Me gusta sentarme en el suelo y pegar la cara al cristal de la ventana, sentir como el aire lo golpea y como las gotas de lluvia rompen en él y se escurren lentamente.
Ver como los rayos de sol penetran a través y se proyectan en la pared de mi habitación.
Oír la vida desde aquí y sentirla, cada ruido, cada nueva ráfaga de aire.
Tumbarme en la cama, retorcerme, mirar al techo, pensar en nada, pensar en ti, en él, en ellos, en ellas, en nosotros.
Saber que quizás mañana me cruce con la persona más interesante de este lugar, pero no la llegue a conocer nunca.
Entender que estoy viva y tengo despiertos mis sentidos.
Preguntas sin respuesta, que se acumulan, dolores de cabeza.
Respuestas a ninguna pregunta.
Simplicidad.
Espacio: kilómetros de media soledad.
Tiempo: tiempo de cambiar algunas cosas.
Luchar, primero por mí, luego por el resto del mundo.
Aquí dentro, yo misma.
Fuera, un ser extraño.
En este país, un número.
En el mundo, una hormiga, un pez más.
Nadar, no llegar a ningún sitio.
Vivir, pero morir a cada instante.
Volar, cerrando los ojos.
Soñar, despierta.
Despertar, seguir soñando.
Rebobinar, ya es imposible.