Los Hijos del Cristal. Capítulo 24: Lágrimas de luz, una llamada a las tinieblas.

Bueno, ya va quedando menos. Perdonad el retraso esta vez pero estoy de exámenes y lo que es peor, una tormenta y su consiguiente apagón se cargó todo el direcorio "mis documentos" de mi ordenador eliminando tanto el archivo original como las copias de seguridas justo cuando ya estaba casi acabado. Así que tuve que bajarme el archivo antiguo del server y reescribir el capítulo. Enga, que lo disfrutéis:

Los hijos del cristal.
La noche comenzaría de forma atípica ese día en el gran desierto de la garra. El habitualmente despejado cielo de Lusus se había ido nublando poco a poco conforme la luz del sol descendía como obedeciendo a un oscuro presagio y cuando este desapareció en el horizonte bajo las últimas dunas el desierto ofreció un aspecto poco frecuente. Esa noche el ondulado velo de terciopelo que formaban sus arenas se había convertido en un mar de tinieblas, una infinita extensión de sombras entre las que el perfil de las dunas era apenas visible sin la luz de Kashali.
La luna de Linnea no presenciaría esa noche lo que estaba a punto de suceder bajo su cielo. El astro de luz que tras cada ocaso guiaba a sus habitantes se encontraba oculto tras las nubes, envuelta en el oscuro abrazo de Malar que la llevaba una vez más hacia el horizonte cobijándola como un amante haría con su pareja lejos de las miradas de cualquiera. Y bajo ellos, mientras su eterno paseo continuaba sobre sus cabezas, los cuatro jóvenes se ponían también en marcha una vez más dispuestos a cumplir todo lo que se habían dicho el día anterior.
Sarah se mantenía serena por el momento, en gran parte gracias a la compañía de Jessica y sus palabras, pero sus ojos seguían brillando con el mismo fulgor diabólico del día anterior recordándoles que sus sentimientos no habían cambiado en absoluto. Con sus fuerzas recuperadas sus deseos de reunirse con su esposo volvían a llamarla hacia aquel lugar desconocido y apenas esperó unos minutos antes de reanudar su marcha.
Una vez más su magia los rodeó a todos formando la esfera en la que ya habían viajado la noche anterior y esta surcó las arenas en dirección a la llama que ardía a lo lejos en la noche con el dragón siempre vigilándolos desde el cielo. Demasiado alto para que pudiesen verlo sin saber dónde mirar, pero también lo suficientemente bajo como para que su presencia quedase patente cuando él lo deseaba.
Su destino no estaba lejos, a poco más ya de una decena de kilómetros que la magia de Sarah recorrió en apenas unos minutos sin demasiado esfuerzo por su parte. Ella habría preferido continuar así hasta el final y no detenerse hasta estar frente a su esposo, pero Álbert le advirtió que se detuviese en cuanto su objetivo estuvo ya cerca y su mirada la convenció de que era mejor hacerlo. Con el tiempo no solo había aprendido a querer a Jonathan, también a sentir el mismo cariño que él por Jessica y a respetar la sensatez que habitualmente había en las palabras de su otro hermano. Algo que, por más que su corazón se negase a reconocer bajo toda aquella furia y aquel dolor, ella misma necesitaba en ese momento pues su mente no era capaz de pensar con claridad.
Nada más detenerse tras la seguridad de la última duna que rodeaba aquel lugar el grupo dirigió su mirada hacia la luz que ardía al otro lado y esta vez sería Álbert quien iría al frente. El joven anticipaba que no sería precisamente fácil encontrar a su hermano y sería el primero en ascender por su empinada superficie, pero ni siquiera él pudo evitar sorprenderse cuando sus ojos contemplaron desde su cima lo que los esperaba al otro lado de esta.
Frente a ellos no se alzaba una ciudad como esperaban, ni siquiera un campamento como podían haber sugerido aquellas llamas, sino un único y colosal edificio. El mar de dunas se interrumpía de pronto a unos metros de su posición hundiéndose para formar una gran depresión y una gigantesca cúpula de roca de más de un kilómetro de radio se alzaba en ella como una gran isla coronada por un círculo de llamas. Algo poco frecuente en aquel reino tanto por su arquitectura como por su tamaño y que, bajo la danzarina luz de aquel fuego, se revelaba más amenazador y preocupante que cualquier ciudad con la que pudiesen haberse encontrado.
Era un edificio antiguo, tal vez incluso más que la propia Lusus por las marcas de erosión de sus rocas limpias ya de grabados o cualquier otro adorno tras siglos de lucha contra los elementos. Lo que antaño habían sido hermosos murales que adornaban aquellas paredes eran ahora surcos borrosos en la roca sin ningún significado claro, superficies pulidas sin rastro de los relieves que una vez les habían dado vida y salientes redondeados a los que la arena había privado de toda expresión limando las estatuas hasta convertirlas en meros muñones de roca.
