Dios que sudor. Ojos como platos y una pequeña habitación. Muebles de bambú y luz tenue, un viejo televisor con la voz apagada. Un motel de carretera, un trago y mi dosis. Ahí estaba yo. En una mano, mi papelina de heroína esperando ser consumida llamandome más que nada en ese momento, en la otra, una postal de mi madre pidiéndome que volviera a casa. No cavilo mucho, solo creo que llego a dudar un segundo y acto seguido cojo el mechero y comienzo a calentar la cucharilla. Se me hacen agua las venas pensando en el ciego que me voy a pillar. Engancho la goma con los dientes, me la ato a la bola y estiro hasta que la vena sale bien a flote. Me encanta este intenso momento, justo antes del pinchazo. Pincho, y mi cuerpo se tensa mirando al techo. Apreto poco a poco la jeringuilla, intoxicándome como a mi me gusta. Cuando acabo, todo pasó. El sudor, las preocupaciones, la television, la postal, la goma, el mechero y la cucharilla. Todo queda atrás, sólo conozco a mi colocón, y para que quiero más. Ahhh diosss. Que coño me das...
Al día siguiente la vida me vuelve a despertar, lo que me incita a comprar otra papelina. Joder no tengo dinero. No tengo dinero ni para pagar el hostal. Me escapo por la ventana entreabierta aún con el ruido de una familia chapoteando en la piscina. Salgo saltando la valla del jardín, sin que nadie se percate.
Continuará ...