Me he reído muchísimo, anda que...
Yo recién nacido ya sabía todo lo que hay que saber, pero con algunas cosas también me hacía unas pajas mentales que para qué.
1- ¿A alguien más le seguía la luna? Menuda pesada, aún recuerdo la primera vez que me fijé yendo en coche -eso por no hablar de que los árboles a los lados de la carretera
venían hacia mí-. Ibas a un sitio, allí estaba. Ibas a otro y te volvía a perseguir. Argh. Y el sol, otro puñetero, cada vez estaba en un sitio hasta que se iba a dormir... ¡pero si lo único que hacía por el día era moverse en línea recta, cómo iba a estar cansado!
2- Una mosca encima de la otra. Un escarabajo pegado a otro. Dos perros enganchados. ¿Qué demonios estaban haciendo? La empollona de mi clase decía que "peleaban", y hasta que no pregunté por todas partes y destruí su niñez diciéndole que "hacían el amor" no descansé. Ahora bien, yo ni preguntarme para qué servía eso, tenía otras cosas que hacer.
3- Como hablar con la tele, por ejemplo. Un día estaba viendo Godzilla contra no sé qué bicho y se cortó la emisión. Me acerqué a la tele al mejor estilo Poltergeist y la muy jodida ¡me habló! Empecé a pensar en fantasmas, marcianos y todo tipo de cosas, y salí de allí -era en mi chalet- como alma que lleva el diablo. Acércate a la luuuuz. Seguramente fue que empezó a llegar el sonido pero no la imagen (la típica estática), y me cagué porque parecía que hablara. Pero bueno, aún no lo descarto, porque si nos habla la mujer del telediario...
3- Los cajeros automáticos, ¡cómo molan! Si metes una cosa de plástico y te dan todo el dinero que quieres... ¡y la cosa de plástico te la devuelven después! Hay que ser tonto para ser cajero, oye.
4- Y el fuego... cómo mola el fuego. ¡Si soy valenciano! Fallas, petardos... en algo se me tenía que notar. De pequeño me pasaba horas mirando la chimenea y quemando todo tipo de cosas en ella. Pero en verano, ¿qué haces en verano, si no hay chimenea? ¡Hay que sacar el fuego a pasear! Recuerdo aquel día en que, armado con un mechero, fui a comprobar qué ocurría al quemar una de esas plantas secas estilo plumero gigante que tenía mi abuela. Y digo tenía porque la llamarada de metros que salió en 2 segundos, la enorme mancha negra en el techo y la pared y mi flequillo, pestañas y cejas quemados hicieron que las cambiara por preciosos geranios. Ahí, ahí, promoviendo un entorno saludable y natural.
5- Y cuando me aburría de poner en peligro la seguridad de mi familia... ¡ahí estaba mi amigo invisible! El pobrecito no tenía ni nombre, pero me acompañaba a todas partes, menos mal que cuando eres pequeño no te importa que te vean desnudo.
6- Hablando de desnudos, ¿alguien recuerda la primera vez que vio a un adulto desnudo (bueno, un hombre, que las mujeres no tenían pito porque no necesitaban hacer pipí)? Mi padre un día me llevó a su gimnasio para que viera cómo impartía las clases de karate. Y claro, me tocó acompañarle al vestuario. Madre mía... ¿pero qué es eso? Curiosamente no te extraña que una persona pueda tener las manos, los pies o la nariz tres veces más grandes que tú, pero lo de ver una trompa de elefante sí que me extrañó. Qué incómodo, oye.
Pero luego, cuando pegué el estirón antes que todos mis amigos, el que tenía la trompa era yo, jua jua. *Insertar chorrada sin gracia de Shin-chan*
7- Tampoco era ningún problema lo de las trompas, porque cuando había que ir a una playa nunca iba a una nudista. De todas formas, la playa en sí también era un sitio raro, pero raro de cojones (en mi piscina había pirañas tras ver la famosa película, así que prefería ir a la playa). ¿Por qué el agua es transparente de cerca pero de lejos es azul? Mi primera teoría fue que a mitad de camino la cambiaban por gelatina, pero que tenía que estar malísima de tan salada. ¿Y los tiburones? Ésos sí que daban miedo. Un día mi muñeco Antenna de los Masters del Universo (los tenía TODOS, y conservo muchísimos de ellos), desapareció en el mar para nunca más volver, y me tiré semanas preguntando a mi madre si se lo comerían los tiburones. La buena mujer al final me dijo que no, que habría llegado a una isla desierta, así que cada vez que veía agua en grandes cantidades (playa, río, lago, bañera...) me ponía a buscar por si encontraba una botella con su mensaje de que estaba sano y salvo. Estos juguetes...
