Los altos edificios de cemento, metal y vidrio se clavaban en la noche como cristales de azabache que gimoteaban al brotar de la tierra. Entre ellos, con las manos en los bolsillos y apretando los labios caminaba una sombra.
Los pies se arrastraban sobre el polvo del suelo, como su alma, y llevaba el silencio pegado a la piel.
Nada se oía. La ciudad estaba en calma.
Nada se oía. En su cabeza una idea. Las manos salen de los bolsillos, abren el pecho y un estallido de rojo aparece en la ciudad. Sus ojos, vacíos, contemplan su interior, como una única ascua en un monte de carbón y tras ellos, más allá de la razón, brota un trébol que baila verde.
La noche se desploma sobre el azabache. El alba nace con un brillo esmeralda.
Y estás tú. Y estoy yo entonces.
Editado: Corregido detalle comentado por Vadín.