PUNTO DE INFLEXIÓN
La relación entre Rebeca y yo iba cada día mejor, aunque seguíamos manteniéndolo en secreto. Por un lado estaba mi madre, que no sabía como se iba a tomar mi relación con “la empleada”; y por otro lado estaba la abuela de Rebeca que, aunque ella me decía que era maravillosa, a mí me seguía dando miedo, un miedo que se acrecentaba cuando Rebeca decía que de un tiempo hacía aquí -desde que me conoció- pensaba yo, se comportaba de un modo un tanto extraño, aunque nada que fuera alarmante, decía ella. Así, entre unas cosas y otras, seguíamos manteniéndolo en secreto, un secreto que sabíamos que no iba a ser eterno, pero para el que tampoco encontrábamos un momento para romperlo.
Había pasado ya casi un mes desde que habíamos empezado a salir y el secreto permanecía a salvo, algo que pronto se volvería en nuestra contra, ya que nos volvimos un poco descuidados, confiados en que no se nos descubriría sin que nosotros quisiéramos, pero pasó:
Estábamos en la trastienda de la tienda, como la primera vez, y como casi siempre, besándonos, lo único que allí nos atrevíamos a hacer, y lo más que hasta ese momento habíamos hecho en casi un mes, a excepción de algún tocamiento superficial sobre la ropa, pero ese día cometimos un error. Mi madre entró en la tienda, pero nosotros no la oímos. Ella había quitado por la mañana una campanilla que había en la puerta, y que sonaba cada vez que ésta se abría, y no nos habíamos acordado ninguno de los dos. Así, mi madre entró en la trastienda, descubriéndonos allí. Rebeca y yo nos separamos y nos levantamos, intentamos explicar lo que no tenía explicación. De nuestras bocas sólo salían palabras entrecortadas y sin sentido, y eso hacía que nosotros nos pusiéramos todavía más nerviosos. Yo ya esperaba una gran bronca, pero la reacción de mi madre me sorprendió: ella nos miró, sonrió y salió por la puerta. Rebeca y yo nos miramos y salimos con la mirada baja.
- ¿Por qué salís así?, ¿acaso pensáis que soy tonta?. Por si no lo habíais notado, soy algo mayor que vosotros – decía mi madre con voz cómplice.
- Entonces, ¿lo sabías? – le dije.
- Claro, yo también he tenido vuestra edad, y he tenido padres, y he tenido novios, y sé lo que se hace, y la cara que se pone, y se os notaba mucho – continuó casi burlándose de nosotros.
- ¿Y te parece bien? – le pregunté.
- ¿Y por qué no habría de parecérmelo?. Rebeca es una chica muy guapa y simpática.
Soplé de alivio. Lo que pensaba que iba a ser un nuevo drama familiar se quedó en nada, absolutamente nada, y tanto Rebeca como yo empezamos a sentirnos más cómodos, y a quedar en mi casa. Ya sólo quedaba la abuela de Rebeca, que a mi me seguía inspirando mucho respeto, y convencí a Rebeca para que tardáramos un poco más en decírselo.
Pasaron unos días más. Estábamos en la tienda cuando mi madre nos dijo que al día siguiente cogiéramos el coche y nos fuéramos a Elda a por género, “y tomaos el resto del día para vosotros” nos dijo sonriendo. Así, al día siguiente cogimos el coche y nos fuimos a Elda. Yo estaba muy contento, ya que desde que volví de la mili, donde me había sacado el carnet, era la primera vez que mi madre me dejaba el coche sin ella delante, y para ir a otro pueblo, ni más ni menos, y eso que yo ya había tenido suficiente práctica en aquellos pueblos de Madrid por los que me había estado desenvolviendo.
Por fin, y guiado por Rebeca, que ya había venido alguna vez a acompañar a mi madre, llegamos a Elda, y al proveedor. Tras recoger el género dimos una vuelta por el pueblo, en el transcurso de la cual vimos unos carteles de un concierto que Los Secretos iban a dar allí en dos semanas. Fuimos a una de las tiendas donde ponía que se vendían entradas y compramos dos, pues a ambos nos gustaba mucho ese grupo.
De regreso a Alicante, a mi madre no resultó difícil convencerla, es más, nos animó contándonos escapadas suyas para ver al Dúo Dinámico o a Fórmula V. Convencer a la abuela de Rebeca iba a ser una tarea bastante más ardua, sobre todo porque, tal y como me dijo Rebeca, este era el mejor momento para contarle lo nuestro. Así, Rebeca y yo fuimos decididos a su casa. Nada más entrar me percaté de que la mirada de su abuela había cambiado al ver que yo había venido con su nieta.
- ¿Qué hace el aquí?, ¿se ha vuelto a caer? – dijo en tono desagradable.
- No, abuela, no. Hemos venido a contarte algo.
- ¿Hemos? – dijo rápidamente la abuela.
- Sí, hemos. Abuela, Ferrán y yo llevamos un mes saliendo juntos, y creo que ya era el momento de que lo supieras.
La abuela de Rebeca se sentó y nos miró sin decir nada.
- Hay algo más – continuó Rebeca.
- ¡Estás embarazada! – dijo exaltada levantándose.
- No, no, no – se apresuró Rebeca. – Te quería pedir permiso para ir a Elda a un concierto con Ferrán.
- A escuchar esa música punki que os gusta ahora a los jóvenes – dijo ella mientras nosotros poníamos cara de extrañados.
- No, no – volvió a replicar Rebeca. - Escucha – dijo poniendo un vinilo.
Entonces empezó a sonar “Déjame”, y la cara de su abuela volvió a cambiar.
– Me suena - dijo ella. – Diga lo que diga os vais a ir, lo sé, así que no os lo voy a prohibir.
Al final no había resultado tan traumático como yo pensaba y habíamos salido bien parados de sincerarnos con la abuela de Rebeca.
Por fin, llegó el día del concierto. Rebeca y yo nos montamos en el coche y fuimos a Elda dispuestos a pasárnoslo en grande con Los Secretos, y así lo hicimos. A la vuelta, regresamos con la música aún resonando en nuestras cabezas. De repente, una intensa niebla apareció de la nada y nos envolvió. Sin darme tiempo a reducir la marcha, noté que nos salimos de la calzada y que nos íbamos hacia abajo sin que los frenos pudiesen impedirlo, hasta que un árbol nos paró. El golpe fue muy fuerte. Rebeca estaba inconsciente y yo, aunque muy dolorido, salí del coche para intentar encontrar la carretera y alguien que nos ayudase.
Subí por aquel terreno escarpado hasta que, con el tacto, encontré la calzada, pero no alcanzaba a ver nada. De pronto, escuché unos disparos.