Son diversión sencilla sin muchas complicaciones y muy variada. Desde jugar solo a hacerlo en compañía, jugar online, jugar una campaña en solitario, ponerme las gafas de realidad virtual, rememorar juegos clásicos, hay muchas opciones y todas me apetecen y hacen feliz. No diría que me relajan porque es falso, pero me cabreo (Overwatch), me estreso (juegos de realidad virtual), me frustro (bloodborne), me pierdo en sus mundos (Zelda Breath of The wild), en resumen: no me suelen dejar indiferente.
Es un hobby plagado de anécdotas y en el que he conocido a gente estupenda, en persona, en foros, online jugando y que suelo asociar a innumerables momentos de felicidad, desde abrir un regalo a estrenar consola, a reunirnos en el pueblo para jugar en LAN tras una barbacoa.
Los videojuegos son una parte importante de mi historia personal por lo que han representado. Un deseo inalcanzable (la SNES, la Neo Geo o la Playstation 2) y una conquista de mi incomprendido hobby como forma de ocio completamente compatible con ser una persona normal y estudiar, trabajar y ahora en unos meses, ser padre.
Cada día juego menos por ley de vida pero siguen ahí y sigo aquí.
Larga vida a los videojuegos