Pero ni siquiera el tiempo había conseguido borrar por completo las señas de identidad de aquel lugar. A pesar de la erosión algunas de las marcas dejadas por sus constructores persistían al desgaste en forma de dos grandes anillos de roca que sobresalían de la pared principal. Uno de ellos, a cuatro metros del suelo, actuaba como falso techo para las columnas que rodeaban la base de la bóveda y el otro, en su parte superior, marcaba el punto en que esta terminaba como una gran corona pétrea. Ambos estaban construidos con rocas más claras que el resto y sus superficies, en otro tiempo lienzo de magníficos grabados, habían sido pulidas hasta hacerlas resaltar por su suavidad entre los bloques amarillentos que formaban la mayoría de la bóveda.
Lo más destacable de aquel edificio, sin embargo, no se encontraba en estos anillos sino por encima de ambos. En la parte más alta de la estructura, allí donde el segundo elevaba el muro hacia el exterior, la cúpula se detenía de pronto como si se hubiese derrumbado y en su lugar aparecía un anillo totalmente vacío. Pero no era nada de eso, al mirar más detenidamente podía verse que solo una línea de rocas faltaba de su lugar y al otro lado de este agujero el techo reaparecía de nuevo.
Cómo si del techo de una enorme torre interior se tratase, la parte central de la cúpula se sostenía por si sola sin necesidad de los muros y al mirarla con atención los cuatro fueron conscientes del por qué las antorchas se encontraban precisamente allí pese a ser un lugar que pretendía pasar desapercibido. Aquel fuego no estaba allí para iluminar el edificio, sino solo para resaltar el formidable mosaico que sus amarillentas rocas formaban combinándose con feldespatos totalmente negros y cuya importancia quedaba patente en el pequeño tamaño de los bloques con que había sido confeccionado.
Gracias a esto, en lugar de la sutil silueta que se habría conseguido con los enormes bloques que formaban el resto de los muros su trazado era perfectamente claro y sobre ella podía verse un gran círculo negro rodeando lo que parecía una única letra: una “R”. La complejidad de sus trazos hacía difícil asegurar que se tratase exactamente de esa, o al menos así era para todos aquellos que no conocían el verdadero nombre de aquel lugar. Algo que, a diferencia de sus tres compañeras, no sucedía con Álbert gracias a las palabras de Néstor.
-Vramack… -Repitió con voz seria y pensativa mientras sus ojos recorrían toda la estructura. –Jamás imaginé que llegaría a ver este lugar, ni siquiera estaba seguro de que existiese todavía.
-¿Conoces este sitio?. –Preguntó su hermana un tanto sorprendida. –Eso podría ayudarnos a saber por qué está Jonathan aquí.
-Vramack fue la mayor biblioteca del viejo imperio Rashid. Un complejo de estudio en el que se suponía había almacenados libros de toda clase, algunos escritos exclusivamente para la propia biblioteca y que jamás abandonaron sus muros. –Explicó su hermano mirándola de reojo por un momento. –Pero de eso hace ya siglos. Ahora es la última ciudad que todavía sigue bajo la bandera de los Rashid y dudo que su función sea la misma.
-Pensaba que los Rashid habían desaparecido hace mucho asesinados por Árgash. –Trató de entender Jessica sin ver mucho sentido a aquellas palabras. –Además estamos en Lusus, ¿Cómo es posible que este sitio siga siendo del imperio?.
-Porque este lugar no solo es la última ciudad del imperio, también fue la primera del reino de Lusus. –Respondió Álbert entornando los ojos para ver mejor entre las sombras que las antorchas trazaban en la base del edificio. –El imperio había perdido a su familia imperial, su poder, y lo que era peor: la confianza de su gente. Lo sucedido con Árgash trajo mucho odio hacia el imperio incluso por parte de sus propios ciudadanos y sabían que no conseguirían volver a unir a aquella gente bajo esa bandera. Pero también sabían que la gente no quería estar bajo el dominio de Acares, su orgullo como nación seguía intacto a pesar de todas sus pérdidas y solo necesitaban a alguien que los guiase de nuevo para recuperar la tierra que consideraban suya por derecho. Así fue como nació Lusus.
Aún así no todo fue tan sencillo. A cambio de ayudar a formar este nuevo reino los militares y consejeros del viejo imperio hicieron un trato con los futuros dirigentes de Lusus para preservar el legado de los Rashid pasase lo que pasase. Y su resultado lo tenéis ahora delante de vuestros ojos. En algunos de los libros que leí en el orfanato se decía que no era más que un rumor y que Vramack ya no existía, que solo era un espejismo del desierto que a Lusus le interesaba mantener como símbolo de su pasado. Ahora nosotros sabemos que no es así.
-Todo eso no significa nada. –Lo contrarió Sarah de pronto clavando sus ojos de oro en el centro del edificio. –Jonathan está ahí dentro y me da igual a qué bandera pertenezca o si ese lugar es una biblioteca o una cárcel. Le sacaré de ahí aunque tenga que abrir esa bóveda con mis propias manos…
-Pero aún no lo has hecho. –Notó Álbert mirándola con una curiosa sonrisa a pesar del rabioso destello dorado que había acompañado a las palabras de la joven. –Esperaba tener que pararte en cuanto llegásemos para que no lo hicieses saltar todo por los aires. Me alegro de que te hayas calmado un poco.
