II
Al parecer vivían allí los cinco, Carlo, su mujer, la viuda del de los sesos, este mismo antes de su muerte y por último Nandhy, el más joven de todos. El que murió primero. El que se puso nervioso cuando mi compinche empezó a gritarle, cuando le amenazaba por no traer nuestro maletín. El resto ya es sabido, sino hubiera salido del coche, Sam, mi compinche, podría haber logrado un trato. Pero no fue asi, y aquí estamos.
Dejamos atrás la casa de los Curtis, nuestra dirección era ahora el parque de la playa. Era donde los muy cabrones de los Curtis movían toda su mierda de droga adulterada. El día, por fortuna era gris, por lo que tanto el paseo, como el parque como la playa estaban semidesiertos. Mejor asi, por si había que montar una escena. A Sam no le gustan las escenas, se pone nervioso y se pone a disparar como un poseso. La última vez, en el parking de un centro comercial, una bala perdida suya acabó con un crío pequeño. Luego, tuvo que matar a la madre también, estaba fuera de sí, decía Sam. Yo no lo vi, como tampoco vi a Carlo hasta que Sam se puso a correr tras de él. Me llevaba una ventaja importante cuando yo me puse a correr, Carlo se había percatado y al principio corrió, pero un carrito de helados le impidió continuar su fuga, y fue directo al suelo.
-¿Nos la querías pegar, cabronazo? –Sam lo agarraba duro de la camiseta, tanto que sus pies levantaban un palmo del suelo. Su cara de furia no era presagio de nada bueno, suerte que llegue hasta ellos.
-Déjalo hablar Sam, deja que nos explique. –Dije -¿No se te habrá ocurrido abrir el puto maletín verdad? Dime que no, o mi amigo se va a cabrear mas.
Carlo me miró, era una mirada de angustia. El tipo de mirada que delatan por si solas, el tipo de mirada que tienen los perdedores. Sin que dijera una mísera palabra, yo ya sabía que lo había abierto...
-Si... lo abrí, quiero decir... se abrió...cuando se me cayó de las manos.
-Será hijoputa. Sam le asestó un puñetazo en la boca del estómago, no cayó al suelo pues aun lo seguía sujetando, el presagio de que habría mas.
-¿Y que has hecho con él? – No se te habrá ocurrido desprenderte de él, ¿verdad?.
Carlo agachó la cabeza, estaba hundido.
10 minutos después, Sam volvía con Carlo a casa de éste, según comentó le había dado uno de los sacos del maletín a Samir. El muy cabrón quería vender nuestra droga. Samir se dedicaba a trapichear pequeñas cantidades de coca bajo los puentes de la autopista. Por allí pasaban todo tipo de calaña, desde yonkis con las horas contadas, hasta ricos empresarios de la ciudad. Todos buscaban lo mismo, la coca de Carlo y los suyos, y se aprovechaban de que era un sitio virgen, la poli no tenia ni idea de el. Como de nada.
Cuando Sam montó, o mejor explicado, metió de un puntapié a Carlo en el coche, me separé de él, yo iría a visitar a Samir. Tenía aún una ventaja. No me conocía, no sabía que se estaba haciendo de oro a costa de mi jefe. Pero yo iba a por él.