Un amor de otro tiempo. Capítulo 13

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Ferrán se encontraba en la casa donde Isabel y María lo habían llevado tras rescatarle del río, y allí, el dueño, el doctor Ramón Serrano, tras decirle que estaban en 1937 y realizar un pequeño interrogatorio en el que Ferrán dijo ser un estudiante de Leyes que estudiaba en Madrid, le invitó a comer algo en la cocina de la casa, pero al poco de empezar, unos golpes resonaron en toda la casa.

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Debo marcharme



- ¿Quién puede ser a estas horas? – dijo Ramón tras escuchar unos fuertes golpes en la puerta de la casa.

Ramón salió de la cocina y abrió la puerta de la casa, que estaba al final del pasillo y unas voces poco amistosas comenzaron a escucharse.

- Pedro, hola, ¿pasa algo? – dijo Ramón al abrir la puerta.
- Ramón, Miguel me ha dicho que ha visto a María y a tu sobrina regresando muy pronto a casa. ¿Ha pasado algo?
- No, no Pedro. No ha pasado nada, Gracias por preocuparte – dijo Ramón.
- ¿Seguro?, Miguel me ha dicho que iban más cargadas de lo normal.
- ¿Más cargadas de lo normal?. No entiendo qué es lo que me quieres decir, Pedro.
- No intento decirte nada, Ramón, pero estoy seguro de que si estuvieras escondiendo a alguien, me lo dirías.
- Escúchame, Pedro, nos conocemos desde que eras un chiquillo y creo que he demostrado sobradamente que soy de entera fiabilidad. Además, soy médico y mi deber es intentar salvar vidas, ya sean de un bando o de otro.
- Ramón, de acuerdo, nos vamos, pero ándate con cuidado. No olvides que estamos viviendo tiempos difíciles.

Ramón cerró la puerta y regresó a la cocina con cara de preocupación, diciendo que teníamos que andar con ojo, que corrían tiempos difíciles y la confianza y la credibilidad se podían perder muy rápidamente.

- Ferrán, hoy te quedarás aquí a dormir, pero mañana deberás irte. No me puedo permitir estar en el punto de mira – me dijo Ramón en tono serio.
- Pero Ramón, no tengo ningún lugar a donde ir – le respondí mirándole a los ojos.
- Ferrán, escucha, debes comprenderlo. No puedo arriesgar mi vida, la de mi sobrina y la de María por alguien a quien ni siquiera conozco – dijo Ramón mirándome también a los ojos, con expresión de pena.
- De acuerdo, Ramón. Comprendo vuestra situación y mañana a primera hora me iré. No quisiera causaros problemas, sobre todo después de salvarme la vida. Os lo debo – les dije con tono resignado.

Estaba ya anocheciendo y Ramón pidió a María que me preparase la habitación de invitados. Pasados unos minutos, María regresó diciendo que ya había terminado y que cuando quisiera podría ir. Estuvimos un rato sentados en el salón de la casa, una estancia iluminada por unos candiles, sin decir nada, sólo escuchando lo que la radio decía sobre el transcurso de la guerra. Miraba las caras de Ramón, Isabel y María y veía en ellas la preocupación y el desconcierto que esa situación provocaba. Al rato, María se fue a dormir. Yo también me encontraba cansado y pensé que ya era hora de dormir un poco, así que me levante y dije a Isabel y Ramón que yo también tenía sueño. Ramón pidió a Isabel que me acompañara a la habitación de invitados y que me dijera donde estaba el cuarto de baño.

Isabel se levantó, cogió un quinqué y me dijo que la siguiera. Caminaba detrás de ella, observando las inquietantes sombras que la tenue luz provocaba en las paredes mientras íbamos subiendo por las escaleras hasta la planta de arriba. Al llegar, Isabel abrió una de las puertas y encendió un candil que había al entrar, justo al lado de la puerta. Entonces me dijo que entrara. Ese era el cuarto de invitados, una habitación pequeña, equipada con una cama con una mesita de noche junto a ella, y un vetusto armario pegado a la pared y una pequeña ventana. Era, pues, una habitación muy sencilla. Isabel me miró y salió de la habitación dándome las buenas noches y cerrando la puerta tras de sí.

Me quedé solo en aquella habitación, pensando en cual iba a ser mi destino, en como iba a poder sobrevivir en esta tierra hostil, en si alguna vez regresaría al lugar al que pertenecía. Me tendí sobre la cama, sin deshacerla y sin desvestirme y comencé a mirar la llama del candil, su forma, su color, el humo que emanaba de ella y subía hacia el cielo... Poco a poco la vista de esa llama me fue sedando y Morfeo se apoderó de mí.
Está bien, me ha gustado.
Pobre Ferrán nadie le quiere.
Escribe pronto el próximo capítulo.
Por cierto, te faltan algunas tildes, pero tranquilo, no le des tanta importancia.
Ya sabes, a currarte más el próximo capítulo.
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