-Eso no me serviría de nada. –Negó Sarah sin apartar sus ojos del edificio. –Quiero recuperarle, no perderle para siempre. No haré nada hasta que vuelva a tenerle conmigo y esté segura de que ya no pueden hacernos más daño… entonces las cosas cambiarán.
-Ahí dentro puede haber mucha gente inocente. –Señaló Álbert comprendiendo sus palabras al ver la sombría furia de su mirada. –No todos tienen la culpa de lo que sucede.
La respuesta de Sarah fue una simple mirada, pero tan fría como para llegar a helar el corazón de cualquiera que se fijase en sus ojos en aquel instante si no la conociese. En ellos no había el menor resquicio de la compasión que él había intentado tocar con sus palabras, solo el fuego de emociones demasiado intensas como para controlar por completo y esto lo hacía mirarla con cierta preocupación. Aunque ni ella ni Jessica lo notaron, ambas estaban demasiado atentas al edificio como para prestar atención a Álbert y solo Atasha se dio cuenta.
-Cada vez se parece más a ellos… -Murmuró al ver como ella lo miraba intuyendo sus pensamientos. –todo esto está haciendo que se comporte como un verdadero demonio.
-Eso no es cierto. –Sonrió Atasha sorprendiéndolo visiblemente. –Al contrario, cada vez se comporta más como uno de nosotros: como una mujer enamorada.
-¿Quieres decir que tú harías lo mismo en su caso?. –Preguntó con curiosidad Álbert.
-Yo no tengo su poder, ni su carácter. –Explicó Atasha. –No sé lo que haría en su lugar… y prefiero no tener que llegar a averiguarlo.
-Dudo que llegases a ser tan preocupante como ella. -Bromeó Álbert devolviéndole la sonrisa para disimular su propia tristeza. –Por eso creo que será mejor que saquemos a Jonathan de ahí cuanto antes.
Dicho esto, Álbert se adelantó unos pasos al grupo y se agachó para ser menos visible mientras dirigía su mirada ya no a la bóveda, sino al gran pasillo circular que la rodeaba entre las columnas y la pared. Sabía que los estarían esperando, Agatha era lo suficientemente astuta como para prever que Sarah daría fácilmente con Jonathan y no les convenía que los descubriesen si realmente querían rescatarle. Por eso sus ojos recorrieron aquel camino lentamente, parándose en la sombra que la luz trazaba en cada columna para examinarla con cuidado hasta estar seguro de que no se le escapaba nada.
La estructura tenía una entrada perfectamente visible en su parte norte, una especie de pórtico formado por dos columnas exteriores cubiertas por un arco de piedra e iluminado por varias antorchas, pero estaba demasiado vigilada para ser viable. A ambos lados de cada columna había un par de guardias y tras las columnas interiores se apreciaba la presencia de media docena más que serían difíciles de eliminar sin dar la alarma. Ninguno de ellos tenía armadura, solo las mismas ropas que habían visto en los soldados de Lusus, aunque sus armas eran distintas y se semejaban a grandes cimitarras con hojas opuestas unidas a un corto mango de madera. Lo que, unido al oscuro aviso del emblema con forma de “R” bordado en sus ropas, dejaba claro que no tenían nada que ver con el reino que conocían.
En la parte Sur, sin embargo, todo parecía mucho más tranquilo y solo dos parejas de guardias patrullaban entre las columnas convirtiéndolo en un punto mucho más asequible para acercarse. El problema, sin embargo, estaba en que allí no parecía haber ninguna entrada y las únicas aberturas en la bóveda eran la entrada Norte y el anillo de su techo. O al menos así semejaba ser a primera vista.
Pero Álbert no era alguien que se diese por vencido fácilmente. Sus ojos siguieron examinando el sur de la bóveda atraídos precisamente por la presencia de aquella patrulla y no tardaron en ver algo extraño en la arena de aquel lugar. Allí no había dunas, la superficie del desierto aparecía casi completamente lisa salvo por pequeñas ondulaciones formadas por el viento como si algo hubiese removido la arena una y otra vez impidiendo que este la amontonase. Y eso era todo lo que Álbert necesitaba para darse cuenta de que no todo era lo que parecía.
-Entraremos por allí. –Susurró a sus compañeras girándose hacia ellas. –Sarah, ¿Podrás ocuparte de dos de esos guardias sin hacer ruido?.
Sarah se acercó hacia él en lugar de responder inmediatamente, se agachó de la misma forma clavando sus ojos de oro en el lugar al que este señalaba y no tardó en asentir con la cabeza.
-Puedo ocuparme de los cuatro. –Dijo en un tono tan sombrío como la luz que brillaba cada vez con mayor intensidad en sus ojos.
-Recuerda que no debemos llamar la atención. –Le advirtió Álbert totalmente serio. –No hagas nada que atraiga la mirada de los demás.
-Ya te he dicho lo que pienso. –Le recordó Sarah girando simplemente su cabeza hacia él por un segundo. –No tienes de que preocuparte hasta que le encuentre. Después… será mejor que salgáis.
