Aún me sigo preguntando, tras varios años después de su salida, como un título puede estar programado con semejante tino, en todos y cada uno de sus apartados. No puedo más que deshacerme en halagos con respecto a Super Smash Bros. Ultimate. Entiendo de programación lo justo para saber que se trata de números que, juntos, consiguen deslumbrar en lo que conocemos como videojuegos; pero puedo decir que lo de este juego roza la excelencia en dicha materia. Ya de por sí, las matemáticas son casi perfectas; no obstante, no siempre resultan en obras como la de Sakurai y el estudio Sora.
Igual de encomiable es el ejercicio artístico para juntar a tantísimos personajes, invitados incluidos, y que todos formen el cuadro en movimiento que podemos apreciar en este juego de lucha. Proporciones, cromatismo... Todo es tan orgánico que no pareciera mezclar tantísimos universos en uno solo.
De una profundidad jugable apta para cualquier tipo de usuario, con la bandera de la diversión izada hasta la máxima altura.
Ese juego que me llevaría a una isla desierta, sin pensármelo dos veces. Una obra maestra de las que se forjan cada bastantes años, y que tardamos otros tantos en volver a ver.