Warlock. Capítulo 3: Cruce de caminos

Bueno, después del caos de los dos primeros y el prólogo ahí va el tercero que, calma que to tiene sentio aunque no lo parezcaXD.

Cruce de caminos


Héctor salió del portal a cientos de kilómetros de Liláncor y casi un día después de haber entrado, pero para el mago apenas habían pasado unos segundos desde que había dejado la academia. Los portales mágicos como el que Héctor acababa de usar tenían la propiedad no sólo de romper la tela misma de la realidad sino también de manipular la velocidad del flujo temporal en su interior. Un detalle muy conveniente en viajes tan largos como el que el mago acababa de realizar pero que también tenían sus puntos negativos, en este caso una molesta sensación de mareo a causa de la brusca transición entre un flujo temporal y otro.
-No lo recordaba tan desagradable. –Refunfuñó Héctor mientras se tambaleaba buscando con una mano el pasamanos de la escalera. –Tengo que viajar más, estoy perdiendo la costumbre.
Todavía murmurando para sí mismo, el mago tomó aire para despejar un poco la sensación de mareo y se dirigió hacia una de las puertas caminando con pasos no muy firmes. La sala en que se encontraba parecía exactamente la misma que la de Liláncor en cuanto a decoración e incluso tenía el mismo número de puertas, pero el paisaje que podía verse más allá de sus pórticos dejaba claro que ya no estaba en la pequeña academia.
Levantada justo en la frontera entre los reinos humanos del norte y la nación de los Altos elfos Talensis era uno de los mejores ejemplos de lo que la colaboración entre las razas podía llegar a conseguir. En los tiempos anteriores a la coalición la ciudad ni siquiera existía como tal y en su lugar solo había una gran llanura vigilada por dos fuertes que se miraban desde sus dos extremos: Talen, la fortaleza de ónice de los humanos Norteños y Enesis, la centinela blanca de los Altos elfos. Tras el final de la guerra ambas fortalezas cambiaron al no tener una frontera que vigilar y se convirtieron en ciudades que poco a poco ocuparon la llanura hasta fundirse en una única metrópolis dónde se mezclaron las gentes y culturas de la mayoría de razas de Áscadon.
La arquitectura de la ciudad también cambió con el paso de los años y solo sus dos extremos conservaron la marca original de los arquitectos élficos y humanos que habían levantado ambas fortalezas. Entre las orgullosas torres de marfil de los elfos y los barrocos muros de ónice de los humanos ahora existían barrios levantados por los orcos y consagrados a su eterna predilección por lo tribal, calles enteras convertidas en bosques entre los que destacaban los edificios de madera tallada de los elfos de luna, pequeñas barriadas flotantes construidas por los naga sobre los dos ríos que cruzan la ciudad e incluso construcciones enanas que esculpían con sus edificios y estatuas la pared de roca de la pequeña meseta a la que rodeaban los dos ríos.
Este crisol de culturas simbolizaba a la perfección el cambio que la coalición había traído a las relaciones entre las razas mortales y culminaba finalmente en la cima de la pequeña meseta. Allí los enanos habían ayudado a los sacerdotes de cada una de las razas a levantar el edificio por el cual Talensis era famosa en todo el mundo: la gran catedral de Los Nueve. Un colosal edificio que albergaba el culto a las nueve divinidades mayores adoradas por la coalición.
A pesar de todo lo más impresionante de la catedral no era su tamaño por gigantesco que fuese sino la forma que la coalición había elegido para ella. Con el fin de promover la igualdad entre las razas la catedral fue construida sin seguir las líneas arquitectónicas de ninguna de ellas. En lugar de eso sus arquitectos decidieron seguir un camino que nunca se había tomado antes en Áscadon y diseñaron su exterior como si se tratase de una colosal estatua de la única diosa adorada por todas las razas: Kalea, la diosa alada del viento y el clima.
La efigie de la diosa con sus cuatro gigantescas alas de libélula hechas de roca y cristal facetado y los brazos alzados hacia el cielo era uno de los mayores atractivos de la ciudad. Su imagen era visible desde kilómetros y fascinaba a todo aquel que posaba sus ojos en la semidesnuda doncella de roca y el juego de destellos multicolores que la luz trazaba entre los cristales de sus alas. Curiosamente Héctor ni siquiera la miraría sin embargo, aunque no porque no la encontrase tan impresionante como los demás sino simplemente porque no podría verla al encontrarse en el único lugar desde el que era imposible contemplar aquella colosal catedral: encima de ella.
La sede principal de los gremios y su consejo de maestros se encontraban justo por encima aquella diosa de roca, en un gigantesco cuenco de piedra de más de un kilómetro de diámetro que ella sostenía con sus manos. Era allí, sobre la cóncava superficie de aquel disco de piedra, dónde se levantaban los talleres, bibliotecas, laboratorios y palacios en los que residía la elite de cada gremio. Algo que quedaba bastante claro con solo echar un vistazo al peculiar aspecto de aquella pintoresca comunidad.
Algunos edificios presentaban gigantescos engranajes en constante funcionamiento que sobresalían de su estructura, otros centelleaban con las energías mágicas que fluctuaban entre sus torres mientras criaturas como grifos y quimeras iban y venían desde los nidos en sus tejados. Pero lo más sorprendente sin duda eran los edificios-isla flotantes que oscilaban a unos cuarenta metros del disco y se mantenían unidos a él por enormes cadenas tan gruesas como pilares.
Héctor no estaba interesado en ninguno de aquellos edificios y simplemente miró hacia aquel del que sabía que había partido el mensaje por el cual estaba allí. El palacio de los grandes maestros ocupaba el centro mismo del cuenco con su enorme cúpula de de cristal y mármol a cuyo alrededor flotaba un anillo de torres unidas a su estructura por cadenas de plata. Era un edificio fascinante y también uno de los pocos que al mago le gustaba contemplar en aquel lugar, pero desgraciadamente no tubo mucho tiempo para hacerlo.
-¿Maestro Altadia? –Preguntó de pronto una voz joven y no muy decidida. –Le estábamos esperando señor.
Héctor suspiró girando la mirada hacia el aprendiz cuya voz acababa de interrumpir su melancólica contemplación de la ciudad. Era humano como él pero de tez mucho más oscura y en sus ojos había una mezcla de dudas y respeto casi graciosa.
-Te confundes de mago. –Respondió tranquilamente Héctor sin prestarle mucha atención.
-¿Disculpe? –Acertó a decir el aprendiz, ahora visiblemente confundido tanto por la respuesta como por el relajado tono del mago.
-No me llamo Héctor y tampoco sé quien eres tú o por qué tendrías que estar esperándome. –Mintió Héctor mientras seguía su camino hacia las escaleras que llevaban a la calle y se despedía del aprendiz con un gesto de su mano. –Solo he venido a comprar algunos materiales a los alquimistas del gremio.
-¿No es usted…? -Titubeó el muchacho a pesar de la clara respuesta del mago.
-No, no lo soy. –Insistió Héctor. –Y tengo prisa.
El aprendiz lo miró todavía durante unos segundos como si no acabase de creerle pero al final decidió hacerle caso y se dio la vuelta para regresar a la sala del portal dónde debía aparecer aquel al que buscaba. Mientras tanto Héctor siguió su camino disimulando lo mejor posible la burlona sonrisa que había aparecido en sus labios y solo al alejarse unos metros dejó escapar una pequeña carcajada.