Las últimas palabras de la joven llegarían ya en forma de susurro a los oídos de Álbert. Sin darle tiempo a pensar siguiera una respuesta para lo que acababa de decirle, Sarah se deslizó sobre la luna sin molestarse en ponerse en pie y los ojos esmeralda de su compañero de viaje la siguieron por unos segundos. Su cuerpo no tocaba el suelo, simplemente flotaba a milímetros de la arena con su melena ondeando tras ella como una marea carmesí y así recorrió la cima de la duna hasta llegar frente a la parte sur del edificio.
Una vez allí, sus ojos de oro siguieron los pasos de cada uno de los guardias esperando el momento apropiado y los demás se pusieron en marcha en su misma dirección cobijándose tras la duna. Ambas parejas de guardias seguían sentidos opuestos en su patrulla y esto los convertía en un blanco difícil para quien intentase acercarse dado que se vigilaban mutuamente durante la mayor parte del tiempo. Solo por un breve instante, apenas unos segundos cuando los dos guardias más retrasados de cada pareja se cruzaban y los más adelantados alcanzaban el final de su ronda, las espaldas de los cuatro guardias estaban opuestas haciéndolos vulnerables. Pero esto era tan solo por unos segundos y las antorchas que adornaban los capiteles de las columnas iluminando las cercanías impedían que nadie pudiese acercarse tan deprisa como para aprovecharlos. Todas estas precauciones, sin embargo, tenían un único problema: estaban pensadas para detener a un humano. Y Sarah no lo era.
Sus ojos midieron la distancia entre cada columna contando los pasos de los guardias y no tardó en dar con la forma de superar aquel obstáculo. En el instante en que los guardias pasaban tras cuatro de las columnas, su cuerpo se inclinó hacia delante hasta pegarse casi por completo sobre la arena como si se estuviese acostando sobre ella y su magia hizo el resto.
Tan deprisa que sus propios compañeros apenas pudieron seguirla, Sarah voló en el silencio más absoluto flotando a un centímetro del suelo pero sin tocar un solo grano de arena, atravesó el espacio entre dos de las columnas pasando a apenas un metro de cada guardia y recuperó de nuevo la verticalidad. Fueron apenas décimas de segundo, lo suficiente para que los guardias más alejados se diesen la vuelta y tuviesen tiempo de verla apareciendo entre ellos como un relámpago escarlata, pero tan deprisa que estos ni siquiera pudieron reaccionar.
Sus ojos alcanzaron a ver como la joven ascendía girando en el aire hasta volver a ponerse en pie, cómo sus brazos se movían en silencio hacia ambos lados apuntando a sus compañeros conforme sus pies descendían buscando la arena… pero sus mentes eran incapaces de pensar tan deprisa. La sorpresa en sus rostros fue la única señal para sus compañeros, apenas una débil mueca de miedo y desconcierto al contemplar como aquella hermosa criatura abría los ojos en el instante en que sus pies tocaban el suelo de nuevo. Y ahí se terminó todo para ellos.
Sin sonidos, sin destellos de luz u oscuridad que la acompañasen, su magia actuó con el mismo silencio que ella se había movido manifestándose a través de sus manos y las gargantas de los dos guardias más cercanos estallaron de pronto tiñendo de rojo la arena y las columnas al igual que el pecho de sus compañeros. Ni siquiera tuvieron la posibilidad de gritar, su voz fue desgarrada por el poder de Sarah convirtiéndola en un ahogado gorjeo que el viento arrastró al olvido y solo sus compañeros llegaron a abrir la boca para dar la alarma. Demasiado tarde. El mismo poder que había atravesado las gargantas de sus compañeros los alcanzó a continuación a ellos continuando su camino de destrucción y sus cabezas caerían al suelo separadas de sus cuerpos por algo tan invisible como mortal.
Hecho esto, Sarah bajó los brazos de golpe y la arena a su alrededor se agitó sacudida por un viento extraño que la arrastró hacia ambos lados cubriendo los cuatro cuerpos hasta no dejar más rastro de ellos que las manchas carmesí de las paredes y las columnas. Nadie vio ni escuchó nada en el resto del edificio, tan solo el suave silbido de la brisa nocturna que en ese instante agitaba los cabellos de Sarah mientras se daba la vuelta para mirar a sus compañeros. Hacia los únicos que sí habían presenciado aquello.
Tanto Álbert como las dos jóvenes la observaban fijamente desde la distancia contemplando no a la joven que conocían, sino a una criatura oscura y tenebrosa cuyos ojos dorados centelleaban entre la sombra de una de las columnas esperando que se acercasen. Algo que no tardarían en hacer de todas formas puesto que todos tenían prisa por entrar allí y Jessica no quería esperar un segundo más para encontrar a Jonathan.
En el mismo silencio que hasta entonces, los tres bajaron hasta el fondo de la depresión en que se encontraba la bóveda y atravesaron corriendo la franja de luz de las antorchas para refugiarse entre las sombras de las columnas. Sarah había cumplido bien su cometido y nadie parecía haber oído ni visto nada, pero todavía no podían relajarse y la parte más complicada estaba aún por venir como demostraría la impaciente mirada de la joven nada más verlos llegar.
