energía, como si apenas pudiera soportar el peso de la gravedad. Su cabeza estaba ligeramente ladeada hacia la derecha, y sus dedos, portados por brazos sostenidos apenas con fuerza sobre uno de los respaldos del sillón, jugueteaban dulcemente por los pasajes de su larga, espesa y ligeramente ondulada melena castaña que rodeaba su rostro; un rostro claro de naturaleza, pero en ese momento, pálido, casi blanco inmaculado. Su constitución era considerablemente delgada, sus rasgos faciales, finos y delicados y su piel aterciopelada, pero grasienta y sucia en aquel momento. A pesar de su harapienta apariencia, su rostro emanaba una mística y magnética belleza.
Su rostro blanco era apenas desvirtuado por unas pequeñas pecas que hacían sombra a sus grandes ojos azules que se vislumbraban medrosos, como un grito desesperado que nacía directamente desde su trémula pupila, algo que contrastaba con la imagen general de su rostro, protagonizaba por una aparente serenidad inamovible. Sin embargo, sus ojos no mostraban lágrimas, ni tan siquiera el poderoso resplandor del Sol al atardecer iluminándolos podía revelar un ligero atisbo de humedad en ellos. No, no eran lágrimas lo que pudiera residir en sus ojos, algo que ella hubiera agradecido como un auténtico regalo excepcional. No, no eran lágrimas, era otra cosa; era pánico, auténtico terror. Era un dolor tan interiorizado, tan empozado en su alma que apenas podía percibir la sensación misma del dolor como algo excepcional, sino como algo que caminaba con ella a cada paso.
La música no se escuchaba apenas, se enmascaraba continuamente por el abundante ruido procedente de la calle, pero ella ya había dejado de escucharla hace tiempo, las notas pasaban por su oído como meros sonidos discordantes sin que a ella le produjera ninguna sensación. Se encontraba completamente ensimismada, su mente estaba en otro lugar, navegando perdida por los rincones de algún recuerdo, de algún sueño o de alguna idea, o quizás de alguna mezcla de todo ello.
Se levantó lentamente y con dificultad, apagó definitivamente la estéril música y se dirigió hacia el piano, sumergiéndose en la sombra en la que éste se encontraba. Se sentó lentamente en el asiento de éste e intentó tocarlo, pero sus trémulas manos, sin energía y sin vida, apenas podían dar con las teclas correctas, a pesar de su gran virtud habitual. Frustrada, dio un fuerte golpe en el piano acompañado de un agudo y desgarrador gemido involuntario, que produjeron un poderoso estruendo homogéneo que se quedó remoloneando durante varios segundos en el eco de la habitación hasta que finalmente se fueron desvaneciendo acompañados progresivamente hasta que se hizo el silencio desvirtuado por el permanente sonido del tumulto callejero. Las manos continuaban apretando las mismas teclas y su cabeza se mantenía gacha hacia delante, haciendo que su pelo ocultara las manos entre su manto mientras delicadamente rozaba las teclas contiguas. Se quedó así durante varios segundos, inspirando y expirando con fuerza pero con regularidad y lentitud. Entonces levantó la cabeza suavemente mientras se retiraba el pelo de la cara con una mano y se lo mantenía detrás de la cabeza. Giró la cabeza y escudriñó la amplia habitación, mirando a todos lados hasta que sus ojos dieron a parar con uno de los muchos cuadros que colgaban en la pared pintados por ella hacía ya mucho tiempo. El terror de sus ojos se había trasladado a toda su mirada.