-Como añoro la inocencia de mis años de aprendiz. –Se rió mientras miraba de reojo a la puerta por la que acababa de salir. –Por su cara creo que tendré tiempo de sobra para ocuparme de mis asuntos antes de que se de cuenta de la verdad.
Satisfecho con el resultado de su pequeña broma Héctor siguió su camino y tomó una de las calles que descendían hacia el centro de la ciudad. El edificio del portal se encontraba en la periferia justo entre los barrios del gremio de magos y los sacerdotes naga de Tethis, dios del agua, pero los asuntos que habían traído a Héctor allí no estaban en ninguna de sus torres o bibliotecas.
El mago se dirigía a una de las islas flotantes que oscilaban sobre la parte más profunda del cuenco, concretamente la única que no pertenecía a ninguno de los gremios y todos compartían por igual. Acceder a la isla era sencillo a pesar de estar flotando pues varios ascensores mágicos flotaban continuamente entre el suelo y su entrada. Y una vez frente a las puertas de sus bajos muros de cuarzo blanco entrar era aún más fácil ya que estaban siempre abiertas para todo aquel que desease visitar la isla.
La cara de Héctor cambió en el momento en que sus pies cruzaron entre las dos columnas que sostenían aquellas puertas y se volvió de pronto tan melancólica como cuando había recogido el cristal que su mano buscaba ahora en su bolsillo como para asegurarse de que seguía allí.
-Al menos ahora tu casa es mucho más bonita que aquel pequeño caserón que compartíamos. –Susurró Héctor mientras seguía caminando y contemplaba las hermosas esculturas de cuarzo rosado que decoraban los edificios de aquel lugar.
Con el eco de sus pasos como única compañía en aquel silencioso lugar Héctor siguió el sendero de baldosas que serpenteaba entre los jardines de la isla y se detuvo al llegar frente a aquella a quién buscaba. Sus ojos mostraron algo más que melancolía en ese momento, una tristeza profunda y dolorosa estuvo a punto de llenarlos de lágrimas.
-Te estarás preguntando qué hago aquí después de tantos años. –Susurró finalmente Héctor sobreponiéndose a los sentimientos que hacían temblar sus ojos. -Si te soy sincero yo también. Me prometí a mi mismo no pensar más en aquello, olvidarme de ti… de él, y dejar que el tiempo curase cualquier cicatriz que hubiese podido quedar. Pero ya ves que de nuevo he venido a verte, ni siquiera tengo la voluntad suficiente para mantener mi propia palabra en algo tan sencillo como esto.
Héctor respiró profundamente tras decir esto como si el mero hecho de haberse decidido a hablar con ella acabase de quitarle un enorme peso de encima. No había terminado pero al menos se sentía mucho mejor y su mano ya no apretaba con tanta fuerza el cristal de su bolsillo, aunque ni siquiera entonces sus ojos dejaron de mostrar aquella profunda tristeza.
-Mi aspecto debe parecerte extraño como poco. –Continuó sin esperar respuesta alguna.
“Ya no llevo aquella larga melena que tanto te gustaba y mi cara tampoco es la que era cuando nos vimos por última vez hace ochenta años. Espero que al menos opines lo mismo que mis alumnas y todavía te parezca lo bastante apuesto para no llamarme viejo. No sé si ellas lo dicen en serio o si solo lo hacen porque saben que una parte importante de su futuro está en mis manos, pero la verdad es que me gusta oírlo.
“Ah, casi lo había olvidado. Todavía no te he hablado de eso ¿verdad?: Ahora soy profesor. ¿No es gracioso? Un viejo veterano de guerra como yo relegado al papel de enseñar cuatro tonterías básicas sobre magia a unos mocosos cuya vida es demasiado cómoda como para que se molesten siquiera en intentar entender la mitad de lo que les enseño. Si tan solo nosotros lo hubiésemos tenido tan fácil… cuantas cosas podrían haber sido distintas.
“Algunos dicen que este es mi castigo por haberos conocido, pero yo sé que se equivocan. Este ridículo puesto es un castigo, eso es cierto, sin embargo la razón por la que me lo han impuesto es mucho más sencilla: por sobrevivir. Al archimago y sus consejeros no les gusta que alguien vuelva de dónde no debería haber regresado, ni que sepa cosas que la mayoría no deberían saber. Por eso me han alejado de los asuntos del gremio y me ridiculizan con una tarea en la que saben que mi nombre pronto será olvidado. La verdad es que me parece justo, en cierto modo opino lo mismo que ellos y por eso he aceptado este trabajo aunque sepa cual es la verdadera razón por la que me han llamado precisamente a mí.
De nuevo Héctor se detendría por unos segundos tras aquellas palabras pero no para tomar aire como la última vez sino para dar forma en sus labios a una sutil sonrisa que parecía contrariar la tristeza de sus ojos. Él motivo de este cambio en el rostro del mago no estaba en lo que acababa de decir sin embargo sino en lo que estaba a punto de contar.
-Seguro que ya te has dado cuenta por todo lo que te he contado pero tú no eres la única razón por la que he elegido venir aquí precisamente hoy. –Dijo con tono todavía melancólico pero en absoluto tan triste como antes, casi cálido. -Voy a volver a verle, ¿Sabes? No sé como reaccionará cuando nos encontremos ni si tendré fuerzas para preguntarle directamente aquello que quiero saber. Tampoco estoy seguro de si querrá contestarme, ya sabes como es, pero la decisión está tomada y ahora ya no hay marcha atrás. En una de las muchas ironías del destino el propio gremio me ha proporcionado la excusa perfecta para volver a encontrarme con él y no pienso desperdiciarla, estoy demasiado viejo como para seguir cargando con el peso de todas estas dudas.
“Me gustaría pensar que esto te alegra, que si pudieses vernos sonreirías de nuevo como solías hacer siempre que los tres estábamos juntos… pero temo que mis dudas ya no me permiten ser tan inocente como antaño. Consiga o no una respuesta de él y sea cual sea ésta no creo que tenga la voluntad suficiente para volver a verte. Además prefiero que esa sea también tu última imagen de mí: la de alguien que siempre se alegrará de haber podido conocerte.
Acabada esta última frase Héctor cerró los ojos un instante como para dejar que sus propias palabras se asentasen en su corazón y sacó al fin de su bolsillo aquello que llevaba apretando entre sus dedos desde que había llegado.
-Te dejo algo que debí haberte traído hace mucho tiempo. –Susurró mientras sus ojos miraban por última vez la luz del cristal jugueteando sobre su mano. -No sé por qué lo he conservado todos estos años, pero ahora que me he decidido sé que ya no podría seguir cargando con él y de algún modo creo que aquí es dónde pertenece… junto a tu cuerpo.
Aquellas palabras fueron las más difíciles para Héctor y su voz incluso tembló un poco al pronunciar la última, pero con ellas terminaba algo que llevaba años queriendo decir. Los ojos del mago se cerraron por un momento tras acabar su particular discurso y a continuación se arrodilló respetuosamente para dejar el cristal sobre la lápida de la tumba. Eso era lo que había frente a él y de lo que había ido a despedirse ese día: la tumba de una vieja amiga.
