Por un momento me ví sumergido en el agua esquivando roces de inteligentes delfines. El delfín fue un animal que simpre me gustó. Quizás por ese rostro que tiene de noble y bonachón. Acabe comprandome la revista y poniendo el poster en el cabecero de mi cama. Aún tenía algún que otro detalle conmigo mismo.
Salí a la calle en busca de droga, empezaba a padecer los primeros síntomas del síndrome de abstinencia. Joder maldito el día que conocí la heroína. Solía padecer un mono bastante fuerte, no se porqué, pero dependía en cuerpo y alma de una puta sustancia.
A lo más puro estilo gitanillo de barrio, me armé de valor para atracar una tiendecilla en las afueras. El dependiente era un viejete que no creo que diera problemas. Armado con una navajilla de las de pelar manzanas, me adentré en el local y una vez seguro que estabamos el y yo solos me puse histérico y empezé a chillarle amenazandole con esa ridícula navajilla. Pero él a pesar de la escena un tanto cómica, estaba acojonado. Me veía tan nervioso que pensaba que era capaz de cualquier cosa.
Conseguí 120 euros en ese robo a mano semiarmada, y me fui a buscar a Juantxo a la plaza. Allí le compre a mi ama, y odiandola tanto como para sentir que necesitaba fuera parte de mí me metí el buco en mi piso de alquiler, tranquilamente, en compañía de Ana ... y mis delfines.