Lo que sigue lo escribí hace once años en este mismo subforo. Culoprieto, espero que te sirva de algo sabiendo que no lo harás peor, porque yo he hiperventilado al leerlo:
Solo quiero que hagáis un esfuerzo y que os pongáis en el pellejo de un tímido chavalín de 8º de EGB. Es un poco plomo, leedlo a trozos.
En mi pueblecillo de 9.000 habitantes hay tres colegios. Uno de curas, otro de monjas y el mío, el público. Cada Navidad celebran sus festivales en el auditorio del pueblo (decorado con enormes murales de tías en pelotas, por cierto), cada uno un día. Ni qué decir tiene que había una cierta rivalidad entre mi cole y el de los niños-curas, y cada uno quería tener mejor festival que el otro, sobre todo porque lo veían las niñas de las monjas y había que causares buena impresión -tenían fama de salidillas, lo cual ayudaba a motivarse-.
Me apunté a una obra de teatro en la que tenía que salir vestido de mujer y decir "ni perrito que me ladre tengo". Era fácil, era sencillo y el travestismo no ayudaba a ligar pero al menos te aseguraba cachondeo entre amigos para dos semanas. Sin embargo, la obra se sustituyó por otra distinta un mes y algo antes del festival, y como ya no me hacía falta ligar con la protagonista (mi casinovia de toda la vida) porque la tenía en el bote, no me apunté a la nueva obra.
Llegó la semana del estreno y la presión de ser los mayores del cole y tener la mejor actuación empezó a causar bajas en nuestras filas. Cayó un actor tres días antes (estaba enfermo, dijeron) y una actriz que hacía de hombre justo el día antes de la obra. Ese día me encontraba felizmente en clase de Educación Física haciendo un examen sobre huesos y me llama Luis, el profe (Luis, cabronazo, espérame en el infierno porque te debo una buena paliza). Entonces me dice, cual Leia grabando el vídeo de socorro ante R2-D2, que soy su única esperanza, ya que tengo que sustituir menos de 24 horas después a la penca de Isabel -te odio, so cerda- en el superfestival en el que se deciden nuestros destinos de forma irreversible para el resto de nuestras vidas. "Claro, como tú ya sabes de qué va el teatro..." Claro que sí, cabronazo, ¿quién mejor que yo, que en la otra obra tenía que pronunciar 6 palabras?
La entrega de mi papel fue memorable. Como si fuera la Antorcha Olímpica, pero en blanco, negro y... rosa. "Solo tienes que estudiarte lo que está marcado en rosa". Joder. Joder, joder, joder.
6 folios enteritos en los que una frase sí y otra no era mía. Os puede parecer una chorrada, pero cuando a los 12 o 13 años te dan esa pila de frases rosas para aprenderte en una noche y si no se cancela la maldita actuación, crees que el mundo se ha acabado para ti.
Día siguiente.
Tras una tarde del día anterior sin despegar los ojos de los folios y una noche en la que
grabé en una cinta mi diálogo y me fui a dormir escuchándola en modo REPEAT hasta que desperté histérico perdido, tocaba ensayo por la mañana. Problema: el festival era después de comer, y en una mañana tenían que ensayar todos los cursos. Resultado: nuestra plomiza y larguísima obra obtuvo 10 minutos de ensayo, en los que no dio tiempo de llegar a mi parte. Genial. Tiempo de memorización perdido y nervios a flor de piel.
Entre bastidores, media hora antes de la obra.
Ya había empezado el festival... el festival de idiotas llorando de los nervios y gente yendo al WC para vomitar. En la EGB la gente se tomaba las cosas muy en serio, joder. Y yo quieto como una estatua mientras me ponía mi boina, me enfundaba mi pistola de juguete y me pintaban entrecejo para representar al paleto de mi papel. Sin la más remota idea de cuándo me tocaba a mí, se me ocurre asomar la cabeza por el telón. Oh, Dios. Jesús, María, José, el Espíritu Santo y hasta el buey y ese otro bicho que había en el portal de Belén. Medio puto pueblo -y seguro que esas tías buenorras salidillas de las monjas con libreta en la mano para ir apuntando sus preferidos- abarrotando el auditorio, y los que no cabían sentados ocupando los pasillos de pie. En eso que me da el momento Matrix en el que todo a mi alrededor se pone en blanco y empieza a girar a cámara lenta. Respira hondo.
No puedo hacerlo.
Que se salten mi trozo.
No voy a salir ahí.
Ensimismado en mi momento Matrix, no oí la frase clave desde el escenario que señalaba mi entrada. Tuvieron que empujarme desde atrás.
Ahora mismo solo recuerdo parte de la primera frase que dije, y creo que aquella vez también fue la única que recordaba: "¡Hola! Me llamo Polonio Metralla, y este es mi sobrino... (¿Mariano?)... Palomablanca". Entonces mi casinovia de entonces, que en esta otra obra hacía de yo qué sé, una abogada o algo parecido, dice su frase.
