Ordenando viejos trastos encontré tu fotografía. Jamás pensé que la volvería a ver. Recordaba ese momento perfectamente, cumplíamos un año de casados y nos fuimos al campo. Recordaba tu cara sonriéndome, tus ojos brillando y tus dulces palabras. Sin pretenderlo mis lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas. No pude más que caer al suelo de rodillas, el dolor me había invadido. Aún no conseguía comprender cómo algo así, tan inesperado, pudo alejarte de mí. Me habías abandonado, dejándome sola ante todo y todos. Ya no me quedaba nada, excepto tu hijo. Pero tú no lo sabías. El día en que desapareciste de mi vida había estado comprando todo lo necesario para esa noche. Cena romántica con velas incluídas. Sabía que te morías por tener un hijo y al fin lo habíamos conseguido, pero tú no lo sabías. Me habías llamado para decirme que te retrasarias, tu reunión había durado más de lo esperado. Tus últimas palabras: “en media hora estoy allí” pasan cada día y cada hora por mi mente, las tengo clavadas en mi corazón a fuego. Fueron tus ultimas palabras y tú no lo sabias. No te dije nada más excepto que no te preocuparas, yo estaría allí esperandote y aún lo estoy. Cada día a las 8 de la tarde te espero sentada en el rellano de lo que fue nuestra casa, esperando que algún día consigas escapar de ese accidente y volver a mis brazos. Pero nunca vuelves, y nunca lo harás. Igual que yo nunca volveré a ser la misma, y sé que moriré aquí, sentada, esperando ver tu dulce sonrisa aparecer por la puerta. Pero eso tú no lo sabes.