Toda la isla era en realidad un cementerio en el que los gremios habían enterrado a los que dieron su vida luchando en la gran guerra. Grandes generales, archimagos, obispos y otros miembros de las altas esferas de cada gremio compartían las tierras de sus mausoleos con las sencillas tumbas de los aprendices que habían corrido su misma suerte. Entre ellas una de mármol azul marino con una simple inscripción de plata en la que podía leerse: “En memoria de Azul Dalatea, aprendiza del gremio de magos”.
-Adiós Azul. –Terminó de despedirse Héctor mientras volvía a ponerse en pie. –Dónde quiera que estés ahora vieja amiga… sé que nunca podré olvidarte.
Terminado todo lo que tenía que decir Héctor dio la espalda a la tumba y al brillo de aquel cristal que ahora reposaba sobre ella para dirigirse de nuevo hacia la entrada del cementerio. Fue en ese instante cuando una segunda voz, mucho más ronca y ruidosa que la suya, se escuchó también entre los mausoleos rompiendo la paz de aquel lugar.
-¡Ja! Sabía que te encontraría aquí. –Dijo la voz, con un tono nada apropiado para un cementerio y extremadamente familiar con el mago. –Así que esa es su tumba ¿Eh? Tenía que ser una buena hembra si aún te acuerdas de ella después de tanto tiempo.
Héctor no pudo evitar reírse al oír esas palabras. Hacía más de setenta años que el mago no escuchaba aquella ruidosa voz, pero todavía recordaba perfectamente a quién pertenecía y precisamente por eso sabía que lo que acababa de oír no era ninguna grosería sino todo lo contrario: un cumplido. Uno no muy elegante, eso no podía negarse, pero… ¿Qué otra cosa esperar de un enano? Porque esa era precisamente la raza a la que pertenecía el dueño de la voz.
Cuando los ojos de Héctor al fin miraron hacia las puertas del cementerio se encontraron con el sonriente y familiar rostro de un Enano del Mármol. Tenía la piel extremadamente pálida y dos finas líneas azules descendiendo desde sus ojos hacia su cuello como era típico en aquella raza, cabellos claros de un color cercano a la paja que caían tras sus hombros en forma de voluminosos mechones atados por cintas de colores y el mismo gusto estético por el bello facial que todos sus congéneres. Algo que se manifestaba en forma de una larguísima barba y bigote que cubrían buena parte de su cara llegando más allá de su cintura.
Por las arrugas de su rostro el enano parecía mayor que Héctor, quizás de unos trescientos años, y en sus hundidos ojos color perla podía verse el mismo brillo que en los de experiencia que en los del mago. Ambos habían vivido cosas que para la mayoría solo eran un viejo cuento y esto había quedado grabado para siempre en sus miradas, pero también habían aprendido a superarlo de una forma muy similar. O al menos eso sugería la despreocupada y casi burlona sonrisa con que el enano miraba al mago.
-No me lo puedo creer: ¡Négnar! –Reaccionó finalmente Héctor devolviéndole el saludo y la sonrisa. -¿Todavía no has muerto viejo fósil? Suponía que si no lo hacía la edad la bebida habría acabado contigo hace décadas.
-Vigila esa lengua humano, soy lo bastante joven todavía como para enterraros a todos. –Replicó el enano sin perder en absoluto su sonrisa. –Eres tú el que ya debería estar sirviendo de abono en algún jardín.
-Si, yo también me alegro de volver a ver esa horrible cara tuya. –Se rió Héctor mientras se detenía frente a él y le daba una amistosa palmada en el hombro. -¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Setenta años? ¿Sesenta? Ya ni recuerdo la última vez que nos vimos. ¿Cómo estás viejo amigo?
-¡Sobrio! -Masculló Négnar, en esta ocasión con un tono mucho más serio y sin sonrisa alguna. –Y no imaginas cuanto os odio a todos por ello.
-¿Han vuelto a prohibirte beber? –Preguntó Héctor con una naturalidad que dejaba bastante claro lo poco que lo sorprendía aquello. -¿Qué has hecho saltar por los aires esta vez?
-Nada… ¡Todavía! -Refunfuñó el enano al tiempo que acariciaba con la mano el extremo de un grueso y largo tubo de metal con grabados en forma de dragón que llevaba a la espalda. – Los niñatos que dirigen el gremio se han empeñado en que tengo que estar sobrio cuando hable con el consejo. Mocosos estúpidos, les llega la barba hasta el pecho y ya se creen lo bastante adultos para darme consejos sobre como comportarme. ¡A mí, que he desfilado ante reyes!
-Seguramente por eso te lo han prohibido, porque son lo bastante mayores como para recordar lo que pasó en ese desfile y no quieren que se repita. –Apuntó Héctor con tono socarrón mientras los dos se dirigían ya hacia el ascensor. –Pero me sorprende que estés en un gremio. ¿Ya no eres mercenario?
-Nah, después de la guerra ese trabajo se volvió muy aburrido, cada vez había menos cosas que hacer estallar. –Le confirmó el enano. –Ahora sigo la llamada de mi dios, es mucho más gratificante… y entretenido.
-Xhorn, ¿Verdad? –Adivinó Héctor con solo fijarse en la túnica roja y negra de su viejo amigo. –Me cuesta imaginarte como sacerdote, pero supongo que si hay un dios al que tú podrías adorar ese es precisamente el dios del fuego. A los dos os gusta demasiado ver cosas en llamas.
-Siiii… –Asintió Négnar con un tono preocupantemente sombrío. - Es un gran dios ¿Verdad?
-Para alguien que cree que el fuego es la solución para todo… –Suspiró el mago al oír aquello, como si no fuese la primera vez que tenían aquel tipo de conversación. –Si, supongo que lo es.
-Te confundes mi amigo de piel rosada. –Aseguró el enano mientras los dos tomaban la calle que descendía hacia el palacio. – Yo no creo que el fuego sea la solución para todo. El fuego es solo el comienzo… y el fin: ¡Los explosivos son la solución para todo!
-Necesitas un trago. –Sugirió Héctor al tiempo que posaba una mano en el hombro de su amigo y lo miraba con una comprensión que seguramente solo él podría haberle ofrecido tras oír algo así. –Y pronto.
-Llevo diciéndolo toda la maldita mañana. –Aseguró Négnar con tono resignado. –Pero claro, ¡Quién va a hacer caso a un enano!
Héctor se rió de nuevo ante el comentario de su amigo, pero su sonrisa no duró mucho en esta ocasión. Los dos tenían cosas más serias de las de que hablar y en cuanto abandonaron la parte más transitada de la calle el semblante del mago cambió por completo.
-Estás aquí por lo mismo que yo. –Dijo con voz súbitamente seria Héctor, sin parar de caminar en ningún momento ni mirar al enano pero más que consciente de que pensaba lo mismo que él. -¿Verdad?
Négnar tampoco se detuvo al escucharle ni se giró para mirar al mago, pero tanto su voz como su expresión se volvieron de pronto igual de serias.
-Todo lo que sé es que el gremio de magos ha pedido la ayuda de los demás y la supervisión de la propia coalición para una operación conjunta. –Respondió el enano tras asegurarse de que no había nadie más lo bastante cerca como para oírlos. –No tengo más detalles, pero cuando me eligieron a mí para representar al gremio de sacerdotes no me fue difícil imaginar a quién enviaría el tuyo. Por eso sabía que te encontraría en ese cementerio.
-Ya sabes más que yo. –Murmuró con cautela Héctor mientras los dos cruzaban bajo la alargada sombra de una de las torres del palacio. –Hasta ahora ni siquiera tenía noticias de que hubiese más gremios implicados en esto. Y no me gusta nada saberlo… no es buena señal.
