texto sobre angmar

hola, muy wenas, pues kmo veo k aki la gente kuelga sus obras, algunas, x no decir kasi todas, maestras, kiero poner aki una pekeña digamos introduccionk hize a un posible libro k tenia en preyecto hace ya unos wenos 3 años creo ya, el otro dia lo recupere de un antiguo pc k tenia, a ver k os parece, no es muy wena, ni muy facil de entender, xo weno, para ver k tal os parece i si vale la pena continuarla, jejeje:
Advierto, todo nombre me lo he sacao de la manga, weno los he creado a partir del apendice de sufijos i prefijos del silmarillion sobre la lengua sindarin, weno, vosotros no os comais tanto la cabeza jejeje :p



historia del Reino de Angmar


Era ya muy tarde cuando un día del mes de Telperion nació en un reino escondido en el norte de Arnor el vástago de la familia real del lugar. Los magos decían que, según las estrellas, nacía bajo una maldición de los Dioses malignos. Pero eso a sus padres no les importaba nada en absoluto, ya que pensaban que todo eso se lo inventaban los viejos para sacar provecho propio, pues se sabía que eran fieles a su hermano, el príncipe Imdril, el cual podía pedir el trono con más derecho que ellos, pues era el más querido del pueblo y el más benévolo de los dos. Así estaban las cosas cuando nació Seregruin, heredero al trono de Galdôr, reino que durante el reinado de Seregruin se renombró con el no azaroso nombre de reino de Angmar, el reino de las brujas. Bueno, pero todo esto no nos atañe aún, pues en esta época, el reino era esplendoroso y residía la bondad en todos los rincones de él. Era ya medianoche cuando le dieron al rey la noticia de que la reina y el príncipe estaban en perfecto estado. Esto le tranquilizó muchísimo, pues había empezado a creerse a los sabios del reino. Las noches anteriores habían sido aterradoras para la familia real, pues tenían múltiples pesadillas (algunos decían que eran visiones) sobre un ejercito de brujos y dragones que invadían y asolaban todo el reino. Pero eso no era lo peor de esas pesadillas, ya que había más. Todos esos seres malignos no los veía atacando aleatoriamente el lugar, pues los controlaba una mano oscura. Esa mano tenia un poder inconmensurable, solo atribuible hasta entonces a dioses o a algún ser de la talla de ellos. Su poder era tal, que parecía capaz de destruir una montaña sin apenas moverse. Así pues, el rey no estaba del todo seguro finalmente del sino de ese hijo suyo. Pero cuando lo vio, todos esos temores se le fueron disipando. El niño había adquirido una belleza similar a la de sus antepasados elfos y parecía contener en su interior una gran fuerza espiritual. Según la tradición familiar, Seregruin, descendía directamente de los antiguos reyes magos númenóreanos, los cuales a su vez descendían de Elros, el medio elfo, hijo de Eärendil y Elwing. Pero todo esto son antiguas leyendas que ahora no tienen mucho que ver y que nos llevarían años narrarlas.
Por ese entonces en el norte vivían los gusanos, terribles dragones incapaces de volar, pero más malvados aún que sus parientes alados. Estos seres no atacaban nunca el reino, aunque de vez en cuando alguno se acercaba demasiado oliendo el ganado de los pastores. En esos casos, se utilizaba los mercenarios matadragones, aunque en esa época hiciera ya tiempo que no atacaba ninguno y la mayoría de estos soldados se instalaban en el otro lado de las montañas. En el sur se encontraba el ya nombrado reino de Arnor, que era el más importante del norte y el que menos expuesto estaba ante los ataques orcos o de otros seres malignos, pues se habían creado pequeños reinos en el norte que lo protegían de posibles ataques. Esto no significa que la gente de ese reino fuera más cobarde o menos apta para la guerra, ya que era el que tenía el ejercito más numeroso y mejor armado y esto gracias a que era el más cercano al último reino Élfico de toda la Tierra Media. Entre esas dos razas era conocido que tenían unos lazos muy estrechos, pues siglos atrás las familias reales de ambos reinos habían estado unidas por matrimonio. En el este vivían los Naugrim, los enanos. Tenían imponentes ciudades subterráneas construidas con esmero por ellos mismos. Los enanos eran una raza singular, pues