Acabo de terminar hace muy poco Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, lo he leído en inglés, lo cogí porque me encantan las novelas sobre futuros distópicos y había visto la versión de la película de Truffaut, que me parecía deliciosa.
Al leerme el libro, sentí un gran vacío en mi interior, y no sabía si quería prenderle fuego a la película o al libro.
Quizás lo más sensato hubiera sido prenderle fuego al libro en aquel mismo instante, pues fue el causante de ese sentimiento, a pesar de disfrutar mucho con su lectura.
Las enormes diferencias entre el oscuro libro de Bradbury y la colorida película de Truffaut, diferencias profundas y sustanciales, podía a uno llegarle a plantear si se trataba de la misma historia, de no ser por la magnífica dirección de Truffaut, que supo sacar la esencia de la novela, para recrear su propia versión de la misma.
Es entonces cuando uno reflexiona unos instantes, e imagina que la película de Truffaut es tan diferente expresamente para que, quién no lo haya hecho ya, se lea el libro de Bradbury, y sabe que no deberían arder ni la película, ni la novela, y quizás el culpable de todo y hacer que me sienta así, es Truffaut, y al que habría que rociar con queroseno hasta que no quedasen más que cenizas.
Después de acabar con Fahrenheit 451, me he puesto con Crónicas Marcianas, también de Ray Bradbury, y decir solamente que lo poco que llevo leído, lo estoy adorando.
Un saludo!