-Guarda las sutilezas para los de tu especie Héctor. –Replicó el enano con cierto retintín. –Esto no te sorprende tanto como debería. Vamos, cuéntale a este viejo qué es lo que sabes, eso me ayudará a no pensar en la bebida por un rato.
-Sé menos de lo que me gustaría. –Fue la respuesta del mago. –Todo lo que tengo es un papel describiendo el estado en que han quedado varios pueblos en el valle corona y… esto.
Acompañando a sus palabras Héctor sacó de su túnica la escama negra que había recibido en Liláncor y se la lanzó a Négnar. El enano la miró por unos segundos haciéndola girar entre sus gruesos dedos y cerró rápidamente la mano para ocultarla, tan consciente como el propio Héctor de su significado.
-Yo y mi gran bocaza. –Se lamentó de pronto Négnar llevándose una mano a la frente. –Ya está, acabas de conseguir que me duela la cabeza como no lo hacía en años.
-No haber preguntado. –Rió Héctor que al fin había llegado frente a las puertas de cristal del palacio.
-Los dos sabemos que no tiene sentido. –Dijo con voz totalmente seria Négnar, sin cruzar aún las puertas que ya se habían abierto por si solas al notar su presencia y la de Héctor. -¿Demonios? ¿Tan al Norte y en un número suficiente para causar algo así? Si se tratase de eso media coalición estaría en alerta ahora mismo.
-Pensamos igual. –Asintió Héctor dando el primer paso para entrar al edificio. –Por eso no me gusta, sé que tiene que haber algo más para que oculten una cosa así.
Négnar sacudió la cabeza, soltó un fuerte soplido de desaprobación y siguió al mago sin decir nada más. No había nadie a la vista en el largo pasillo que se abría frente a ellos pero los dos conocían lo bastante al consejo y sus métodos como para saber que no era prudente discutir nada más entre los muros de su palacio. Allí las paredes tenían oídos, las estatuas ojos que los seguían conforme ambos avanzaban lentamente por el pasillo e incluso sus reflejos sobre las pálidas baldosas de marfil del suelo parecían mirarlos de forma sospechosa.
El palacio del consejo no era un lugar corriente, había sido construido mezclando la tecnología y la magia de los gremios para crear un lugar en el que nada escapase al control de los grandes maestros y solo aquellos con un permiso especial podían entrar en su bóveda. Por eso no había guardias que vigilasen sus puertas, ni tampoco sirvientes aguardando a los visitantes. Todo aquel para el que se abrían las puertas tenía una misión clara y un destino que el propio palacio conocía perfectamente, no era necesario nada más.
Héctor y Négnar siguieron el pasillo central de la estructura con forma de estrella de ocho puntas que ocupaba la base de la bóveda y se detuvieron en su centro esperando una indicación. Los pasillos que formaban la estrella no tenían techo, solo una especie de bóveda de cañón semitransparente que parecía hecha de agua y fluía como tal de un extremo a otro del pasillo. Por encima de esta bóveda podían verse las distintas salas del palacio, cada una construida sobre un disco flotante que orbitaba suavemente bajo la gran cúpula de cristal. Y la única forma de acceder a cualquiera de aquellas salas estaba precisamente allí, en el centro de la estrella.
A los pocos segundos de la llegada de ambos veteranos las baldosas centrales de la sala se iluminaron como para atraer su atención y los dos se dirigieron allí sin dudarlo. En aquella parte del suelo las baldosas formaban un mosaico que representaba a Xhanya en forma de un gran disco de color lavanda en el que podía verse el rostro de una doncella con los ojos cerrados. A cada lado del disto aparecían también cuatro dragones grabados en relieve sobre mármol de distintos colores que parecían sujetar con sus garras el disco de la luna.
-Qué predecible. –Suspiró Héctor mirando el relieve bajo sus pies y parándose justo en la frente de la doncella. –Veo que sus gustos no han cambiado en estos ochenta años.
-Los lagartos esos son nuevos. –Señaló Négnar con toda tranquilidad. –Creo.
Héctor sonrió ante la aparente falta de memoria de su compañero y pensó en decir algo para pincharle como era costumbre entre ambos, pero ya no tubo tiempo para hacerlo. Apenas unos segundos después de que ambos se detuviesen de nuevo los ojos de los dragones se iluminaron al unísono y sus garras se abrieron dejando ir a Xhanya que comenzó de pronto a ascender hacia el techo. Al mismo tiempo la bóveda de crucería que cubría la sala se abrió como si el agua se dividiese por si sola para dejarlos pasar y pronto los dos se encontraron flotando entre las distintas salas del palacio.
Xhanya siguió su camino hacia lo más alto de la cúpula y se movió suavemente hacia una de las últimas salas dirigiéndose justo hacia el centro de su piso. Cuando el disco lavanda de la luna se acercó lo suficiente un nuevo círculo apareció ante los ojos de Héctor y su compañero, esta vez dividiendo el suelo de aquella nueva sala como si el mármol también se hubiese vuelto líquido. Y los dos ascendieron por él hasta que Xhanya se fundió de nuevo con los cuatro dragones que también adornaban el piso de aquella sala dejándolos al fin en su destino.
-No hay nadie. –Notó Négnar mirando a su alrededor sin ver nada salvo una mesa y varias sillas en un rincón de la sala. –Estúpidos magos, encima llegan tarde.
-No llega tarde. –Señaló Héctor mientras se acercaba a la mesa y se sentaba en el borde de la misma. –Ilenus es un archimago, esta es su forma de demostrar que es más importante que nosotros. Todavía tardará un buen rato.
–En tu gremio están todos locos. -Masculló Négnar dirigiéndose también hacia la mesa para sentarse pesadamente en una de las sillas más bajas. -Incluido tú por haber aceptado este trabajo.
En cuanto Négnar abandonó el disco central los ojos de los dragones se iluminaron una vez más y la imagen de Xhanya comenzó a descender mientras el mármol fluía hacia el agujero hasta rellenarlo por completo una vez más. La atención de Héctor no estaba allí sin embargo, sus ojos miraban con cierta curiosidad una de las cortinas azules que decoraban los grandes ventanales de la sala y tardaría todavía unos segundos en responder a su viejo amigo.
-Tengo mis razones. –Dijo apartando finalmente la vista de la cortina y volviendo a mirar al enano. –Sea lo que sea lo que ocurre me sirve como excusa para ocuparme de algunos asuntos personales.
-Pues a mí me obligaron. –Aseguró Négnar con tranquilidad. –O aceptaba o no volvía a tocar un explosivo en lo que me queda de vida. Y eso son muchos años sin una buena explosión con la que matar esos ratos de aburrimiento en la capilla.
-No me sorprende. –Asintió Héctor disimulando su sonrisa ante las peculiares preocupaciones de su compañero. –Seguramente han hecho lo mismo con todos los demás.
-¿Los demás? –Repitió el enano con voz confusa. -¿No somos los únicos?
-Eso parece.
Al tiempo que decía esto Héctor levantó una mano, la abrió dejando que una pequeña esfera de fuego se formase justo sobre su palma y la arrojó de pronto hacia la misma cortina que había estado mirando desde su llegada. La esfera surcó el aire dejando tras de sí una pequeña estela de llamas y golpeó la cortina de lleno provocando no solo que esta se incendiase al instante… sino también que gritase con la dolorida voz de un joven humano.