-¿Y ahora?. –Preguntó dirigiéndose directamente a Álbert. –No hay ninguna entrada en este lado, tendremos que dar la vuelta de todas formas.
-No estés tan segura. –La contrarió Álbert esbozando una curiosa sonrisa. –Esos guardias no estaban aquí por casualidad, solo hay que fijarse y saber buscar.
Dicho esto, Álbert se adelantó unos pasos hacia la pared y comenzó a examinarla con la mirada repasando minuciosamente cada centímetro de su superficie. Al igual que el resto de la bóveda aquellos muros habían contenido una vez elaborados relieves de los que ya no quedaba nada lo suficientemente claro como para tener sentido. No había señales, ni runas, ni nada que pudiese guiar al que los mirase hacia una posible entrada como Álbert parecía esperar. Y sin embargo era precisamente esto, la erosión y casi desaparición de sus grabados, lo que le indicaría el lugar que estaba buscando.
Tras un rato buscando sus ojos dieron con algo extraño en un gran bloque situado tras una de las columnas. Su superficie estaba desgastada al igual que los demás, pero sus grabados eran todavía apreciables como si el viento no le hubiese afectado tanto como al resto del muro y esto era más que suficiente para que Álbert comprendiese que no era un simple bloque más.
-Hay muchos rumores sobre Vramack además del de su pasado como última ciudad de los Rashid. –Continuó explicando Álbert mientras sus manos tanteaban las aristas del bloque para comprobar algo. –Y el más extendido no es precisamente agradable, pero por ahora parece ser el más correcto. ¿No habéis olido nada extraño mientras nos acercábamos?.
Las tres jóvenes se miraron un tanto desconcertadas al escuchar esto y se giraron hacia el desierto por un instante buscando algo con la mirada, cómo si sus ojos pudiesen ayudarlas a captar el olor que buscaban. Aunque esto no era en absoluto necesario, ahora que sus mentes ya no estaban tan ocupadas en correr hacia el edificio su olfato captó fácilmente un olor agrio y desagradable que se extendía con el viento y no tardaron en comprender qué era. Era muy sutil, apenas un matiz en los aromas propios del desierto que solo era tan apreciable debido a lo inconfundible que resultaba para cualquier ser vivo: el olor a muerte. El pútrido y nauseabundo aroma de cuerpos descomponiéndose no muy lejos de ellos y que dejaba claro qué era aquel lugar.
-Un cementerio… -Murmuró Atasha comprendiendo qué sucedía. –Por eso está la arena tan revuelta. Pero… no hay tumbas, ni lápidas…
-No es un cementerio, probablemente sea solo una fosa común. –Explicó Álbert siguiendo con los dedos de sus manos dos surcos trazados en la roca hasta un par de círculos semi borrados ya por el paso del tiempo. –Si ahí dentro nos espera lo que creo eso es lo mejor que les habrán dado a los que están enterrados ahí.
-¿Pero qué es?. –Preguntó intrigada su hermana. –Habla claro Álbert, si Jonathan está ahí dentro preferiría saber qué puede estar pasándole.
-Si es lo que creo… -Pareció ir a responder Álbert girando la cabeza hacia ella por un momento. -…Jonathan es el último que debería preocuparte.
Terminada su frase, Álbert presionó a la vez ambos círculos con las manos y la roca cedió de pronto moviéndose unos centímetros hacia adentro como si fuese a caerse. Pero no fue esto lo que hizo, en lugar de eso el enorme bloque amarillento que Álbert había empujado giró sobre si mismo dejando tras de si un reguero de polvo dorado y no tardó en mostrar su verdadero aspecto.
Aquello no era un bloque como los demás: era una puerta. Una pesada y gruesa puerta de roca que giraba sobre un eje central y cuyas caras eran exactamente idénticas dado que se abría y cerraba en el mismo sentido haciendo que la parte exterior se alternase tras cada uso. De esta forma, el espacio antes ocupado por el bloque quedaba ahora totalmente vacío salvo en su parte central y a ambos lados de este se abría la entrada a un oscuro túnel del que no tardaría en llegarles el mismo olor que ya habían notado en el desierto. Aunque, en esta ocasión, era ya mucho menos sutil y convertía el aire en algo repugnante.
-Lo sabía. –Murmuró satisfecho Álbert girando la cabeza hacia sus compañeras para evitar por un momento el hedor proveniente de aquel lugar. –El trabajo sucio nunca se realiza por la puerta principal, ni siquiera en un sitio así.
-¿Estás seguro de que esta entrada nos llevará a dónde está Jonathan?. –Dudó su hermana mirando con impaciencia a la oscuridad. –Ese olor parece el de una cripta, podría ser una trampa.
-Nos llevará dentro. –Respondió Álbert dirigiendo sus ojos hacia Sarah. –Una vez allí dependerá de ella encontrarle. Y si ha podido hacerlo en medio del desierto ahí será un juego de niños.
