Yolanda no era como las demás.
Antes de conocerla yo solo habia estado con niñatas de 18 años que eran todas tontas del culo. O con universitarias, de esas que no saben lo que quieren en la vida y que viven de sus padres como parasitas. Incluso habia estado con las típicas zorras de discoteca, esas que se atiborran de pastillas para bailar y que cuanto más bailan más cachondas se ponen y a las que acabas follándote en los retretes de la disco.
No, Yolanda no era de esas.
Yolanda tenia 29 años, un trabajo, un coche propio y un apartamento. Era una mujer de verdad. No dependia de nadie y sabia lo que queria.
La primera vez que follamos me sorprendió una cosa, y es que ella me miraba a los ojos mientras lo haciamos. Sin duda se tenia que sentir muy segura de si misma para mirar a los ojos de un hombre mientras se lo folla. Porque a Yolanda no me la follaba, ella me follaba a mi.
Otra cosa que me sorprendió es que tras follar yo no tenia ganas de largarme (como era habitual en mi). Con las chicas siempre trataba de esfumarme tras el polvo o al menos ducharme y luego largarme.
No, con Yolanda seguía a abrazado a su cuerpo cálido y sudoroso, sintiendo su corazón latiendo aun acelerado, con la respiración aun jadeante.
Todo esto era nuevo para mi. Por que hasta entonces el sexo era un polvazo que terminaba cuando terminaba de correrme. Pero con Yolanda descubrí un placer más allá de mi propia eyaculación.
Ella terminaba exhausta tras el polvo pero deseaba que yo siguiera mimándola. Que secase su sudor con mis besos y que la protegiera del frio con mi cuerpo. En esos momentos era como una niña indefensa y la abrazaba como se abraza a una niña: con cariño y dulzura. Luego podiamos hablar. Ella me contaba sus cosas y yo le contaba las mias. Y mientras hablábamos le tocaba el pelo negro o le acariciaba esas mejillas de porcelana que tenia. No queria dejar de sentir aquello que sentia en esos momentos. Aquella ternura que me embargaba cuando la tenia tan cerca y tan desnuda.
Días después ella se cansó de mi. Ya no me necesitaba, ya no me deseaba.
Se buscó a otro a quien regalarle sus besos, a quien invitarle a su cama.
Entonces empecé a echarla de menos. Echaba de menos sus labios que eran como pétalos de sangre, sangre que ya era mi sangre y que corría por mis venas como un veneno que me mataba.
Los dias lluviosos llegaron y yo esperaba su llamada pero esperaba en vano. Vivia en una celda cuyas llaves Yolanda habia lanzado al fondo del océano. Soñaba de dia y lloraba de noche. Anhelando su cálido abrazo, sus mimos de hembra.
Ahora me sentía como debieron sentirse todas aquellas chicas a las que he abandonado.