CAPITULO 6: Choque.
Avanzando en punta de flecha los valerosos guerreros descendieron la colina. El continuo espolear sobre los flancos de los caballos se unió al chapoteo de los cascos de los corceles. Dejando tras de si una estela en el agua, el contingente desenfundó sus armas al grito de su capitán.
La plaza central se encontraba ocupada por más de una veintena de los efectivos de Vaskarad, que recibieron el brutal impacto de la carga de caballeria. Los poderosos equinos golpeaban con sus herraduras a las pestilentes legiones de muertos mientras sus jinetes cortaban miembros aprovechando la inercia de la colina. En cuestión de segundos el barro acogió a muchas de esas criaturas sin que los humanos sufrieran una sola baja. Cuerpos de nuevo sin vida yacían esparcidos bajo la lluvia cuando la tropa exploradora comenzó lentamente a reagruparse sobre si misma en aquel lugar.
-¡Estos no pueden ser todos!- se escuchó decir.
El desconcierto apareció en los rostros de los veteranos que sin duda esperaban una feroz resistencia. Nicholas se mantenía expectante, tirando ocasionalmente de las riendas de su caballo a fin de mantener la posición. El piafar de los animales comenzó a resonar en la plaza. No se escuchaba nada más.
Sin previo aviso uno de los milicianos soltó un alarido. Al girar todos la cabeza observaron como un grotesco espectro de color negro introducía sus etéreas manos en el pecho de la victima. Si se le hubiera preguntado a cualquiera de ellos habrían jurado que esa cosa acababa de arrancar el alma de su camarada. Tan pronto como sacó sus garras del torso del hombre, se esfumó entre la lluvia. El cuerpo sin vida de aquel desdichado cayó de la montura con una espeluznante mueca de dolor en la cara.
-¿Que era esa cosa?- preguntó uno de ellos con voz temblorosa.
-No lo se, ¡abrid bien los ojos y sujetad las espadas!- gritó Nicholas.
La formación se cerró aun más a la espera de un nuevo ataque del espectro. Una acometida que no llegaría.
En la entrada oeste de la plaza una figura comenzó a acercarse al grupo. Se encontraba a unos veinte metros y la lluvia no permitía que se apreciara con claridad su rostro. Era un hombre grande de mediana edad. El pelo de color blanco pegado a la cara ocultaba aun más sus rasgos. Por un momento se detuvo y pateó uno de los cadáveres sin obtener respuesta. Los hombres dudaron por un instante, pues parecía un superviviente del poblado. La tremenda hacha que sacó de su espalda confirmó sus temores.
Avanzando lentamente entre la lluvia, Lord Vaskarad contemplaba con autentico odio a sus rivales. Mantenía el arma sujeta con la mano derecha, baja y pegada a la pierna. Sus ojos acusadores permanecían fijos en el estandarte de la compañía. Por un momento se detuvo y señaló con la punta de su arma al contingente.
-Vosotros, os conozco...hace tiempo que pagasteis por vuestra osadía- dijo el guerrero, -y sin duda volveréis a pagar, ¡servidme en muerte!.
Pronunciada esta frase Vaskarad comenzó a correr hacia el grupo a mayor velocidad de lo que ningún caballo lo hacía. Tomando impulso en el último instante saltó hacia el atónito tropel que no esperaba nada parecido. Tres caballos dieron con sus cuerpos en tierra con sonoras costaladas mientras los jinetes corrían peor suerte. Sin saber bien como, heridas y desgarros acababan con sus vidas.
Nicholas observó con horror como con unos movimientos imperceptibles acababa de partir en varios pedazos a tres de sus hombres, monturas incluidas. Aquella cosa inhumana giró de nuevo la cabeza hacia el grupo con un gesto sanguinario en el rostro y los ojos relucientes como dos estrellas fugaces.
-¡Devoradlos!- pronunció con tono sarcástico.
De improviso legiones de muertos comenzaron a entrar en la plaza. Por cada una de las cuatro entradas penetraban muchedumbres de fanáticos seres sin mente. El grupo se vio rodeado y los caballos comenzaron a ponerse nerviosos. Manos huesudas palpaban las piernas de los soldados tratando de derribarles, por mucho que cortaran un nuevo cadáver ocupaba el lugar del caído. Poco a poco los jinetes comenzaron a ser derribados. Los caballos recibían mordiscos en el cuello y estomago, donde la barda no ocultaba la piel.
Un chillido inhumano desgarró el aire. Nicholas vio como de nuevo el espectro que minutos atrás mataba a un camarada, volvía a hacerlo.
-¡Retirada!¡Retirada!- gritó, dejando que la lógica se impusiera.
De los siete hombres que aun quedaban en pie, solo dos consiguieron salir de aquel pueblo. Magullados y doloridos cabalgaron sin detenerse hasta la colina desde la que iniciaron el ataque. Nicholas y un compañero acababan de escapar de una muerte segura. El resto de la expedición no había corrido el mismo destino. Desde donde estaban situados podían ver la plaza pública, convertida en un cementerio improvisado donde el barro y la sangre teñían de un color peculiar el terreno. Entre todas las formas que se movían, los dos supervivientes pudieron ver a un hombre de pelo blanco con un hacha cargada al hombro que les contemplaba entre la lluvia. Sin duda les estaba mirando.
-Nos ha dejado marchar- pronunció Nicholas con voz temblorosa, -estoy seguro, quiere que reportemos lo sucedido.
Espoleando los caballos dieron media vuelta en dirección al castillo. Varios días les separaban de su destino, Lady Irine no esperaría nada parecido a lo que iba a escuchar.
En la plaza del pueblo Vaskarad se encontraba arrodillado con las manos extendidas al cielo. El ritual era un éxito de nuevo. Los hombres que yacían aun calientes en el suelo comenzaban a levantarse con la mirada perdida e hilos de saliva cayendo de sus bocas. Su legión no había disminuido, es más, acababa de aumentar por cortesía de la milicia de Hatternich.