-Aún así deberíamos tener más cuidado a partir de ahora. –Sugirió Atasha mirando con temor a la entrada. –Jess tiene razón, podría ser una trampa y si uso mi magia para iluminarnos podrían descubrirnos.
-Es la única opción que tenemos. –Cortó Sarah interrumpiendo la discusión. –Si esto nos lleva al interior para mí es suficiente.
Totalmente de acuerdo con aquellas palabras, Jessica asintió con la cabeza y el grupo se puso de nuevo en marcha sin más palabras. Atasha era consciente de que las dos deseaban con tanta fuerza recuperar a Jonathan que no les preocupaba nada más y solo podía hacer lo mismo que Álbert: seguirlas y ayudar a que todo saliese bien.
Precisamente por esto, y para evitar que el impulsivo carácter de Sarah causase algún problema, Álbert decidió ir al frente y fue él quien los guió por el túnel. La oscuridad hacía que su avance fuese lento, sobretodo por la cautela con que debían moverse y lo repugnante de aquel ambiente en el que el olor a putrefacción era cada vez más intenso, pero afortunadamente parecía vacío y tan poco vigilado como él esperaba.
Las antorchas apagadas que su mano encontraba al tantear los muros probaban que no siempre estaba en la oscuridad total como entonces, algo que le confirmaba el uso que él había intuido para aquel lugar y lo animaba a avanzar cada vez más deprisa. La prueba definitiva de que así era, sin embargo, la encontraría nada más subir unas cortas escaleras con las que el grupo tropezó casi de golpe y al fondo de las cuales podía verse de nuevo la luz de unas antorchas. Era solo un resquicio, una franja de temblorosa luz amarillenta que se filtraba a través de un ventanuco con dos barrotes abierto en una puerta de madera, pero bajo su luz parte del túnel era visible y esto les permitió ver al fin la causa de aquel hedor.
-Cadáveres…
La voz de Jessica fue un susurro que su propio hermano apenas llegó a oír, aunque la comprendió perfectamente de todas formas. A unos metros de ellos, apilados contra la pared del túnel, podían verse cuatro cuerpos humanos en un estado tan lamentable como repugnante. La carne había empezado a descomponerse y parecían destrozados, llenos de cortes que atravesaban los jirones de ropa que les quedaban así como su propia piel llegando incluso a seccionar sus brazos y piernas. Lo que daba una idea de cual había sido la causa de sus muertes a pesar de su descomposición.
-Todavía no son suficientes para que se molesten en enterrarlos supongo… -Susurró Álbert mirando a sus compañeras y sobretodo a Atasha que parecía súbitamente asustada. –No os preocupéis, esto es precisamente lo que esperaba encontrar, vamos por buen camino.
Dicho esto, Álbert se alejó de las tres jóvenes tras dar apoyar por un segundo su mano en el hombro de Atasha para hacer que desviase su mirada de los cuerpos y se acercó con sigilo a la puerta. La ventana era pequeña, apenas de unos treinta centímetros de ancho y alto, pero desde ella podía verse con claridad el exterior a pesar de sus barrotes y este no tardaría en dar con lo que buscaba.
Al otro lado de la puerta podían verse otras escaleras ascendiendo hacia la ciudad y todo parecía en calma, pero al pegarse por completo a la puerta y mirar hacia la derecha sus ojos descubrieron a un guardia descansando tranquilamente con la espalda apoyada en la misma. Algo que suponía un problema si pretendían salir por allí pero que, curiosamente, no lo hizo mostrar preocupación sino sonreír de una forma extrañamente similar a la de Sarah.
Esta vez no sería el poder de la joven de cabellos escarlata quien actuaría como verdugo, sino la fuerza de aquel joven. Su brazo se deslizó entre los barrotes con una velocidad y sigilo perfectas, aferró la cabeza del soldado tapándole la boca con la mano para evitar que diese la alarma y tiró con fuerza de él aplastándolo hacia uno de los barrotes. El golpe fue seco y totalmente silencioso, aunque no lo suficientemente fuerte como para ser mortal, pero esto dejaría de tener importancia cuando la mano de Álbert tiró de la cara del soldado hacia atrás girando violentamente su cabeza hasta partirle el cuello y soltándolo a continuación para dejar que se desplomase frente a la puerta.
Eliminado aquel obstáculo, Álbert se giró hacia el grupo una vez más y las tres se acercaron de inmediato dejando que Sarah avanzase primero para abrir la puerta. A diferencia de la pesada losa de roca que formaba la exterior aquella hoja de madera no suponía desafío alguno para sus poderes y su magia volatilizó en el más absoluto silencio la parte de la cerradura sin llamar la atención de nadie más.
Con la puerta ya abierta, Álbert la empujó suavemente arrastrando el cuerpo del guardia con ella y avanzó por las escaleras seguido por las tres jóvenes. Todavía no estaba tranquilo, sobretodo ahora que la luz los iluminaba por completo, pero en cuanto llegó arriba comprobó con alivio que no había más vigilancia en aquella puerta y les indicó que se apresurasen mientras observaba al fin el lugar en que se encontraba retenido su hermano.
