NOTICIAS DE XOSE
Era una mañana de domingo. Mi madre y yo estábamos desayunando juntos en la cocina de casa. Ya habían pasado varios días desde que había salido de mi habitación para retornar a la tienda y parecía que una relativa normalidad había llegado a mi vida, relativa por cuanto mi padre no formaba parte de ella. No había vuelto a verle, no había querido verle, desde que me contó el motivo del divorcio. Mi madre se encontraba apurando ya el café con magdalenas cuando me dijo que, ahora que había vuelto, ya no necesitaba a Rebeca, y que no la renovaría al acabar el contrato, al que sólo le quedaban un par de semanas. La noticia me pilló, una vez más, desprevenido, pero para mis adentros pensaba que esta vez quien iba a sorprender era yo. Todavía no había contado a mi madre que no entraba en mis planes hacerme cargo de la tienda, que quería introducirme en el mundo de la hostelería junto con mi amigo Xose, de quien tampoco le había hablado nunca, y no lo había hecho porque la situación me había desbordado desde el preciso momento en que regresé a Alicante, pero ahora era el momento de contarle a mi madre cuáles eran mis planes de futuro. Terminé el vaso de leche con Cola-Cao sin darme mucha prisa. Para entonces mi madre ya se había levantado de la mesa y había ido al salón. Yo me levanté también y fui hacia allí. Me senté en la misma silla donde me dieron la noticia, y ella, curiosamente, estaba sentada también en el mismo sitio.
- Mamá... escucha... creo que deberías pensarte mejor lo de Rebeca.
- ¿Y eso?, ¿por qué? – dijo mi madre mientras se enderezaba esperando mi respuesta.
- Pues porque creo que ya ha llegado el momento de decirte que no quiero hacerme cargo de la tienda.
La cara de mi madre cambió de repente, y tardó varios segundos en responderme.
- ¿Cómo dices? - dijo ella.
- Conocí a un chico en el cuartel.
- No, tú también no – dijo mi madre levantándose y alzando la voz - ¿Qué he hecho mal para merecer esto? – continuó mirando al techo.
- No, no, no, no. No te equivoques, no es lo que piensas – exclamé levantándome y tratando de tranquilizarla poniendo mis manos en sus hombros – siéntate y te lo explico
Conseguí sentarla de nuevo y empecé mi explicación.
- Escúchame y déjame terminar. Conocí un chico, un gallego. Él se llama Xose. Durante el tiempo que estuvimos en el cuartel nos hicimos muy amigos y decidimos que abriríamos juntos un restaurante especializado en cocina gallega aquí, en Alicante, por eso no puedo hacerme cargo de la tienda.
La cara de mi madre había cambiado. Ahora estaba más relajada, seguía teniendo cara de enfado, pero ya no era la cara de antes, cuando pensaba que no sólo había perdido un marido, sino también un hijo.
- Escúchame ahora tú a mí, Ferrán. Ese negocio lo hicimos pensando en ti, en tú futuro, y ahora me dices que no quieres hacerte cargo de él, ¿y qué hago yo?, ¿lo vendo cuando no pueda llevarlo?. Tanto trabajo, tanto sufrimiento, para que luego lo tenga que vender. No entiendo, Ferrán, como puedes hacerme esto ahora, con lo que sabes que ha pasado.
- Mamá, eso es lo que quiero y lo voy a hacer. Si quieres seguiré ayudando, pero no será mi prioridad, lo haré mientras no abramos el restaurante. Y si te quedas más tranquila, te prometo que no me desharé de la tienda cuando no puedas con ella – dije posando mis manos sobre las suyas, en sus rodillas.
- Esta bien, Ferrán, está bien. Es tu vida y no puedo obligarte a que hagas algo que no quieres, pero espero que mantengas tu promesa.
Mi madre se levantó y salió del salón. Yo me quedé allí, sentado, pensando que había salido mejor de como lo había pensado. El domingo acabó sin más sobresaltos que el empate a 2 contra el Valencia en la última jornada de liga, un empate que no servía de nada, y que condenaba al Hércules al descenso directo a Segunda División tras 8 años consecutivos en Primera.
Al día siguiente, Alicante se levantó con la pena del descenso del Hércules, y eso se notó en la tienda. Nadie entró en toda la mañana. Mi madre aprovechó para hacer unos recados y eso hizo que Rebeca y yo pasáramos casi toda la mañana solos, lo cual sirvió para que la conociera un poco mejor. Rebeca tenía 18 años recién cumplidos, y había entrado a trabajar aquí porque había dejado de estudiar al acabar BUP. Vivía cerca, en el centro de la ciudad, cerca de La Rambla. Rebeca era muy graciosa y físicamente era un poco más baja que yo, debía medir poco más de 1,60, tenía un largo cabello castaño y unos preciosos ojos verde esmeralda que, junto con su sonrisa, daban a su mirada un cierto encanto que empezaba a atraerme sin que me diera cuenta.
Llegó la hora de cerrar para comer y la propuse acompañarla a casa, pero no quiso, así que me fui a casa. Al llegar a casa, una fuerza extraña me llevó hasta el buzón. Casi nunca iba, ya que, normalmente, era mi madre o mi padre (antes de que me fuera a la mili) quien se encargaba del correo, pero ese día fui yo. Abrí el buzón y saqué una carta, una carta de Xose.