Diana pasea triste en medio de la oscuridad de su casa. Se acerca a la ventana de su habitación. Llueve. La lluvia siempre le ha transmitido sentimientos de tristeza y nostalgia, y hoy los siente más que nunca, pues desde que cambió de vida no ha vuelto a ser la misma joven alegre de antes.
Ahora mira fijamente el teléfono. Piensa en todas las llamadas que le prometieron sus amigos cuando se fue del pueblo. Los primeros días después de la mudanza sí que la llamaron, pero después no volvió a saber nada más de ellos.
Diana se arrepiente de haber hecho ese cambio, de haber dejado su vida feliz para vivir una aventura que supuestamente tenía que llenarla más. No entiende por qué lo hizo. Lee lo que ella misma escribió hace unos meses y no se reconoce. No reconoce las palabras que justifican que el hecho de dejar una vida feliz para conocer otra forma de vida es algo necesario e interesante.
La soledad que Diana siente en estos momentos no es ni necesaria ni interesante. Para ella, la vida en la ciudad no tiene sentido. En el pueblo lo tenía todo: amigos, familiares, buenos ratos con los viejos conocidos... Y ahora no tiene nada.
Ha pensado varias veces en volver atrás, volver al pueblo y hacer como si ese cambio no se hubiera dado nunca. Pero no se siente capaz. Antes era una chica feliz, alegre, extrovertida, guapa... Tenía muchos amigos y muchos pretendientes. Todos los vecinos le veían un gran futuro, pues era, además, una chica muy inteligente.
Ahora Diana ya no es así. El cambio la ha vencido, y no quiere volver para que todos vean en lo que se ha convertido.
Diana tiene miedo. No sabe exactamente a qué, pero lo tiene. Llora. Llora triste porque se ha perdido en el camino de su vida y no sabe qué rumbo ha de tomar. Siempre ha sido muy orgullosa, y se niega a sí misma pedir ayuda a los demás para salir de ese pozo. No. Antes preferiría estar muerta.
En este momento ve una revista tirada por el suelo. La compró unos días antes. Está abierta por la página del horóscopo. Diana nunca ha creído en los astros, pero en un momento de debilidad cualquiera puede hacer cosas que en estado ‘normal’ jamás se habría planteado.
Diana busca su horóscopo en la revista. Acuario. Lee: “esta semana estará llena de novedades positivas para tu vida amorosa. Si tienes pareja, los dos viviréis un momento muy apasionado y es posible que toméis alguna decisión importante de cara al futuro. Si eres soltera, es posible que conozcas a alguien especial. No cierres las puertas a nadie, pues puede que pierdas la oportunidad de conocer al amor de tu vida. En cuanto a la salud, tienes que cuidarte. Las lluvias de abril pueden traer resfriados inesperados.”
De repente lanza la revista al suelo. Todo lo que dice son mentiras. Ningún folletín es capaz de reflejar lo que ella siente en estos momentos. Al fin y al cabo, es lo que llevaba sintiendo desde hace meses.
Se siente perdida, desorientada; no sabe qué hacer con su vida. Y en tal desespero, ve lo que nunca tiene que ver una persona en su estado: una salida por la puerta de atrás, que en este caso es la ventana abierta por la fuerza del viento.
La joven es muy consciente del riesgo que corre si salta, porque a pesar de todo no ha perdido la cordura. Sabe muy bien que cometió un gravísimo error alejándose de los suyos cuando más la necesitaban. Pero ella era tan orgullosa que no se dio cuenta de ello. Diana era feliz aparentando ser una chica maravillosa y dejándose halagar por los demás. Y llegó a interpretar tan bien su papel de buena chica, que se lo acabó creyendo. Se lo creyó tanto que no se dio cuenta de cómo era realmente hasta que se encontró ahí, enfrente de la ventana y mirando fijamente al exterior. Diana no es alegre, no es simpática, no es guapa; y tampoco lo ha sido nunca. Prueba de ello es el rechazo que sintió por parte de la gente de la ciudad, de sus nuevos vecinos, que la despreciaron por los aires de grandeza que llevaba siempre, esos aires que en el pueblo hacían que todo el mundo la viera como el ser más cercano a la perfección. Y es que un pueblo es muy diferente de una ciudad.
Había pasado de ser el centro de todos a ser una más, y su orgullo no lo aceptaba. Diana no había intentado integrarse a su nueva vida, siempre creyó que todo sería fácil para ella y que todo el mundo la ayudaría sin que ella tuviera que pedírselo. Y se dio cuenta demasiado tarde de que la vida no es tan fácil.
Ha pasado una hora desde que Diana se acercó a la ventana. Ahora ella ya no está allí. Una ambulancia la recogió del suelo unos minutos después de su intento de suicidio. Se encuentra en el hospital, grave.
Pasan los días. Diana ya está fuera de peligro, pero la caída le ha pasado factura. Ha perdido el movimiento en ambas piernas, y lo más probable es que tenga que pasar el resto de su vida en silla de ruedas. Su familia llora desconsolada, pero los médicos insisten en que a pesar de todo ha tenido suerte.
Diana despierta. Poco a poco empieza a ser consciente de la vida que va a tener a partir de ahora. Todos los de su alrededor tendrán que ayudarla a adaptarse a su nueva situación. Ella se verá obligada a pedir ayuda. Se verá obligada a perder su maldito orgullo.
Orgullo, insatisfacción, arrepentimiento, nostalgia, pérdida... Todo un cúmulo de sentimientos han hecho que Diana decidiera acabar con su vida. Ella escogió la salida que le pareció más fácil para acabar con su sufrimiento, pero la jugada le salió mal, y ha acabado peor de lo que ya estaba.
No sabemos lo que pasará con Diana. Quizá intenta suicidarse de nuevo ante la impotencia que siente por su nueva vida. Quizá la trata un buen psiquiatra que la quita esas ideas de la cabeza. Quizá el amor y el cariño que sentirá por parte de los suyos en esos momentos hacen que vuelva a tener fuerzas para salir adelante. Quien sabe.
Lo que es seguro es que su vida volverá a cambiar. Intentó acabar con todo porque un cambio le salió mal, y ahora se ve obligada a pasar por una nueva etapa en su vida. Las cosas son así, no siempre salen como nosotros queremos, y buscar la salida más fácil a veces hace que tengamos que pasar por una situación aún más difícil de la que estamos viviendo. Y cuando se consigue llegar a esa salida fácil, nos estaremos perdiendo pequeñas alegrías que nos da la vida, en el día a día, en la casualidad, en la sorpresa... No debemos rendirnos, las salidas fáciles no son buenas, tenemos que luchar por ser felices, o por lo menos para intentar serlo. Seguro que en ese camino a la felicidad nos encontraremos alguna alegría, quizá pequeña, pero alegría al fin y al cabo.