A estas alturas de la historia del ocio electrónico, los videojuegos pueden ser y son mucho más que videojuegos. Algunos han trascendido a su simple uso para convertirse en objetos de colección más o menos codiciados. Y como en cualquier coleccionismo, como por ejemplo la numismática, hay piezas exclusivas por las que se pagan cifras impensables para la mayoría de los mortales.
No voy a entrar a juzgar si es moral o no gastarse 100.000 dólares en un videojuego. Coleccionar no es una necesidad vital a fin y al cabo. Lo que sí diré es que no creo que haya que rasgarse las vestiduras yéndonos a los extremos. Que esa unidad en concreto se haya vendido por ese precio no va a privar a nadie de jugar si quiere a Super Mario Bros.
Es más, cualquiera con trabajo puede permitirse tener una copia original de este y de la mayoría de juegos. No hay que olvidar que el 99% de los coleccionistas no son precisamente millonarios viviendo en mansiones. Es decir, que es poco probable que el mercado se vaya a volver loco de la noche a la mañana por un caso extremo como el referido en esta noticia. Simplemente el poder adquisitivo de la mayoría de participantes en la demanda no puede adaptarse a una oferta disparada y disparatada. Los casos extremos juegan en otra liga.