El interior de Vramack era una visión que pocos tenían la oportunidad de contemplar desde hacía siglos y no defraudaba las expectaciones de ninguno de sus visitantes revelando además el por qué se la llamaba “la gran biblioteca”. Su colosal bóveda no era solo un muro, era además una gigantesca librería en que cada centímetro de la pared estaba cubierto con estanterías repletas de libros que se alineaban como ladrillos a lo largo de la misma allá donde mirasen. Y esto no se limitaba solo a su circunferencia inferior, toda la bóveda estaba tapizada por los dorsos de sus libros llegando hasta el punto en que la pared era ya casi horizontal y solo las barras de madera que cruzaban frente a cada estantería impedían que cayesen al suelo.
Lo más impresionante, sin embargo, no era esto sino las estructuras que se habían creado a su alrededor para permitir el acceso a dichos libros. Las paredes estaban repletas de rampas y pasillos de metal que las recorrían a distintos niveles como anillos superpuestos. Todos ellos unidos entre sí por escaleras tanto diagonales como verticales y cuya culminación se encontraba a casi diez metros del suelo. Allí todos estos pasillos dejaban de limitarse a la pared de la bóveda y se unían entre sí atravesando el espacio intermedio para formar una red que pendía de numerosos cables colgados del techo. Aunque esto no era más sorprendente que lo que había entre ellos.
La razón de aquel telar de pasarelas no era solo acceder a los libros, también proporcionar un lugar por el que moverse a los habitantes de lo que parecía ser una ciudad colgante. Un conjunto de construcciones con forma de gota de agua que pendían de un robusto pilar anclado al techo y en las que podían verse puertas y ventanas como si se tratase de casas corrientes. Lo que no resultaba demasiado extraño dado que, por la cantidad de gente que se movía por las pasarelas a su alrededor, eso era probablemente lo que eran.
Más abajo, ya a nivel del suelo, Vramack mostraba también una segunda ciudad interior mucho más corriente pero no por eso menos fascinante. Sus edificios se semejaban a los de Lusus en muchos aspectos, sobretodo en su forma y los materiales usados para su construcción. Sin embargo había un detalle que los diferenciaba de los que habían visto en la ciudad dorada del desierto y que parecía totalmente fuera de lugar: sus techos. Los tejados de aquellas casas no estaban cubiertos con lonas a pesar de la protección de la bóveda, sino con pequeñas cúpulas puntiagudas que les daban un aspecto tan peculiar como el resto de la bóveda.
-Es tan magnífica como decían en los libros. –Murmuró Álbert mirando de reojo a sus compañeras. –Y una vez toda Linnea lo fue también, es una lástima ver en qué se ha convertido aquel gran imperio.
-Es enorme. –Añadió Jessica en absoluto tan preocupada por la arquitectura del lugar como su hermano. –Y espero que Jonathan no esté ahí arriba, sería difícil subir sin que nos viesen.
-No lo está. –Negó Sarah mirando a su amiga por un momento antes de dirigir sus ojos hacia otro lugar. –Él está en el suelo como nosotros… y está ya muy cerca, casi puedo oír como late su corazón…
-¿Dónde?. –La apremió Jessica animada por sus palabras. -¿Puedes ver exactamente dónde le tienen?.
-No puedo verle. –Le recordó Sarah con la mirada perdida en alguna parte de la ciudad cómo si ya no le prestase atención. –Pero eso no importa, no lo necesito para saber dónde está… ¡Vamos!.
Sin más palabras, ni darles tiempo apenas para reaccionar a sus compañeros, Sarah echó a correr entre los edificios de la ciudad y los demás la siguieron lo mejor que pudieron. Era difícil moverse sin ser vistos bajo la luz de las miles de antorchas de la ciudad, sobretodo con la gente que paseaba por las calles como lo haría por otra ciudad cualquiera, pero Sarah se movía deprisa eligiendo siempre los callejones más oscuros y vacíos y nadie notó su presencia.
Los cuatro atravesaron a toda prisa la mayor parte de Vramack dirigiéndose hacia su centro y cuando Sarah se detuvo de nuevo solo un edificio quedó frente a ellos. Aunque no porque ya no hubiese más tras éste, sino por el enorme tamaño del mismo que ocupaba por completo su vista pese a encontrarse en el centro de la ciudad.
La estructura central de Vramack era exactamente lo que ya habían intuido desde el exterior. Una colosal torre que se alzaba como un gigantesco cilindro hasta la abertura de la cúpula dejando tan solo un anillo entre sus paredes y las de estas por las que se filtraba la luz de las antorchas en forma de una danzarina cortina circular que rodeaba el edificio. No solo eso, la propia ciudad parecía estar construida a su alrededor y tanto las viviendas a nivel del suelo como las de la ciudad colgante se distribuían entorno a esta como dos anillos dejando un pequeño espacio vacío antes de sus muros. Algo que dejaba patente su importancia al igual que los guardias apostados en sus puertas y las rejas de todas sus ventanas. Esto último era probablemente lo que más llamaba la atención de todo el edificio. En lugar de las pequeñas ventanas que podía esperarse en una estructura de su tamaño, las paredes de cada piso estaban formadas por sucesiones de grandes ventanales del tamaño de una puerta y el muro pasaba a ser poco más que una sucesión de columnas sobre las que se sostenían los arcos que les daban forma.