8- Y eso los que no hablaban, porque Muñeco Diabólico a mí me causó un trauma, además de producirme años y años de pesadillas (tanto él como otros muñecos en mi cuarto, especialmente el puto Temblor de mi hermano que se movía y me miraba en sueños). En la película el muy cabrito le dice una palabrotilla a niño (que su tía era una "perra" y merecía morir), y el niño lo suelta delante de su madre. Cuando vi Superman (creo que era la 2), salió por ahí la palabra "zorra", y como me pareció divertidísimo se lo solté a mi madre un día. Momentos antes de que me soltara un buen sopapo le expliqué que me lo había dicho mi Monstruito, y se lo expliqué tan convincentemente que no sé si se lo tragó y me perdonó la vida, pero el caso es que
recuerdo que el muñeco me dijo la palabra en cuestión. Eso es sugestión y lo demás, tonterías.
9- ¿Sugestión? Qué va, hombre, si los niños somos muy objetivos. La primera vez que vi una mantis religiosa en mi pueblo me quedé petrificado.
¡Un marciano! ¡Y ha aterrizado aquí, en mi chaletito de verano! Recuerdo aquel encuentro como si el bicho en cuestión fuera igual de grande que yo y estuviese observando mis movimientos para lanzarme un rayo mortal, pero no me cagué y le lancé un pedrusco que ya quisieran muchos vascos. Resultado: en fuerza estaba bien pero me faltaba practicar la puntería, la mantis salió volando y yo me largué pegando gritos sobre una supuesta invasión de la Tierra. Están entre nosotros, os lo digo.
10- Pero la cosa más increíblemente absurda de mi niñez, y eso que hay para escribir un libro, fue la tomadura de pelo de mi padre, sujeto famoso por aficionarse a la electrónica y construir robots como Corto Circuito -sí, por eso me acuerdo- que gastaban más pilas de petaca que una PSP. También con alienígenas por ahí.
Pues bien, a mi papi se le ocurrió un día -después de construir una nave espacial de cartón que jamás despegó- que debíamos enviar un mensaje a los marcianos. Usando un bote de gel de ducha y carbón, azúcar y pastillas para las llagas como combustible -o ésa era la mezcla que recuerdo yo, no probéis en casa por si acaso-, mi papá hizo un cohete espacial a propulsión que enviaría nuestro mensaje interplanetario. No sé qué pusimos en el papel, pero el cohete salió volando y aunque me pareció que acabó en una huerta cercana, la ilusión superó esos pequeños detalles.
Al poco tiempo llegó otro cohete del cielo, sospechosamente parecido al antiguo -la misma tecnología que nosotros, supuse yo, aunque no vi el aterrizaje-, con el esperado mensaje de vuelta. Mi padre y uno de mis tíos se encerraron toda la tarde en una habitación (para descifrarlo, ojo), y al cabo de horas y horas trajeron
una cinta de videocámara con el mensaje. ¡Qué emoción, Sony llega hasta Marte! En ella, unos alienígenas también muy parecidos a mis Masters el Universo -los modernos basados en aquella película- con armadura y cascos de papel albal y que se movían a trompicones, no sé qué narices decían porque igual el shock me afectó a la memoria, pero creo recordar que era un mensaje de paz, o algo así. Jo, qué flipe. Cuando se lo cuente a mis amigos van a alucinar...
Yo de pequeño era gilipollas.
La verdad es que tengo ganas de hacer niños -sobre todo de hacerlos, pero ésa es otra historia- y tomarles el pelo con inventos y chorradas como hacía mi padre conmigo. Si yo os contara...