-¡Ahhh! –Gritó el muchacho mientras salía de detrás de la cortina y su silueta se hacía perfectamente visible, como si hasta entonces hubiese estado allí pero su cuerpo se confundiese con la pared. -¿Es que estás loco? ¡Podías haberme matado!
-Aún habla. –Dijo Héctor con total tranquilidad mientras miraba a Négnar y otra bola de fuego aparecía en su mano. –Espera, ahora lo arreglo.
Antes de que aquel muchacho pudiese siquiera decir algo para explicarse la segunda esfera de llamas voló hacia él obligándolo a quitarse de en medio. El joven rodó por el suelo evitando las llamas, se impulsó con ambas manos en el suelo y se puso en pie de un salto con una agilidad sorprendente al tiempo que levantaba ambas manos hacia el mago pidiendo calma.
-¡Espera, ca-calma, calma! –Pidió con voz agitada mientras sus claros ojos azules seguían cada movimiento de la mano que había lanzado ambas esferas. –Estoy aquí por lo mismo que vosotros, no soy vuestro enemigo.
-Dime algo que no sepa. –Aseguró Héctor bajando la mano. –Si has podido entrar en esta sala es porque también te están esperando.
-¿Lo… sabes? –Se sorprendió el muchacho bajando los brazos. -¿Entonces por qué…?
-Por la misma razón por la que tú no te has mostrado ante nosotros hasta ahora. –Respondió el mago sin dejarle terminar. –Solo estaba… “jugando” un poco. Los magos somos así de graciosos, nos da por arrojar cosas cuando nos sentimos observados.
Las palabras de Héctor sonaron casi como una broma pero el muchacho comprendió perfectamente lo serias que eran y no volvió a protestar. En lugar de eso se relajó ahora que parecía que ya no corría peligro, se sacudió la ropa tratando de mantener un mínimo de orgullo y se acercó lentamente a los dos mientras la pared y la cortina se regeneraban mágicamente a su espalda como si nunca hubiesen sufrido daño alguno.
Por su aspecto aquel humano apenas debía tener veinte años. Sus grandes ojos azules reflejaban la inexperiencia típica de la juventud pero también una curiosidad y un nerviosismo inusuales en alguien de su edad que dejaban entrever la razón por la que estaba allí. El continuo estado de alerta en que parecía estar aquel joven era una costumbre que solo uno de los gremios inculcaba de forma sistemática en todos sus miembros y tanto Héctor como Négnar lo habían notado nada más verle.
El resto de rasgos del muchacho resultaban mucho más corrientes que su mirada. No era muy alto aunque tampoco bajo, de constitución delgada y flexible sin llegar a aparentar fragilidad, piel clara como la de Héctor y cabellos pelirrojos que llevaba lo bastante cortos como para que no le molestasen al moverse. Tenía las facciones suaves y poco marcadas, todavía más próximas a las de una joven que alas de un muchacho de su edad, pómulos estrechos que daban un aspecto alargado a su rostro resaltando la esbeltez de su silueta y la nariz marcada por numerosas pecas que aún lo hacían parecer más joven.
La ropa del joven también era una pista más que evidente del gremio al que pertenecía: botas flexibles de cuero negro que le llegaban solo a los tobillos, pantalones ajustados pero ligeros de un profundo color azul marino y una ajustada camiseta sin mangas del mismo color que marcaba perfectamente cada músculo formaban el uniforme básico de cualquier miembro del gremio menos conocido de la coalición. Sobre estas prendas destacaban un par de cinturones cruzados sobre las caderas del muchacho y decorados con remaches de metal, dos líneas de botones que unían el final de cada pierna del pantalón a las botas y una ancha banda de cuero negro que rodeaba uno de los muslos del joven. También vestía una amplia cazadora de un color más claro y tejido más grueso que el joven llevaba completamente abierta, pero esto ya no parecía formar parte del mismo uniforme sino echa para disimularlo.
-Estúpido cachorrillo humano, intentar espiar a un mago. –Se rió Négnar rompiendo finalmente el silencio entre los tres. –Te lo he dicho cientos de veces Héctor, tu raza desteta a sus crías demasiado pronto, éste apenas sabe andar derecho.
-Tengo un nombre. –Replicó con cierto orgullo el humano. –Y no estoy aquí para que me insulten.
-Nadie lo haría si hubieses empezado precisamente por decirnos ese nombre del que presumes. –Respondió Héctor con tono más tranquilo que antes. -Aunque por tu aspecto me hago una idea de quién te envía.
-Óscar. –Respondió el muchacho, todavía con orgullo y mirando fijamente a Héctor. -El gremio de ladrones me envía para que os eche una mano con lo que sea que no podéis resolver vosotros solos.
-Ignorante, orgulloso y además presumido. –Gruñó Négnar sin perder su socarrona sonrisa. -¡Ja!, menuda joya nos mandan.
-No estaba hablando contigo bola de pelo. –Replicó Óscar perdiendo visiblemente la paciencia.
-¿Tú crees que el Ilenus ese se enfadaría si le doy mi bendición al chaval? –Preguntó Négnar mirando a Héctor en lugar de al muchacho. –Lo está pidiendo a gritos.
-Será mejor que no lo hagas si quieres volver a acercarte a una botella de algo que no sea agua en lo que te queda de vida. –Lo tranquilizó Héctor ahogando una pequeña risilla. –Y tú guarda las uñas de una vez novato, deberías tener más respeto con tus mayores.
-No soy ningún… -Trató de protestar Óscar.
-Salta a la vista que lo eres, alguien con experiencia no comete tantos errores. –Lo interrumpió Héctor con un tono semejante al que solía usar con sus alumnos. -Pero si estás aquí es porque tienes el suficiente talento como para no dejar a tu gremio en mal lugar. O al menos eso espero, los maestros de tu gremio están un poco locos y nunca se sabe.
Las palabras del mago parecieron sorprender al joven ladrón que no supo si tomárselas como un cumplido o como todo lo contrario. Tras unos segundos sin decir nada, Óscar pareció optar por la primera opción y su expresión se relajó de nuevo mientras apoyaba la espalda en una de las paredes cerca de la mesa junto a la que se habían sentado sus futuros compañeros.
-Héctor Altadia, ¿Verdad? –Dijo mirando al mago pero sin perder de vista al enano. –Hablas como un profesor, se te ha debido pegar después de todos esos años enseñando en Liláncor.
-Mira, si resulta que ha hecho los deberes. –Volvió a reírse Négnar. -¿No te encanta cuando los niños son tan aplicados?
-Así que tus maestros te han dado información sobre mí. –Comprendió Héctor sin hacer mucho caso a los comentarios del enano. -¿No esperarás que me sorprenda, verdad? Después de todo a eso se dedica tu gremio.
-No solo sobre ti. –Aseguró Óscar girando ahora la cabeza hacia el enano. –He memorizado informes detallados sobre tu pasado y el de ese enano gruñón. Négnar Roca de Fuego, más conocido en su tierra natal como Négnar Bodega Ardiente, Négnar Revienta Posadas, Négnar Esparce Escombros y una docena de nombres similares que se ha ganado a pulso.
-¡Ja, soy famoso! –Rió Négnar dando un pequeño golpe con el puño sobre la mesa.
