La brisa soplaba tenue en derredor de su cara.
El rumor de las olas le mecía mientras contemplaba, con los pies desnudos sobre la arena, la luna llena extender su manto de plata sobre las espumosas crestas.
El mundo contemplaba sus anhelos bajo la bóveda estrellada.
Y él, soñando un mundo mejor, andaba y andaba.
El Sol brillaba en lo alto y la mirada le cegaba.
A su paso sombrio, las conchas, de espejo iridiscente, en la orilla le saludaban.
Y las algas, de la marea acompañadas, calidamente sus tobillos acariciaban.
Pero él solo veía como las gaviotas; de libertad agasajadas, suspendidas sobre rayos cegadores, en pos del viento bailaban.
Con la mano sobre la frente dorada, contemplaba el infinito de color turquesa y malva.
Y él, con pupilas empañadas, de salitre y tristezas derramadas, andaba y andaba.
Las piedras se clavaban en sus pies y esculpían el alma en su camino.
Las rompientes olas bramaban turbadoras sobre las rocas.
Como lenguas voraces de la tierra en pos.
Y las nubes lanzaban sus destellos sobre el mar embravecido.
Y él, con el rostro acuchillado por el viento, miraba las aguas, de su grandeza impresionado.
La luz del crepúsculo, tiñendo de rojo el horizonte.
Marcaba el sendero que lleva hasta el cielo, donde el sol se esconde.
Los delfines, tras las doradas lenguas espumosas saltaban y , riendo, con sus gritos le llamaban.
Y él, escuchando sus cantos alegres, andaba y andaba.
La mañana fresca al rocio saludaba, la bruma espesa sobre superficie silenciosa, en jirones se levantaba.
Los afanosos alcatraces, con sus coros el nuevo día saludaban, de un viejo velero presidido.
Desarbolado, en la orilla encallado reposando. De su tiempo ya pasado, testigo mudo y desvencijado.
El que un dia libre de los mares se enseñoreaba, parecía que su advertencia le mandaba.
Y él, en pos de corriente favorable, andaba y andaba.
Seguía su camino, mas su destino no alcanzaba.
Frustrado y de rodillas, sobre la arena quemada, del inmenso océano sintió la llamada.
Y se internó en el. Y sus piernas doloridas, por el agua recogidas, recibían nueva vida mientras avanzaban.
Su cuerpo retorcido y agotado , refrescado por las olas, ya no sudaba.
Y sus crestas, de espuma coronadas, mas adentro le llamaban.
Y él, olvidando su tormento, andaba y andaba.
El agua por entre su cuerpo jugueteaba.
Los peces, en derredor suyo nadaban.
Y ya nada era importante, mientras le mecían las olas y la brisa le cantaba.
Su alma, tras una luz brillante, en pos de sosiego andaba y andaba.
Su cuerpo, inerte ya, sobre la mar flotaba.
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