Una semana en la vida de Afredo Montaner. Lunes
Una semana en la vida de Alfredo Montaner. Martes
Una semana en la vida de Alfredo Montaner. Miércoles
Jueves
¡Que bien habían dormido aquella noche! Cuando Alfredo y Lucía despertaron, eran casi las tres de la tarde. La noche anterior se acostaron a altas horas de la madrugada y luego habían hecho el amor, así que en aquella mañana soleada ambos se sentían realmente bien.
Alfredo se levantó y descorrió las cortinas del dormitorio, el sol le golpeó la cara bruscamente. Cuando sus ojos se hubieron recuperado de el exceso de luminosidad, observó la calle, y allí volvían a estar aquellos niños que solían jugar al fútbol en el parque de enfrente de casa y el jolgorio volvía a reinar en la barriada. Alfredo sonrió, y Lucía se alegró de verle tan feliz.
Aquel día Alfredo decidió que ya había dibujado bastante durante toda la semana, así que no se sentó en su mesa de escritorio durante todo el día. En vez de eso, Lucía y él se sentaron en el parque, contemplando el inexorable paso de las horas. Alfredo le habló de su vida antes de que ella llegara, mientras, Lucía escuchaba en absoluto silencio.
Le contó como su vida se había consumido entre las drogas y la bebida, cómo había perdido a su familia y como se encontró cerca de los cincuenta años completamente solo viviendo en un tugurio. También le contó cómo empezó a dibujar, descubrió esa afición en una tarde lluviosa, cuando, observando por la pequeña ventana de su choza vio a una mujer sentada en un banco, bajo una intensa lluvia que distorsionaba casi por completo su silueta. Él la dibujó desde lo lejos, imaginando sus rasgos ya que le eran apenas perceptibles. Alfredo se sorprendió a si mismo al ver concluido su trabajo, se dio cuenta de que el dibujo que acababa de crear era digno de un profesional.
Desde ese momento su vida cambió por completo, se dedicó en cuerpo y alma al dibujo y por fin apareció una mujer en su vida, se llamaba Ángela, era varis años más joven que él pero su mutuo amor les hizo permanecer juntos. Ella le ayudó a encontrar su primer trabajo en muchos años, en un periódico local como ilustrador.
Alfredo progresó profesionalmente y pronto tuvieron dinero para comprar la casa en la que ahora vivían, una casa tal y como la había imaginado siempre, en un lugar que Alfredo ya conocía en su mente y sus dibujos. Una vez se hubieron mudado a su nueva casa, tuvieron una hija, una preciosa niña a la que llamaron Laura. Por fin todo estaba saliendo según él lo deseaba.
Lucía seguía escuchando en el silencio más absoluto, mientras, en el parque ya no quedaba nadie, el sol desaparecía tras el horizonte y por unos instantes, un bellísimo manto rojo cubrió el cielo.
Una semana en la vida de Alfredo Montaner. Viernes
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