-Únicamente sabes lo que tus maestros quieren que sepas. –Matizó Héctor procurando no reírse ante la reacción del enano. –Si crees que te lo han contado todo, o peor aún, que ellos lo saben todo, creo que ni siquiera llegas a novato.
-Me han dado la información necesaria para este trabajo, eso es todo lo que necesito. –Respondió Óscar con un tono ligeramente marcial. –El único del que no sé demasiado es el druida, cuando me enviaron su gente aún no había elegido a quien iban a enviar.
-¿Druida? –Repitió Héctor mostrando ahora una sorpresa que hizo sonreír al ladrón. -¿El grupo no lo formamos solo nosotros?
-Quién sabe. –Respondió el ladrón encogiéndose de hombros y con un tono casi burlón. –Mis maestros no me lo cuentan todo. ¿No es as...
Antes de que Óscar pudiera siquiera llegar a terminar su frase una bola de fuego apareció súbitamente sobre la mano de Héctor y el ladrón se replanteó al instante lo que iba a decir.
-No. –Dijo con voz más seria. –Todavía falta un último miembro, un druida del concilio de elfos.
-Cachorros... no hacen más que dar problemas. –Se burló Négnar mientras la bola desaparecía una vez más entre los dedos de Héctor.
-¡Ya está bien!
Cansado de los hirientes comentarios del enano Óscar reaccionó con algo más que palabras en esta ocasión y dio un rápido manotazo hacia Négnar. El movimiento fue sutil y tan rápido que ninguno de sus compañeros llegó a verlo, pero bastó para que los ágiles dedos del ladrón sacasen un pequeño cuchillo arrojadizo de debajo de su chaqueta y lo lanzasen contra el enano.
Ninguno de los dos se movió a pesar de todo. Ambos siguieron con la mirada el destello metálico del cuchillo cruzando entre ellos y solo reaccionaron cuando se clavó en la mesa justo en la manga del enano.
-Al menos es rápido. –Dijo Héctor ladeando ligeramente la cabeza.
-Pero tonto. –Añadió Négnar sacudiendo la cabeza. –Y no tiene paciencia, ¿De qué sirve el talento si no se sabe aprovechar?
Dicho esto Négnar cogió el cuchillo con una de sus manos, lo arrancó de la mesa y lo arrojo al agujero superior de su tubo sin pararse siquiera a pensarlo. Lejos de caer por el otro extremo, sin embargo, el cuchillo tintineó en el interior durante unos segundos y se quedó dentro para sorpresa del ahora preocupado ladrón.
-Ese cuchillo es mío. –Dijo con tono que pretendía ser severo y autoritario. –Devuélvemelo.
-Mete la mano y sácalo si lo quieres. –Fue la respuesta del enano que ni se molestó en mirarlo.
Óscar miró de reojo el oscuro orificio del tubo al oír esto y por un segundo pareció dudar si hacerle caso o no. Finalmente optó por la solución más sensata en vista de la sombría sonrisa del enano y volvió a intentarlo de una forma me nos peligrosa.
-Dame mi cuchillo. –Insistió, aunque esta vez su tono sonaba más a petición que a orden. –Es mío. Todos los que uso los hago yo mismo.
-No. –Se negó el enano. –No haberlo tirado.
-Dale su cuchillo al chaval. –Los interrumpió Héctor haciendo que el cuchillo flotase fuera del tubo con un simple gesto de la mano. –Y dejad de comportaros como críos, ahí llega el que falta.
Tras decir esto Héctor señaló con la cabeza hacia el lugar por el que habían llegado y tanto Négnar como Óscar dirigieron inmediatamente allí sus miradas mientras éste último guardaba de nuevo el cuchillo bajo su cazadora. El mármol volvía a abrirse en el centro de la sala formando un gran agujero entre las garras de los dragones por el que entraba ya otro visitante.
En esta ocasión se trataba de un elfo tal y como había dicho Óscar o al menos eso sugerían las puntiagudas y largas orejas que sobresalían por sendos agujeros de su capucha. El resto de su figura quedaba oculta bajo un grueso manto verde-azulado que no permitía distinguir nada más e incluso su rostro estaba cubierto hasta los ojos por una fina máscara de tela.
Una vez en la sala el recién llegado se dirigió hacia la mesa con paso tranquilo y elegante, los observó a los tres con la misma curiosidad que ellos lo estaban mirando a él y detuvo sus ojos sobre Héctor. Al mago no le sorprendió demasiado la elección teniendo en cuenta la primera impresión que debían dar sus dos compañeros, lo que sí lo hizo fue lo que pudo ver en aquellos ojos cuando al fin se cruzaron con los suyos y... algo más: un olor. Un suave y dulce aroma a lavanda que acompañaba al elfo y se extendía por la sala como un agradable perfume cada vez que su manto se movía.
Para alguien más joven o con menos experiencia aquellos detalles podían no significar mucho, sin embargo a Héctor le bastaban para conocer más cosas de su último compañero de las que parecía saber el propio Óscar. Los ojos finos y alargados de color violeta del druida le habían dado una pista sobre la raza concreta a la que pertenecía, especialmente ahora que podía ver con claridad el pequeño diseño ondulado que decoraba sus iris, pero el olor había acabado por aclarárselo por completo.
-Tus jefes se han vuelto a equivocar novato. –Dijo finalmente Héctor sin apartar su mirada del recién llegado. –Nuestro druida no es un elfo. ¿Verdad que no?
A modo de respuesta el druida ladeó la cabeza ligeramente y levantó las cejas como si lo sorprendiese su deducción. Algo que también sucedía con Óscar que no tardó en intervenir para trata de defender a sus maestros.
-Es un elfo. –Dijo con voz tajante y confiada. –Con o sin manto es fácil de adivinar hasta para mí. ¿Qué otra raza tiene esas orejas y es tan alta?
-A mí todos me parecéis igual de larguiruchos. –Replicó el enano con voz tan tranquila como la de Héctor. –Pero esto no es cuestión de altura cachorro, es una cuestión de olor.
-¿Olor?
Óscar miró con renovada curiosidad hacia el druida nada más oír esto y pareció notar al fin el suave aroma que lo envolvía, pero esto tan solo contribuyó a confundirlo aún más. El recién llegado no dijo nada todavía sin embargo e incluso pareció sonreír bajo su máscara ante las palabras del enano como si aquello le resultase divertido.
-Nunca has visto a un elfo de otra raza que no sea la de los altos elfos, ¿Verdad? –Preguntó Héctor girando ahora la cabeza hacia Óscar. -Nuestro “amigo” pertenece a otra un poco distinta: los elfos de Luna.
-Entonces es un elfo. –Se reafirmó el joven ladrón. –Yo tenía...
-¡Escucha cachorro! –Le sugirió Négnar sin dejarlo terminar. –No interrumpas a quién intenta enseñarte algo.
-Los elfos de luna tienen un aroma característico, es como un perfume natural que los acompaña toda su vida. –Siguió explicando Héctor volviendo a mirar al druida para asegurarse de que no le molestaban sus aclaraciones. -Ellos huelen a romero y ellas...
-A lavanda. –Finalizó una suave y melódica voz de mujer que brotaba bajo la máscara de tela.
La voz de la druida resolvió de golpe cualquier duda que podría haber quedado en la mente del ladrón e hizo que mirase con renovado interés a aquella encapuchada figura. No solo estaba sorprendido, también parecía fascinado por el hecho de que quien estuviese frente a él fuese en realidad una elfa y sus ojos dejaron a un lado la sorpresa para pasar a buscar cualquier pista entre aquel pesado manto de cual podía ser el verdadero aspecto de la druida.
