Podría pasar por una noticia satírica, pero lo cierto es que los habitantes de Woodland, en Carolina del Norte, han utilizado una combinación casi fatal para sus propios intereses: estupidez y democracia. Una sólida mayoría de sus concejales ha prohibido la instalación de una planta de generación fotovoltaica tras escuchar en asamblea a sus vecinos argumentando sin pudor que existe la posibilidad de que cause cáncer, y que los paneles solares atraen hacia sí toda la energía, dejando sin alimento a las plantas cercanas.
La compañía Strata había solicitado el permiso municipal para construir una planta de generación fotovoltaica en esa localidad de la Norteamérica profunda, aprovechando no sólo su buena insolación sino también su localización en la red eléctrica, pero se ha topado de lleno con prejuicios mágicos.
Entre los que han convencido a sus vecinos de que esta planta no se debería instalar, y de que habrá que hacer un referéndum cada vez que una compañía eléctrica vuelva a llamar a la puerta, está asombrosamente una profesora de ciencia jubilada, Jane Mann.
Mann, exitosa promotora de la moratoria solar, afirma que le preocupan las plantas que embellecen la comunidad, según informa el diario local Roanoke-Chowan News Herald. Los paneles fotovoltaicos, explica, chupan la energía solar a su alrededor e impiden que se lleve a cabo la fotosíntesis. Y asegura que cualquiera puede comprobar que, alrededor de los paneles solares, las plantas se marchitan porque no reciben suficiente luz solar.
Por si el argumento no fuese suficientemente demoledor, esta residente consiguió convencer a sus vecinos de los peligros de la energía solar recordando que nadie ha conseguido demostrar hasta la fecha que los paneles fotovoltaicos NO provoquen cáncer.
De poco sirvieron las explicaciones de la compañía ante la firme convicción de vecinos de Woodland como Mary Hobbs, que asegura que los paneles solares que han instalado sus vecinos en sus tejados han disminuido el valor de mercado de su vivienda, y que añade que el pueblo se muere precisamente por culpa de este tipo de extravagancias urbanas. Por eso, explica, Woodland se está convirtiendo en un pueblo fantasma, sin oportunidades para los jóvenes.