Volvió la cabeza de cara al piano, pero sin prestarle atención a éste. Reposó su cuerpo en el respaldo del asiento y empezó a morderse las uñas con nerviosismo. Entonces, su cara se giró hacia la ventana, una ventana corredera que nacía desde el suelo y daba lugar a una pequeña terraza al atravesarla. La miró detenidamente durante varios minutos con una mirada tan nostálgica y melancólica hasta donde podía alcanzar la percepción de esos sentimientos, como si viera los retazos de toda su vida a través del cristal. Empezó a temblarle el cuerpo. Se levantó con decisión y con paso entrecortado fue hacia la mesa situada detrás del sillón, arrancó un papel de su cuaderno de poemas y una pluma con la que solía escribir a menudo e intentó escribir algo en él. Escribió la fecha y unas palabras que tachó rápidamente, volvió a intentarlo a continuación y volvió a tachar, entonces, frustrada, cogió el papel haciendo una bola y arrancó otro del cuaderno, volvió a escribir la fecha e intentó escribir de nuevo. "Mi nombre es... Mi nombre es..." había escrito dos veces sin darse cuenta, volvió a hacer otra bola de ese papel y lo tiró al bote de tinta, haciéndolo volcar y manchando completamente la mesa y su cuaderno de poemas quedando varios de ellos emborronados. Lanzó una fila de gemidos y se volvió a echar el sillón, echando todo el peso de su cuerpo sobre él como si hubiera caído vencida de un disparo y se cubrió el rostro con las manos, en sepulcral silencio mientras el eco de los gritos iba desvaneciéndose de nuevo y volvía a quedar en silencio la habitación con el tumulto callejero de fondo acompañando.
Tras varios minutos tirada de nuevo en el sillón, con la cabeza gacha y las manos tapándole la cara, alzó la vista con un ojo por entre los dedos y volvió a mirar a la ventana quedándose durante unos segundos en esa posición, respirando con fuerza. Se levantó con todo su cuerpo tembloroso como si hubiera un terremoto en su interior y con un paso lento que parecía guiado al compás de sus marcadas inspiraciones y expiraciones que se iban acentuando e irregularizando (al igual que su paso) se dirigió hacia la ventana, corrió la puerta y entró en la pequeña terraza rectangular con más anchura que longitud.
Se acercó a la barandilla y dejó caer su cuerpo hacia ella mientras se apoyaba completamente lánguida con los brazos en ésta. Miró al lejano suelo y escudriñó la distancia que había entre éste y el lugar en el que se encontraba. Empezó a mirar los alrededores de su edificio: los niños jugando en el parque, la gente paseando, los coches pasando uno tras otro. Lo veía desde una posición completamente aislada, como si desde su posición pudiera ver moverse al mundo entero bajo sus pies, todo su mundo, toda su vida, todo su pasado, todo su presente, todo su futuro y toda la eternidad se había sintetizado en ese mismo momento, en el paisaje que observaba desde su terraza. Sus ojos se apartaron del ajetreo callejero y fueron depositados en dirección al Sol poniente apunto ya de ocultarse definitivamente. Lo observó fijamente, apenas pestañeando, incesante hasta que desapareció completamente. En ese momento sus ojos se humedecieron a causa de la cegadora luz del Sol y giraron hacia la Luna mientras el cielo carmesí se iba volviendo azul oscuro. Sentía una enorme presión en el pecho, como un torniquete profundamente apretado en su corazón, acentuándose cada vez más y más esa sensación hasta llegar a un dolor que apenas la dejaba respirar. Sus inspiraciones sonaban agónicas y entrecortadas.
Con todo su cuerpo temblando y la mirada completamente perdida y aislada de su propio cuerpo cogió y una silla y se subio a ella. Se apoyó con sus manos en el techo de la azotea y sin dejar de apretar fuertemente los brazos para sujetarse en su superficie puso lentamente uno de los pies en el posamanos de la barandilla. Una vez puso uno intentó, más lentamente apoyar el otro, para luego incorporarse con la fuerza de sus manos y sus pies en una posición más recta, vertical a la posición de la barandilla, con sus pies en el posamanos y sus manos un tanto atrasadas, sujetándose al techo, a un solo palmo del vacío. Una ligera brisa corría desde el este haciendo que su pelo jugueteara por su cara cubriéndole por momentos la vista. Se mantuvo en esa posición durante varios minutos, manteniendo sus ojos perdidos remoloneando en el contorno del cielo. Su cabeza giraba sobre sí misma, sus piernas temblaban, su corazón se mantenía encogido y profundamente presionado sobre sí mismo, su respiración sonaba como toscos balbuceos doloridos, hasta que finalmente su imagen se desvaneció de lo alto de la barandilla con un grito exasperado que finalizó en un golpe seco mientras el eco del grito se iba desvaneciendo poco a poco en el aire. Y ya solo quedó silencio en aquella solitaria habitación que seguiría siempre con el mismo perfume, un silenció acompañado por el constante sonido del tumulto callejero.