UN DOMINGO CUALQUIERA
Domingo, no trabajo pero aún así me pongo el despertador temprano. Como si de un autómata se tratara entro al baño, desayuno y me visto. La casa esta en completo silencio, invadida por una penumbra inalterable que me rodea mientras hago las primeras labores del hogar; todavía no he pronunciado ninguna palabra que pueda romper el silencio.
Salgo a la calle, el día esta nublado, algunos rayos de luz atraviesan el manto grisáceo del cielo y se reflejan en el suelo, que con las lluvias de la noche crean una estampa melancólica, y yo, como soy un bobalicón romántico hace que me encante la ciudad hoy. Comienzo a subir por la cuestecilla, ando de forma acompasada sin detenerme, casi paso militar, hasta que llego a la puerta de una pequeña capilla.
Dentro, como siempre, está el párroco, un hombre cincuentón, bastante activo y cuya fe casi lo convierten en un extremista católico, preparado en cualquier momento para evangelizarte a través de su inseparable y desgastada Biblia. No me saluda, y no es porque este enfadado conmigo, tan solo el primer dia que me vio me pregunto porque no esperaba a la hora de la misa. Yo tan solo le conteste que me gustaba rezar solo y en silencio; y es en esa tarea en la que me pongo, me coloco en un sitio apartado, donde no molesto ni soy molestado. No estoy mucho tiempo, tan solo diez o quince minutos, pero lo hago todos los Domingos, y aún no consigo parar esa lagrima que me salta cuando le pido a Dios que la cuide.
Cruzo la plaza peatonal dirección norte, subiendo por una calle estrecha, hasta que me paro en una tienda esquinada y con pequeños escaparates.
Antes de entrar en ella ya se quien me espera, una mujer madura, agradable y sobre todo trabajadora, nunca vi cerrada esta floristería, excepto obviamente, por la noche. Al cruzar la entrada hablo por primera vez hoy, pero es tan solo un “buenos días” y ella me responde con un “¿lo de siempre?”. Tras mantener una conversación amable y escueta, salgo e inicio otra vez mi marcha.
Mientras camino observo la rosa, esta vez amarilla. “¿Cómo es posible que te gusten tanto las rosas?” la decía, ya que tenia una especie de debilidad, obsesión o empatía, quizás ella fue una en otra vida.
La valla me guía hasta el portón de entrada, vigilada por dos hayas gigantescas, el encargado se afana en recoger las hojas caídas y me saluda cortésmente. Yo le contesto mientras entro. Giro a la derecha y luego a la izquierda enfilando el camino de piedra que esta a mis pies. Antes de llegar a mi destino siempre me paro unos segundos a admirar un ángel de mármol oscuro, figura que parece estar bajando desde el mismísimo cielo para llevarse a este hombre con él.
Después de andar otro poco me acerco, sigilosamente, y deposito la rosa. Beso suavemente la lápida, intentado acallar los lamentos. Es inconcebible es esfuerzo que me supone venir, siento que cada paso que doy en dirección al cementerio, el diablo aprieta mi corazón más y más fuerte, mero juguete en manos de Satanás. Ella lo era todo y ahora no tengo nada, nada salvo la esperanza; la esperanza de que Dios Todopoderoso la guarda y la cuida, no porque fuera religiosa, que no lo era; no porque yo sea religioso y rece por ello, es llana y simplemente porque ella se lo merece.
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Pongo este relato, porque fue uno de los primeros que escribi en serio. Ganó el concurso de literatura de Monenes, hace bastantes meses.
Pues eso, nada especial, que me hacia ilu ponerlo