Durante 5 años, del 99 al 04, fui ferviente creyente en Nintendo y, por extensión, Nintendo Acción. Recibí incluso un cutre carné gris del club nintendero cuando algunos aspectos de aquella Nintendo España de términos del siglo XX no pasaban de ser dignos de una asociación de medio pelo. Mi primer juego para la GBC fue uno de Looney Tunes, ¡me lo compraron porque estaba a 4.990 pesetas y había recibido un 90 en la NA! Por mis torpes maneras para el plataformeo, acabé por recurrir a los truquitos y al paso de nivel para explorar.
Hablando de la Nintendo Acción, la tenía como dogma divino. Si el Pokémon Colosseum sacaba un 98 (así ocurrió, creo recordar), ¡era palabra de ley y había que comprar el juego! Creía en la prístina perfección del Wind Waker, aunque nunca lo jugara, con un 100 sobre 100. Y allá, a mis tiernos 13 años, creaba una web llamada Mundo Gameboy. Me daba pisto con análisis originales, copiados letra a letra de la revista nintendera ésa. Nunca había jugado al Donkey Kong Country de Gameboy Advance y aquí me hallaba plagiando la preciosa prosa de un empleado corriente de Hobby Press. En aquellos sombríos tiempos de felicidad infantil-adolescente sólo me circunscribía a Nintendo: tenía mi visión tapada para otros mundos como SEGA, Microsoft, Sony o incluso el PC.
Aquel encantador idilio se jeringó cuando me hice con una PS2 más el PES 3. También ayudó el hecho de que me decidiera a entrar por fin en EOL.