¿QUÉ HA PASADO?
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Tras un accidente de tráfico de regreso a Alicante, Ferrán se encontró con un chico a quien perseguían hombres armados, y que se lo llevó con él hasta un pueblo cercano, donde el chico fue alcanzado por un disparo, dejando a Ferrán solo, quien, en si huída, cayó a un río. Al día siguiente, por la mañana, dos chicas que estaban lavando en el río le encontraron flotando en el agua, consiguiéndolo rescatar y llevarlo a una casa en un pueblo. Cuando Ferrán despertó se encontraba en la cama de una habitación y alguien estaba con él.
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Sentía un gran dolor de cabeza, un fuerte pitido me taladraba los oídos, y mi vista era muy borrosa. Sólo alcanzaba a ver unas figuras difuminadas. La primera figura, la que se había levantado de una silla al despertarme, ya no estaba sola, había llamado a alguien. Ahora eran tres las figuras borrosas que veía, y una de ellas, la más voluminosa, se acercaba a mí y empezaba a tocarme la cara y el pecho. Yo comencé a dar manotazos, consiguiendo que esa figura se alejase de mí, pero pronto las otras dos me cogieron de pies y manos mientras la figura voluminosa seguía tocándome, como estudiándome, mientras yo seguía revolviéndome, aunque sin éxito.
Poco a poco la vista y el oído se me fueron aclarando y comencé a vislumbrar las caras de esas figuras, de esas personas: la figura más voluminosa resultó ser un hombre, un hombre con poblado bigote, ojos oscuros y tez castigada por el paso del tiempo. Las otras dos figuras eran unas chicas. Una de ellas era muy delgadita y chiquitita, de piel morena, ojos marrones y cabello largo castaño. La otra chica, de una complexión más normal, también de tez morena, cabello corto entre castaño y rubio y los ojos claros.
Comencé a escuchar también las voces. Hablaban entre ellos y hacía a mi, diciéndome que me estuviera quieto, que me tranquilizase, pero no podía, aun no había asimilado todo aquello. De que me di cuenta, las dos chicas me habían atado manos y pies, y el hombre me amordazaba. A continuación los tres salieron, cerrando la puerta del habitáculo, y yo me quedé allí, tendido en la cama de algún lugar extraño, atado y amordazado, a merced de lo que esas tres personas quisieran hacer.
No sé exactamente cuando tiempo estuve allí, pero a mí se me hizo eterno, desesperadamente eterno. Mi cabeza no podía dejar de dar más y más vueltas a lo que me había sucedido en las últimas horas: estas tres personas, el chico asesinado ante mis ojos, los disparos, la gente corriendo, Rebeca. Rebeca, era verdad, ¿dónde estaba Rebeca?. No había conseguido encontrarla tras el accidente. ¿Qué había pasado con Rebeca?, ¿dónde estaba?, ¿estaría ella en el mismo infierno que yo?. ¿Infierno?, esa palabra, ¿estaría yo en el auténtico infierno?, ¿estaba muerto?, ¿estaba muerto y este era el infierno?, ¿o esto era el purgatorio?, porque el cielo no podía ser esto.
En esto que yo estaba inmerso en mis propios pensamientos, casi paranoias, cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse, entrando una de las chicas y el hombre.
- ¿Si te quitamos la mordaza gritarás?
Moví la cabeza de izquierda a derecha, diciendo que no. El hombre miró a la chica y ella se acercó a mí, quitándome la mordaza con mucho cuidado, como temerosa de mí. Nada más quitármelo se apartó de mí y volvió detrás del hombre.
- ¿Quién eres? – me preguntó el hombre
- Otra vez igual. Me llamo Ferrán, Ferrán Galba. Soy de Alicante, no sé qué está pasando ni tampoco por qué estoy en Granada – respondí con tono enfadado.
- ¿Cómo que no sabes lo que pasa?, ¿qué es lo que no sabes? – preguntó el hombre extrañado.
- Ese es el problema, que no lo sé – dije con una sonrisa – Lo único que sé es que un chico al que han matado a tiros me preguntó si era leal o traidor, pero no sabía a qué.
- ¿Cómo que no sabes a qué?, ¿acaso vives incomunicado?, chico. Te preguntaba si eras republicano o nacional, y yo te repito la pregunta.
- ¿Cómo?, ¿republicano o nacional?, pero, ¿de qué hablas?
- ¿Cómo que de qué hablo?, pues de la guerra, ¿de qué va a ser?
- ¿De la guerra?, ¡la guerra acabó en el 39! – dije completamente exaltado.
- Chico, la presión debe estar pudiendo contigo. Estamos en 1937.