EL CUERPO
Dos mujeres jóvenes se encuentran en un río lavando ropa sobre la pila de madera cuando, de repente, una de las dos ve algo:
- ¡Isabel, mira eso!
- ¿El que?...Oh, ¡Dios mío!
- Parece un chico.
- ¿Estará muerto?
- Voy a intentar sacarlo.
- ¿Cómo?, no digas tonterías, Isabel.
- No son tonterías. Voy a hacerlo. María ve a coger ese palo para ayudarme a volver.
- Isabel, por Dios, no hagas locuras, puedes ahogarte.
- María, he nadado muchas veces por aquí, y no es nada profundo. Tranquilízate y ve a por el palo.
Una de las mujeres (la llamada Isabel) se arremanga la falda y se mete en el agua, dirigiéndose hacia el cuerpo que flota en el agua mientras la otra (la llamada María) corre hacia un árbol en el que se apoya un palo bastante largo. Al poco, María vuelve a la orilla.
- Ten cuidado con la corriente, Isabel.
Isabel se acerca con dificultades hacia el cuerpo, y consigue agarrarlo.
- María, ya tengo al chico, acércame el palo, rápido.
María se introduce unos pasos en el río y dirige el palo hacia donde está Isabel, alargando mucho los brazos.
- ¡Venga, venga!, ¡cógelo!
- ¡Lo cogí!, ¡estira fuerte!
Por fin, Isabel llegó a la orilla con el cuerpo que flotaba en el río.
- ¿Crees que está vivo? – dice María
- No lo sé. – responde Isabel.
Isabel posa su cabeza sobre el pecho del chico, intentando escuchar su corazón. Seguidamente comienza a intentar reanimarle golpeando su pecho y haciéndole el boca a boca.
- Deberíamos llevarlo al pueblo.- dice María.
- Si lo llevamos puede que no sobreviva. Tenemos que hacerlo aquí – responde Isabel.
- Eso si está vivo – susurra María sin que Isabel pueda escucharla.
De repente, el chico reacciona, tosiendo agua y abriendo los ojos.
- ¡María!, ¡María!, ¡está vivo!, mira, está vivo. – exclama entusiasmada Isabel.
María retrocede mirando a Isabel y al chico.
- No, se ha vuelto a quedar inconsciente – dice Isabel desilusionada.
- Tenemos que llevarlo al pueblo ya, Isabel.
- De acuerdo, María. Cojámoslo entre las dos y llevémoslo.
Las dos chicas cogieron al chico cada una de un brazo, dejándolo a él en medio de ambas, y lo llevaron, no sin dificultades, hasta un pequeño pueblo cercano al río. Ya en él anduvieron hasta un caserío de dos plantas, con una fachada blanca de aspecto descuidado, e Isabel llamó golpeando la puerta repetidas veces. Al poco, un hombre abrió la puerta.
- Isabel, Dios mío, ¿qué ha pasado?, ¿quién es? – dijo el hombre
- No sabemos quien es. Lo hemos encontrado flotando en el río. Aún está vivo. – contestó rápidamente Isabel mientras todos entraban en la casa.
- Rápido, llevadlo a mi despacho. ¿Os ha visto alguien? – siguió el hombre.
- Creo que no – respondió María.
- Mejor. Vamos, ayudadme, tenemos que desnudarle y meterle en una cama abrigándolo bien. – dijo el hombre.
Abrí los ojos. Me dolía mucho la cabeza. No sabía donde estaba y, además, veía muy borroso. Noté que estaba acostado en una cama bastante incómoda, desnudo, pero tapado por una áspera manta, aunque muy caliente. Levanté algo la cabeza y vi una figura difuminada frente a mi que se levantaba de una silla y comenzaba a hablar a gritos, aunque no entendía nada de lo que decía, mis oídos silbaban.