CONTRATIEMPO
Subí raudo las escaleras hasta el tercer piso donde vivía y entré en casa con la emoción invadiéndome. Me encerré en mi habitación y, sentado en la cama, abrí el sobre con prisas y comencé a leer con gran interés aquéllas palabras escritas con mala letra en bolígrafo azul.
La carta comenzaba con un “Lo siento, Ferrán”, y dejé de leer un momento. Me temía lo peor, y poco después aquellos temores se confirmarían.
Retomé temeroso la lectura de la carta, aquella breve carta:
Lo siento, Ferrán, pero no voy a poder ir a Alicante, al menos, de momento.
Hace unos días que mi padre volvió de la mar, de estar 2 meses pescando en las costas de Marruecos, pero no ha venido como se fue. Tubo un accidente y ha vuelto cojo. Quedó atrapado en la red cuando iban a lanzarla y casi pierde la pierna. Incluso podemos decir que ha tenido suerte, porque un accidente así le podía haber costado la pierna, o incluso la vida, si un marinero no se llega a dar cuenta y lanzan la red con él atrapado. Mi padre hubiera muerto ahogado. Cuando lo pienso, me entran escalofríos.
Ahora mi padre va a tener que quedarse en casa hasta que se recupere, sin poder volver al mar, lo que hace que nos quedemos casi sin ingresos, porque los percebes que coge mi madre no dan para mantenernos a todos. Esta situación me obliga a tener que ponerme a trabajar aquí. Xurxo, el patrón del barco, me ha dicho que puedo suplir a mi padre, por lo que dentro de unos días partiré junto a los compañeros de mi padre rumbo a aguas internacionales, en medio de la nada en el Océano Atlántico, donde estaremos unos 3 meses.
De nuevo, Ferrán, lo siento, pero te prometo que en cuanto esta situación se arregle, volveré para ir para allá y hacer realidad nuestros planes.
Un abrazo de tu amigo:
Xose Coira González
Acabé de leer y me quedé sentado en la cama, con la cabeza gacha, dejando caer aquel papel al suelo. Me sentía mal, muy mal, no solo porque nuestros planes de futuro se habían ido al garete, sino porque la vida de mi amigo Xose había dado un vuelco terrible y debía estar sufriendo muchísimo. Recordaba como durante nuestros días en El Pardo él me hablaba de la dureza de la vida de la mar, y de como el quería escapar de ella con el restaurante, pero ahora, todo había cambiado y Xose se iba al mar, igual que hicieron su padre, su abuelo, su bisabuelo... Parecía como si el destino no quisiera que Xose abandonara el mar que había visto nacer, y incluso morir, a tantas generaciones de su familia.
- ¡Ferrán, a comer! – dijo mi madre al otro lado de la puerta.
La voz de mi madre me devolvió al mundo real, sacándome del mundo de los pensamientos en el que una vez más me había introducido. Salí de la habitación y fui a la cocina a comer junto a mi madre. Al poco de empezar se lo conté, le conté que todo aquello del restaurante que le había dicho el día anterior se había truncado debido a la mala suerte, a la desgracia de mi amigo Xose. Mi madre no supo que contestar y lo único que dijo fue que no hacía falta que fuéramos los dos a la tienda, que si me quería quedar en casa lo hiciera. Le respondí que no, que prefería ir para despejarme. Mi madre contestó diciendo que se quedaría en casa para limpiar un poco. Así, después de comer, volví a la tienda, dando un tranquilo paseo. Al llegar, Rebeca ya estaba allí.
De nuevo, al igual que la mañana, la tarde fue también muy tranquila, y casi no entró nadie en la tienda. Al rato de estar allí, le conté a Rebeca lo que me había pasado, lo de Xose y su padre. La forma en la que su vida había cambiado y como nuestros planes de abrir un restaurante habían quedado frustrados. Al terminar, Rebeca se acercó a mí y me dio un beso en la frente diciendo que lo sentía, pero que estaba convencida de que, al final, todo se arreglaría. Asentí tímidamente.
- Bueno, ya que has venido para olvidarte de esto estando ocupado y viendo que hoy no entra nadie, ayúdame a buscar un vestido, que tengo el cumpleaños de una amiga dentro de poco – dijo Rebeca mientras rebuscaba entre las perchas.
Acepté la oferta de Rebeca aun sabiendo que lo del cumpleaños era un excusa para mantenerme entretenido y hacer que se me olvidase, lo cual agradecí sonriéndola.
- ¿Qué talla buscas? – le pregunté
- La misma que uso yo, la 38. ¿Qué te parece este?
- A mí me gusta – dije mientras lo extendía con la mano.
- Dámelo un momento para que me lo pruebe.
Rebeca cogió el vestido y se metió con él en uno de los vestidores. Al poco tiempo me llamó para que la ayudara a subirse la cremallera.