Toni Torpedo, un extracto

“El gran Iban” era un fenómeno de cerca de dos metros de altura, muchos más de cien kilos de peso y los pies más torpes en bastantes kilómetros a la redonda. Aún con esas se trataba de un portento. Sus genes habían heredado la casta de la resistencia soviética y había que ser muy duro y fuerte para noquear a aquella mole y más aun para encajar los golpes que repartían aquellas aspas que tenía por brazos. No tenía ni siquiera los dieciocho años cuando el ejército soviético lo alistó en sus filas. Un camión de suministro de la antigua Unión de Republicas Soviéticas rondaba por la inhóspita y alejada tierra de Iban abasteciendo de material varios puestos cercanos, cuando se toparon de lejos en la carretera con un chaval que avanzaba por el lateral de la carretera cargando un par de bultos bajo el brazo. Cuando llegaron a la altura del joven vieron que aquellos dos bultos no eran sino los hermanos pequeños de Iban, a los que éste llevaba a casa después de alguna fechoría de los críos. Poco tiempo después a su vieja y viuda madre se le iluminarían los ojos cuando le pusieron delante de la cara un buen puñado de rublos a cambio de llevar al joven Iban con ellos. La palabrería le sobraba, las doctrinas le importaban bien poco a la madre de Iban cuando enviudada y con 5 hijos tenía que alimentarlos día a día con el sudor de sus manos. Así que un par de días después Iban se despedía de una tierra que nunca había abandonado con rumbo a las grandes ciudades. En no más de dos meses veía por primera vez las grandes montañas y era enviado a un puesto fronterizo. Su misión era sencilla, prismáticos en mano vigilar la línea que dividía China de la unión Soviética e informar de cualquier tipo de incursión en territorio soviético. Allí le dejaron, en una pequeña cabaña, con no más enseres que una radio de largo alcance y suministros para varios meses. Sólo. Había abandonado su tierra por un puñado de rublos para ir a parar a tan árido lugar. Pronto encontró como matar el tiempo. Del techo de la cabaña colgaban dos grandes clavos oxidados. De uno de ellos se batía un maltrecho saco de boxeo hecho y remendado a mano. Del otro clavo, en su día colgó el antecesor de Iban en el puesto, pero eso no lo sabía él, ni intención tenía la madre patria de comunicárselo. El saco estaba lleno de arena y pesaba una barbaridad. Vieja tela aparecía aquí y allá remendando aquellos lugares que habían sufrido los golpes del anterior usuario. Al principio, las tristes embestidas de Toni no causaban efectos en el, pero varias semanas después, él mismo se tuvo que educar en el arte de remendar lo que se había convertido en su inseparable compañero. Cuando se aburrió de remendar el saco, cuando los puños que recibía este hacían temblar hasta el mismo clavo que lo sostenía en el techo, sólo entonces fue cuando dejó los prismáticos sobre la mesa, hizo el petate y se largó de aquel lugar. Llevaba un par de meses y a sabiendas de que no podía volver a casa emprendió camino a la vieja Europa, sin guardar rencor a nadie por tan pintoresca aventura militar. No guardaba rencor a su madre por enviarlo a una aventura desconocida, tampoco lo hacia al ejercito de su patria, ya que lo había alimentado sin pausa todo aquel tiempo y tampoco guardó rencor a los chinos, aunque si que se llevó el amargo regusto de no haberse topado en todo aquel tiempo con uno de ellos para ver si las descripciones que le habían dicho sus compañeros eran reales. Aun no lo creía.
Nunca destacó en el ring, con la altura que tenía no podía ser hábil con los pies, y tampoco era muy listo leyendo las peleas. Pero era más fuerte que el sudor del demonio y a pesar de no llegar a campeón de nada, cuando se retiró se llevó a su casa una marca con mas victorias que derrotas y un poco de dinero que le permitió abrir aquel gimnasio.
Panex escribió:Exitazo ! XD


Oye, yo me lo leí eh. Dos veces...
2 respuestas