Es cierto que, a veces, nos transportamos sin querer a otros lugares, que hemos visitado en otro momento... Como si fuera un fallo en Matrix (o lo que toda la vida hemos llamado una especie de
déjà vu; sin embargo, esta vez, era un recuerdo real el que me asaltó). Fue lo que me ocurrió anoche, el día 1 de Enero, cuando me adentré en las calles del centro de Madrid y creí haber vuelto al boulevard de Saint-Michel, en París.
En aquel momento, creí que los puertas me asaltarían con florituras en francés y que el fuerte olor a crepe recién hecho, inundaría mis hambrientas fosas nasales. Craso error.
Me tenía que conformar pensando que las putas (a estas horas, se me permite soltar un taco, ¿no?) de la calle de la Montera sabrían, por lo menos, hablar francés; a parte de practicarlo, claro está, por un módico precio.
Pero no, amigos míos. Aunque mi hipotálamo anduviera perdido en las calles de París, mi cuerpo seguía en suspensión, rodando por los adoquines húmedos de una fría madrugada, en busca de un chocolate con churros con el que volver a lo castizo de nuestra tierra, a falta de crepes. Y el caso es que lo encontré. Casi se me apareció, como un espejismo, la prueba de que me encontraba en la latitud unos 40º Norte: Churrería Paco. Ya no cabía duda. Y mientras los churros descendían en una alocada carrera por mi faringe y esófago, hasta desembocar en mi diáfano estómago, mi hipotálamo volvía a aposentarse en mi cavidad cerebral, como los gatos que se enroscan sobre sí mismos para conservar el calor.
Algunos extranjeros (ingleses, me pareció por el tono de su voz) me miraban de soslayo, imaginando quizá que no había comido nada en todo el día. En la mesa de enfrente, se sentaban tres chicas rubias que hablaban quizá rumano y, en la mesa de al lado, una joven china con sandalias (¿sería de la china ártica?). Volvía a transportarme, sin querer, a las calles centrales de Europa. El sonido escandaloso de la máquina tragaperras, me hacía poner de nuevo los pies en la tierra.
-Es inevitable, señor Anderson, si me permite la formalidad, que usted vuelva a sufrir otro pseudo-
déjà vu. Para eso está su cerebro; para no olvidar, señor Anderson...