-Una elfa de luna... –Murmuró sin hacer ya mucho caso a Héctor o a Négnar. – ¡Estupendo! No me lo puedo creer, en el gremio todos decían que son preciosas y voy a trabajar con una.
-¿Puedo matarle ya? –Preguntó la elfa con voz sombría y mirando de reojo al ladrón. –Le dolerá, lo prometo.
-Lo siento, Négnar va primero en eso. –Se disculpó Héctor sin tener muy claro hasta que punto la elfa estaba o no bromeando. –Bienvenida al grupo. Yo soy Héctor, del gremio de magos, a Óscar nos lo ha enviado el gremio de ladrones y si miras como medio metro más abajo verás a Négnar, que aunque no lo parezca viene del gremio de monjes.
-Sigue presumiendo maldito mago. –Protestó Négnar con tono socarrón como siempre y frotando una vez más aquel extraño tubo. –Sin piernas no serías mucho más alto que yo.
-Me llamo Leilány. –Se presentó finalmente la elfa mirando fijamente a Héctor. –El resto ya lo sabéis, seguramente esté en la misma posición que todos vosotros.
-¿También te han obligado a venir, eh? –Comprendió Négnar sin perder su sonrisa.
-Soy lo único que mi pueblo puede enviar para ayudar a tu gremio en esta época. –Respondió la elfa con tono resignado. -No me dieron muchas opciones.
-¿Por qué llevas esa máscara? –Interrumpió de pronto el ladrón para sorpresa de los tres.
La elfa miró de reojo al joven humano, suspiró como para reunir un poco de paciencia y volvió a mirar a Héctor ignorando por completo aquella pregunta.
-Tú estás al cargo, ¿Correcto? –Preguntó con tono serio. -¿De qué va todo esto?
-Todavía no lo sabemos con exactitud. –Respondió Héctor sin prestar tampoco la menor atención al ahora desilusionado ladrón. –Seguimos esperando a que aparezca Ilenus, es el archimago del que partió la orden.
-¡No me ignoréis! –Protestó nuevamente Óscar ante el comportamiento de sus compañeros -¿Qué pasa? ¿Es que soy el único que se lo está preguntando?
-¡Si! –Respondieron al unísono tanto Héctor como Négnar.
-Pues yo quiero saberlo. –Insistió el ladrón volviendo sus ojos hacia la elfa. -¿No puedes quitártela aunque solo sea un rato? Nunca he visto a una elfa de luna de verdad.
-No. –Dijo secamente la elfa con un tono tan desagradable como la mirada que dirigiría al ladrón. –Si me la quito será solo para poder sorberte los ojos con una pajita después de habértelos arrancado con una aguja de coser.
La desagradable respuesta de la elfa provocó una mirada bastante sorprendida tanto por parte de Héctor como del enano que preferían no tener que imaginarse siquiera la escena. Desgraciadamente el ladrón no reacción del mismo modo y lejos de preocuparse siguió mirándola con aún más interés que antes.
-Me arriesgaré. –Aseguró con voz confiada al tiempo que sonreía traviesamente. –Así es como me gustan las mujeres, cuanto más difíciles mejor.
Dicho esto Óscar separó la espalda de la pared sin dejar de sonreír, le guiñó un ojo a la elfa mientras flexionaba ambas rodillas y... desapareció. Ante los ojos de sus tres compañeros el cuerpo del ladrón se volvió transparente conforme él daba un súbito paso hacia delante y pareció fundirse por completo con la misma pared en la que se había apoyado hasta entonces. Algo que no sorprendió demasiado ni a Héctor ni a Négnar puesto que ambos conocían de sobra los métodos del gremio de ladrones pero que sí pondría bastante nerviosa a la recién llegada.
Los ojos de la elfa miraron a todas partes buscando sin éxito cualquier indicio de la presencia del ladrón y su hasta entonces relajada mirada cambió rápidamente. La burlona sonrisa con que aquel joven la había mirado antes de desaparecer dejaba claras sus intenciones, pero si no podía verle difícilmente podía hacer algo al respecto y esto la frustraba considerablemente.
-Óscar, déjalo ya o saldrás más parado. –Advirtió de pronto Héctor al notar el cambio en la mirada de la elfa conforme su enfado se hacía más patente. –Aparece, ¡Ahora!
-Solo es una broma. –Respondió la voz del ladrón que ahora sonaba justo a la espalda de la elfa. -¿Lo veis?
La druida reaccionó de inmediato nada más oír aquella voz y trató de girarse para buscar al ladrón, pero esto era precisamente lo que él había esperado que hiciese. Justo en el instante en que ella se giraba, el cuerpo de Óscar apareció de nuevo tras ella y una de sus manos cogió la punta de su capucha dejando que fuese el propio movimiento de la elfa el que descubriese tanto su rostro como su cabeza. Fue un movimiento sutil que no llegó a tocarla a ella, rápido y extremadamente ágil como debía ser viniendo de alguien de aquel gremio, pero...
-¿Ves como no era tan difícil? –Sonrió triunfalmente el ladrón mientras ella se daba la vuelta. –A ver esa car... ¡¡AHHH!!
Las palabras del ladrón se vieron interrumpidas de golpe por el inesperado grito de sorpresa que éste pegó nada más encontrarse cara a cara con la elfa. Y en esta ocasión no se debía al más que evidente enfado que podía verse en los ojos de la druida sino precisamente a aquello que tanto había insistido en descubrir de ella: su rostro. Para sorpresa, y a decir verdad casi terror del joven ladrón, la cara de la elfa no era la de la delicada doncella que él había imaginado sino que estaba completamente cubierta del mismo bello facial que tan orgullosamente lucían las hembras enanas. Su frente, sus pómulos, su barbilla, todo su rostro salvo sus ojos y su nariz estaban ocultos bajo una densa y arremolinada mata de cabellos del mismo color magenta que su pelo.
-¿Pero... pero... qué es eso? –Titubeó el ladrón sin acabar de creerse lo que estaba viendo. –Se supone que debías ser.
-¡Cállate! –Gritó la elfa con tono furioso mientras lo miraba con unos ojos que ahora habían tomado la forma de los de un gran felino y parecían brillar con un instinto salvaje. – ¿Satisfecho? Pues ahora me toca a mí salirme con la mía.
Antes de que Óscar pudiese reaccionar, la elfa dio un brusco manotazo hacia su pecho golpeándolo con tal fuerza que lo elevó en el aire arrojándolo sobre la mesa junto a la que descansaban sus compañeros. Cogido por sorpresa, el ladrón intentó levantarse nada más caer para poder defenderse pero de nuevo ella lo detuvo apoyando una de sus manos sobre el pecho del joven y casi aplastándolo contra la mesa con una fuerza sobrehumana.
-B-asta. –Jadeó el ladrón. –No puedo respirar...
Desesperado ante la furia de la druida y la pasividad de sus compañeros Óscar trató de defenderse usando sus manos para intentar levantar la de la elfa de su pecho, pero fue entonces cuando comprendió lo que sucedía. En lugar de la fina y delicada mano de una elfa lo que sus dedos encontraron fue una garra tan gruesa y peluda como la de un oso y que parecía tener además la misma fuerza de aquel animal.