Silencio.
Miro a mi "sobrino". Me devuelve una mirada de terror. Miro a mi casinovia. Arqueo de cejas. Nada. Miro al público. Miles de ojos expectantes, dos por cada persona (salvo excepciones).
Entonces se ponen a aplaudir.
¿Pero qué coño se piensan, que aplaudir es como chutarte Ceregumil y te ayuda a tener memoria sobrehumana? Y entonces lo veo, ¡salvado! El guión está encima de la mesa y puedo acercarme disimuladamente y leerlo. Problema 1: no está en la página que me toca. Problema 2: Los miles de ojos están fijados en cada milímetro de mi cuerpo y no es tan fácil ir pasando hojas como un idiota subido ahí arriba.
Aplauden otra vez. Gracias, so memos, pero si me decís en qué página está mi diálogo me ayudaréis más.
Aprovecho los segundos extra para llegar a mi parte y las siguientes líneas son un simple recital con la única finalidad de acabar cuanto antes.
Entonces llega lo peor.
En un momento determinado, tengo que acercarme a quien está al lado de la mesa, sacar mi pistola, alejarme y forcejear con dos o tres personajes. Como si se pudiesen decir muchas cosas sensatas mientras forcejeas intentando matar a alguien, mi papel incluía una buena dosis de líneas durante el forcejeo para hacerlo de lo más
realista.
La has metido hasta el fondo, amigo.
Así que ahí estoy yo, lejos de la mesa, de los papeles, del maldito guión que me iba a salvar la vida, forcejeando durante 30 ANGUSTIOSOS SEGUNDOS a cámara lenta sin decir una palabra. Pero ¡eureka! ¡Lo había olvidado! ¡Está el apuntador! Miro hacia mi izquierda, intentando no mirar hacia la masa de gente confusa y/o descojonándose de mí.
Bajo mis ojos hasta que localizo la parte donde se pone Luis.
Él me mira.
Yo lo miro.
Horrorizado.
Y entonces
el muy hijo de puta coge el guión y se tapa la cara del descojone que lleva.
De modo que hago un último esfuerzo, me salto lo que tenía que decir y me sueltan mis compañeros. Nos quedamos quietos. Silencio.
Más aplausos.
Mientras mi casinovia me intenta soplar mi línea, no le hago ni caso: acabo de recordar
algo que tenía que decir. Lo suelto en voz alta y clara. Más silencio. Esta vez la cara de terror es la suya: me he saltado no sé cuántos párrafos y no se acuerda de cómo sigue. Mira a los demás, que no saben de qué estoy hablando. Entonces ella improvisa y dice algo que no estaba en el guión, a lo que yo contesto Dios sabe qué. La cosa acaba peor que como empezó: yo al lado de la mesa y 4 personajes a mi alrededor leyendo el guión de carrerilla, mientras el público trataba de enrollar la lengua y cerrar la boca de incredulidad. Los siguientes actores que salieron estaban tan cagados tras ver mi actuación que metieron la pata pese a no ser sustitutos de nadie.
Tras la actuación, mis amigos del público no se rieron. Ni ese día ni nunca. Sabían que había sido tan humillantemente desastroso que ni tenía gracia. Lo que sí me dijeron nada más terminar es que mi madre, que había pedido una hora libre del trabajo para verme, se había tenido que ir a mitad de mi actuación estelar para evitar morir de vergüenza allí mismo y tal vez para no ver cómo me suicidaba en el escenario con los bordes cortantes de los folios del guión. Mi hermano me dijo al volver a casa que estaba seguro de que había metido la pata ya en mi primera frase, y que había confundido mi nombre con el de mi sobrino. Genial.
Ese año no ligué con ninguna de las niñas de las monjas y opté por mi casinovia de toda la vida, que al menos comprendía mi sufrimiento interior después de aquella debacle. Saqué sobresaliente en EF aun habiéndome cargado la mitad de los frisbees del almacén, pero los primeros días después de la tragedia me quedé en casa jugando a la Master System y deseando el descanso eterno, sin salir a la calle por si alguien me reconocía. Isabel se recuperó milagrosamente de su misteriosa enfermedad y no le metí el guión en forma de canuto por algún orificio porque soy pacífico. La seguí viendo durante años después del incidente, pero nunca hablamos de ello por si de repente se me ponía el pelo rubio y le lanzaba un kame hame decapitador sin querer. Según veo en sus fotos de Facebook, ahora está fea y gorda como una soprano, así que supongo que la Justicia Cósmica ha funcionado.
Unas semanas después del festival, el vídeo de aquella demostración de las miserias humanas fue mostrado una y otra vez en la TVC, el canal cutre de mi pueblo. Alguien de mi casa lo grabó en VHS. Intenté verlo hace años, pensando que con una década más de madurez podría superarlo, pero me puse a gritar de dolor antes de poder oír la primera frase, así que nunca supe si mi hermano tenía razón.
Y, ahora sí, espero vuestros aplausos.