CAPÍTULO 27
1 de diciembre de 1980.
“No abrir antes de Navidad”. Era la única inscripción que figuraba en la gran caja de cartón marrón que Paul guardaba en el garaje desde hacía casi un año. John se la había dado la última vez que se vieron, el día en que firmaron su finiquito como banda.
Ese lejano día de enero había sido la última vez que los cuatro habían estado juntos. Bebieron y rieron hasta el amanecer y, tras contemplar la salida del sol, se despidieron con gran boato y ceremonia sin que ninguno reservara ni una sola de sus amaneradas y caricaturescas imitaciones de las reverencias cortesanas.
George y Paul, que habían aparcado cerca el uno del otro, caminaron juntos hacia sus coches. Paul supo entonces que George también había recibido una caja de John. “Debe ser el cadáver del Sargento Pepper”, dijo entonces George.
Aquella fría mañana de diciembre Paul no podía parar de pensar en la dichosa caja. Temeroso de estropear una buena sorpresa “made in Lennon”, quería respetar el deseo de John. En todo este tiempo no había parado demasiado en la presencia de la misteriosa caja en su garaje, pero ese día estaba siendo distinto.
Bajó al sótano con la firme intención de abrir la misteriosa caja. Allí estaba, debajo de otros tantos bultos repletos de juguetes, raquetas de tenis, libros y demás trastería. Bajo el polvo acumulado en su superficie podía distinguirse la caligrafía de John y ese misterioso “No abrir antes de navidad”…
Finalmente decidió llamar a George.
-¿Sí…? -contestó Harrison con una cavernosa y somnolienta voz.
-Harri, soy Paul…
-¿Paul?, ¡Demonios!, ¿Sabes que hora es?, ¿no os enseñan educación a los granjeros?
-Supongo que es un poco pronto para ti. Lo siento.
-…Sí, la verdad es que es muy pronto…, en fin, ¿qué deseaba vuestra merced?
-Verás…quería preguntarte…¿has abierto la caja de John?
-¿Qué caja?...¡Joder!, -exclamó George cayendo en la cuenta.¡La caja!, …no…, la verdad es que no… De todas formas, no había que abrirla hasta navidad…¿no?, será alguna de las locuras de John…, ya sabes, su forma de entender una broma de despedida. Habrá metido un perro boxeador o un pastel flamígero o algún rollo de esos…
Paul rió con la broma de George.
-Sí…, seguro que será alguna de las suyas… -añadió Macca- de cualquier forma, me muero de curiosidad…
-Ya…, bueno, yo no voy a abrirla… me gustan las sorpresas.
-¿Y sí, vamos a ver a John?, podríamos llamar a Ritchie y vernos en Nueva York con él…
-Paul…
-¿Qué?, sería divertido…,-dijo Paul adoptando un tono defensivo.
-Esta vez no lo vas a conseguir…, por lo menos conmigo.
-¿Conseguir?…¿de qué coño estás hablando?
George no contestó. Simplemente se limitó a esbozar una sonrisa y susurrar de forma casi inaudible “no volveré a ser un beatle, querido Paulie”
-No me jodas George, nadie está hablando de eso. Es una jodida reunión de amigos, nada más… Eso sí, de paso resolvemos el misterio de las cajas…
Se hizo el silencio al otro lado del teléfono.
-Está bien –contestó George-, yo me encargo de llamar a Ringo. No hace falta que llames a John, sé que está en Nueva York y no tiene pensado viajar la semana próxima, Eric estuvo con él hace un par de días y estuvieron hablando de sus planes.
-¡Perfecto! –exclamó Paul exultante.
-Entonces…¿qué te parece si nos vemos allí en una semana?
-¿El día ocho?, por mí perfecto…, podríamos citarnos en ese bar irlandes que estaba a un par de manzanas del Empire State.
-Hecho.
-Será genial.
-Por lo menos será distinto… Bueno, Paul, nos vemos allí
-Adiós George.
Paul se recostó en el sillón, se retiró el pelo de la cara y cerró con fuerza los ojos.