-Leilány, creo que ya ha aprendido la lección. –Pidió finalmente Héctor, recuperado de su sorpresa por el aspecto de la elfa y consciente de que ella estaba lo bastante enfadada como para cumplir su amenaza. –Por favor.
La elfa miró a Héctor al escuchar esto, volvió a girarse hacia Óscar observando la aterrada expresión de su rostro y al fin pareció reaccionar. De nuevo sus ojos tomaron el color violeta y la redondeada forma de hacía tan solo unos segundos, su mano se levantó del pecho del ladrón haciendo crujir la mesa por el súbito cambio de peso y poco a poco se hizo más pequeña perdiendo también el aspecto de zarpa.
-Solo iba a cortarlo un poquito. –Dijo apartándose del ladrón para dejar que volviese a ponerse en pie. –Tengo un mal día y él lo ha empeorado aún más, debería haberme hecho caso.
-Se merece todo lo que pueda ocurrírsete hacerle. –Aseguró Héctor tratando de no reírse ante la naturalidad con que la druida había dicho algo así. –Pero nos guste o no forma parte del grupo, nos será más útil si está entero.
-¡Estáis locos! –Protestó Óscar mientras tosía para recuperar el aliento y se llevaba la mano el pecho. –Podía haberme matado y no habríais movido un dedo.
-En primer lugar, intenta calmarte antes de que sea yo el que te ponga en tu sitio. –Replicó bruscamente Héctor, ahora con voz severa y firme. –La ignorancia es perdonable, la estupidez o la temeridad no. Esta vez tu desconocimiento ha estado a punto de costarte la vida, procura aprender de tu error o cuando salgamos de aquí puede que sea a todo el grupo a quien pongas en peligro.
Las palabras del mago fueron duras pero consiguieron exactamente lo que pretendían. La desafiante mirada que hasta entonces había en los ojos de Óscar desapareció de golpe ante la regañina de Héctor y su rostro pasó a mostrar una seriedad que resultaba casi chocante en él.
-Lo lamento. –Dijo con tono serio y educado en el que ya no había rastro de la desafiante actitud de hacía unos minutos. –Tienes razón, he cometido un error.
-Más bien una estupidez. –Refunfuñó Négnar. –Pero eres humano, no puedes evitarlo.
-Me cogió por sorpresa. –Explicó Óscar mirando de reojo a la druida. –No sabía que los elfos de luna fuesen.... así, eso no era lo que me habían contado en el gremio.
-¿Es un poco cortito no? –Fue la respuesta de la elfa que se negó a devolverle la mirada y simplemente giró la cabeza hacia Héctor mientras se ponía de nuevo la capucha.
-Más de lo que pensaba. –Suspiró el mago antes de volver a mirar al ladrón. –Los elfos de luna no son “así”, eso que has visto es el poder de un druida. ¿Qué demonios os enseñan en las escuelas del gremio hoy en día, calceta?
-Pero... –Titubeó Óscar aparentemente confundido. –Su cara...
-Tengo un mal día. –Repitió Leilány con tono cansado. –Eso es todo.
-“Un mal día” no le hace eso a un elfo de luna. –La contrarió Héctor entrecerrando un ojo como si no acabase de creérselo. –Créeme, lo sé, algunos de los tuyos vivieron los peores días de su vida durante la guerra y ninguno acabó así.
-Pero una alergia sí. –Se adelantó Négnar antes de que ella pudiese decir nada. -¿A qué he acertado? Ya lo he visto otras veces, es una alergia mágica a algo que has tomado.
-¿Sabes cuanto durará? –Preguntó rápidamente la elfa que ahora parecía extremadamente interesada en lo que tenía que decir el enano. –Es.... bueno, salta a la vista lo molesto que es.
-Deja que te eche un vistazo y te lo digo enseguida. –La animó el enano poniéndose en pie para acercarse a ella. –En mi capilla tratamos muchas de ese tipo. Cierto que la mayoría las provocan nuestras medicinas contra quemaduras, pero lo importante es que gracias a eso se nos da muy bien curarlas.
Mientras terminaba de reírse recordando las anécdotas que aquellas palabras le habían traído a la cabeza, Négnar se acercó a la druida y alargó una mano hacia ella para examinarla de cerca. Lejos de colaborar con quien pretendía ayudarle Leilány no solo no se quedó quieta sino que además dio un rápido paso hacia atrás evitando el contacto del enano como si este quemase. Una reacción curiosa que sorprendió bastante a todos salvo precisamente al propio Négnar.
-Ummm... eso me vale como respuesta. –Dijo mientras ponía cara pensativa y se rascaba la barba con la mano. -A ver que lo adivine. Otra vez esa fase de la luna, ¿Eh? No me había dado cuenta de que ya estábamos en esa época del año.
-¿Quieres decir que...? –Pareció comprender también Héctor que miró de pronto a la elfa con total seriedad. –Ahora lo entiendo. Por eso dijiste que eras la única que podían enviar, el resto de druidas adultos están... “ocupados”, ¿Verdad? Tú debes ser la única de tu edad que...
-Estupendo, ahora hasta un humano me lo restriega por la cara. –Suspiró la elfa para mayor confusión de Óscar que no parecía entender absolutamente nada. –Sí, es así ¿Alguna pregunta estúpida más o puedo saber ya cuanto va a durarme esto?
-Si tu alergia es por la medicina que os dan para atenuar los efectos de esta fase de Xhanya... –Respondió Négnar para alegría de la impaciente druida. –Una noche, un día como mucho. A menos que sigas tomándolo claro.
-Según mi gente sería moralmente incorrecto que no lo hiciese. Podría avergonzar a mi raza, dejarlos en mal lugar, romper las tradiciones, ese tipo de cosas. –Explicó la elfa sacando una pequeña botella decorada con enredaderas y cerrada por un complicado tapón en forma de flor invertida. –Pero como se me ha caído...
-¿Cómo que se te ha caído? –Preguntó sorprendido Óscar al tiempo que apuntaba con su mano a la botella de la elfa. -¿No es esa?
A modo de respuesta, Leilány cogió la botella y sin decir una sola palabra la arrojó directamente hacia una de las refinadas papeleras de mármol y plata que decoraban la sala. Aunque lo que más sorprendió a los tres futuros compañeros de la elfa no fue aquel gesto sino la inocente sonrisa que apareció en los labios de la druida al oír como el vidrio se hacía pedazos contra el mármol y derramaba todo su contenido.
-¡Ja, cada vez me cae mejor! –Rió el enano volviendo junto a la mesa. -¿Nos la quedamos?
Por una vez las bromas de Négnar hicieron sonreír a todos sus compañeros, incluso a la propia elfa cuya mirada se había suavizado considerablemente tras recibir los consejos el enano sobre su alergia. Pero en esta ocasión no sería ninguno de ellos quien respondería a la retórica pregunta del enano...
-Temo que la capacidad para realizar esa elección no es suya, caballeros. –Los interrumpió de pronto una voz altiva y educada cuyo modulado tono parecía casi forzado. –Por si lo han olvidado están aquí para cumplir las órdenes del consejo, no para ponerlas en duda.
Sorprendidos por que alguien más hubiese podido entrar en la sala sin que se diesen cuenta, los cuatro se giraron de inmediato en la dirección de la que provenía la voz y se encontraron al fin con aquel a quien habían estado esperando: Ilenus.
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