adoraban todo lo que producía la tierra, como metales y piedras preciosas, pero no como los humanos, que llegan a acumular grandes riquezas, sino como frutos de la tierra que hay que moldearlos para que sean más bellos aún. Los enanos eran de un temple muy diferente al de los humanos: eran mucho más resistentes y fuertes y tenían un carácter más arisco al nuestro. Estos curiosos seres odiaban a muerte a los orcos y les hacían guerra siempre que podían a causa de agravios ancestrales que ni los más viejos de su raza recordaban. Así fue de la llegada al mundo del último descendiente directo de los reinos del norte de Arnor y de los que le rodeaban por ese tiempo.
En cuanto el joven Seregruin hubo cumplido diez años, le asignaron un tutor que había de instruirle en todos los campos. Ese tutor, llamado Annatar, no era otro que Sauron, el Señor Oscuro de Tol-in-Gaurhoth, lugarteniente de los ejércitos tenebrosos de Morgoth, el innombrable. En ese tiempo Sauron aún podía caminar entre elfos y humanos, pues no había forjado con Celebrimbor los anillos del poder y el daño a los hijos de Ilúvatar no se había consumado del todo. El caso es que Sauron inició a Seregruin en la magia negra llegando al punto en que en muchos aspectos superaba al propio Sauron. Pero no solo iba siendo instruido en las magias, sino que también conocía el arte de la lucha con espadas y con otras armas no menos mortíferas. Al cumplir doce años Seregruin, Annatar decidió que tenía que enseñar al joven príncipe aislándolo de toda influencia sobre sus estudios, por lo que hizo construir una torre en una zona despoblada del reino donde le acabó de enseñar todas las inmundas barbaridades que Sauron conocía. El mismo día que cumplía dieciséis años volvió al lado de su padre, pero por desgracia del reino ya estaba bajo el control total de Sauron.
El padre del joven príncipe no sabía ni sospechaba nada pero en la corte ya había rumores sobre las relaciones entre Seregruin y Annatar. No eran pocos los que sospechaban de Annatar pero la mayoría se contenían. Sobre todo desde que el consejero Araedhel intentó comunicar sus dudas al rey, ya que al cabo de poco tiempo desapareció sin dejar rastro. Lo único que se encontró en su habitación fueron indicios de algún tipo de adoración a Morgoth, el Dios Oscuro, así que se supuso que en algún ritual debió de morir accidentalmente. Por supuesto, nadie se creyó esa inverosímil historia, pero no creo que mucha gente lo hubiera querido investigar a fondo. A partir de su llegada, Seregruin quiso tomar partido en las decisiones militares del reino. Fue en esa época cuando la expansión territorial del reino fue impresionante e imparable. Ni en la época más esplendorosa del reino unificado se hubiera podido imaginar esa impresionante ampliación de las fronteras septentrionales. El joven Seregruin comenzaba a tener un prestigio entre los militares y ya había muchos que lo seguían fervientemente. Sauron se regocijaba siempre que podía por lo bien que le salían las cosas y por eso en esa época fue cuando le dio más libertades a Seregruin y se dedicó a la creación de los anillos del poder con el señor de los elfos Celebrimbor de Eregion.
Y fue en ese periodo de libertades para Seregruin cuando empezó a vivir de verdad, aunque aún hubiera un lazo estrecho que le hiciera depender de la voluntad de Sauron. En la corte vivía una princesa élfica que el mismísimo gran rey Gil-galad envió para que conociera a sus parientes lejanos medio elfos. Entre ellos dos muy pronto nació un gran amor que destruyó totalmente los pequeños vínculos que unían aún a Sauron y a Seregruin. Vivieron felices durante un largo periodo de tiempo, pero pronto a Anaredhel, la joven princesa, le empezó a rodear una sensación de miedo por perder a su amor. La joven que solía pasear alegremente por los jardines del palacio pronto fue solo un alma en pena que parecía desaparecer entre la sombra de cada árbol. Pronto alguien en la Tierra Media se sumió en una gran tempestad de temor y desconcierto, pero esta vez no fue ningún hijo de Ilúvatar como hasta entonces, sino que apareció en las mismas fauces del enemigo, en Sauron.
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