Era una lenta canción, una sonrisa apagada en el transcurso de las horas, una voz que iba llamando al silencio.
La sangre caía gota a gota por uno de los agujeros de aquel corazón roto.
En el suelo un lago rojo, como si decenas de pétalos de rosas que la vida hubiese deshojado lo cubriesen.
Una mirada agonizante perdida en un horizonte no muy lejano buscando una oscuridad en la que ahogarse y dejar de consumirse de dolor.
Unas manos frías, temblorosas, que mecían y sostenían un fino y delgado hilo, más fino y frágil aún que cualquiera de sus delicados cabellos.
Era un llanto que florecía en la noche calma, un último hálito de vida, una última bocada de aire.
Era un alma llamando a la muerte, ansiando librarse de aquel hilo tejido tantas veces.