Sensaciones encontradas con el último trabajo de James Gray, nuevo título a añadir a esa interminable lista de trabajos semi-autobiográficos que se han presentado este pasado 2022 con bastante poco pudor pero no por ello exentos de interés, al menos algunos. Tras el fiasco descomunal de Ad Astra, en lo que a mi respecta una auténtica tomadura de pelo, pero también lejos de sus mejores trabajos como La Noche es Nuestra o Z La Ciudad Perdida, en esta ocasión nos presenta una película "pequeña", intimista, casi familiar, tanto por historia como por medios, con momentos muy buenos pero también con alguna que otra escena puntual bastante cutre ( esos breves insertos de fotos o la representación de la fama ) que se podía haber ahorrado.
La trama es sencilla: en 1980 una familia de clase media baja de etnia judía que ha cambiado su apellido para prosperar intenta que su hijo menor, con problemas de aprendizaje en la escuela pública, se labre un futuro, y para ello decide apartarlo de la supuesta mala compañía de un joven de raza negra de extracción muy humilde y cambiarlo a un colegio privado de élite junto a su más dotado hermano mayor, por cierto patrocinado por los millonarios padres de Donald Trump, el polémico actual ex-presidente USA. Solo su abuelo materno con el que tiene una especial sintonía parece comprender sus sentimientos. Racismo y antisemitismo que persisten en una sociedad todavía en cambio y la amistad y la dignidad por encima de todo son algunas de los asuntos nucleares que nos quiere mostrar este pequeño retrato social.
Con esta sucinta historia Gray trata de labrar un retrato de una época, el Armageddon del título, que proviene precisamente de una frase de Ronald Reagan en campaña electoral y que puede prestarse a interpretaciones, ya que si alguien nos puso cerca del mismo fue él con su agresiva política exterior, aunque curiosamente fuera quien a la larga ganó la Guerra Fría. A ratos lo consigue y a ratos no, pero el conjunto - si bien resulta algo superficial, eso es cierto - funciona y demuestra cierta elegancia. No es una gran película, las he visto mucho mejores este año, pero sí una película estimable con claros ecos de Truffeau y sus 400 Golpes en la que sin duda lo mejor lo encontramos en las interpretaciones de un envejecido Anthony Hopkins, que ni siquiera tiene que molestarse en actuar con su poderosa presencia, y en un extraordinario Jeremy Strong ( Succession ), que borda su papel. Ambos protagonizan los mejores momentos, lastrados desafortunadamente por la presencia del a menudo insufrible protagonista, un crio repelente y realmente "hostiable".