Todo esto, sin embargo, no era más sorprendente que lo que podía verse a través de ellas. Una bulliciosa multitud bramaba en el interior de los cientos de salas con que contaba aquella torre provocando un alboroto que llegaba hasta sus oídos a pesar de la distancia y más arriba incluso había varias pasarelas que las comunicaban con la ciudad colgante.
-¿Qué son esos gritos?. –Preguntó Jessica mirando a su hermano pero sin perder de vista a Sarah cuya rabia e impaciencia la hacían casi temblar en aquel instante. –Ese lugar no tiene el aspecto de una biblioteca y esa gente tampoco de estar ahí para leer nada. Tú sabes qué está pasando, ¿Verdad?. ¿Por qué tienen ahí a Jonathan?.
-Esa torre sí fue una biblioteca en su día, como el resto de la ciudad. –Respondió su hermano observando con cierta tristeza lo que el tiempo había hecho con aquel lugar. –Se llamaba la torre del prisma y todas esas ventanas que ves estaban ocupadas por cristaleras de distintos colores, no por rejas. La construyeron para ser el mayor lugar de estudio de Linnea y tenía cientos de salas de lectura en las que la luz variaba según la forma en que el Sol la iluminaba a través del círculo del techo.
-¿Y ahora?. –Insistió Jessica.
-Ahora sigue siendo el lugar más importante de toda Vramack, o al menos el que da sustento a la ciudad. –Continuó Álbert bajando la mirada hasta encontrarse con los ojos de su hermana. –Pero ya no es una biblioteca, más bien todo lo contrario. Lo que antes era la cuna de la cultura ahora se ha convertido en un nido de salvajes que mantienen a la ciudad con el dinero que pagan por presenciar los espectáculos organizados ahí dentro. Si es que se los puede llamar así, tú misma has visto el resultado en ese túnel.
-Un coliseo… -Comprendió Jessica girando la cabeza hacia la torre una vez más pero ahora con más preocupación que impaciencia. -Es eso, ¿Verdad?. Ahí dentro está luchando gente solo para divertir a esa multitud y Jonathan es uno de ellos. Por eso Agatha le envió aquí.
-Dudo que esa sea la verdadera razón, pero sí, eso es en lo que se ha convertido este lugar. –Asintió Álbert. –Los rumores no son solo una casualidad, esta ciudad es la única en que se admite ese tipo de luchas y hay gente que paga mucho por presenciarlas. El suficiente para que sea la propia Vramack quien les busque a ellos en lugar de evitarles como al resto del mundo..
-No seguirá siendo así por mucho tiempo. –Les advirtió Sarah todavía sin mirarles, con los ojos clavados en la pared del edificio y una voz cada vez más sombría. –Ya he esperado bastante… no puedo más.
-Sarah, ¡no!… -Trató de decir de inmediato Álbert al escuchar esto al tiempo que se apresuraba a moverse hacia ella. -¡Espera!.
La joven ni siquiera le escuchó. Antes de que la mano de Álbert la alcanzase sus ojos lo miraron por un segundo con el mismo fulgor demoníaco que ya había visto anteriormente y esta voló hacia delante a una velocidad imposible de igualar para él. Su corazón no le permitía más pausas, amenazaba con detenerse ahogado por su tristeza a cada segundo que pasaba lejos de él ahora que lo sentía tan cerca y ya no podía seguir quieta quedasen o no guardias frente a ellos.
Los soldados que custodiaban la puerta si la verían llegar esta vez, volando a centímetros del suelo envuelta en sus cabellos como una doncella de fuego, pero el resultado no sería muy distinto al de la última vez. Ambos hombres tardaron unos segundos en reaccionar al contemplar a aquella criatura, demasiado hermosa como para ser real y al mismo tiempo demasiado terrible para ser un sueño, y esto fue más que suficiente para la joven.
Con dos rápidos movimientos de sus manos las uñas de sus dedos volvieron a transformarse en agujas y la sangre teñiría de nuevo las viejas rocas de Vramack cuando esta se cruzó con ellos. Los ojos de los dos guardias ni siquiera fueron capaces de seguirla, solo acertaron a ver el fulgor dorado de sus ojos entre el mar carmesí de sus cabellos mientras ella pasaba entre ambos y giraba sobre si misma rasgando sus cuellos en un único golpe antes de continuar adelante. Lo que esta no sabía, sin embargo, era que en aquel lugar había dos guardias más vigilando desde los pisos superiores y que ambos la habían visto asesinar a sus compañeros. Aunque, por fortuna, había alguien que sí era consciente de esto.
-¡Maldición!. –Masculló Álbert observando como esta volaba la puerta de metal del edificio con un gesto de su mano reduciéndola a chatarra y desaparecía en su interior. –Esto no nos conviene. ¡Jess!.
Su hermana no necesitó más palabras que aquella para comprender lo que este quería decirle. Los ojos de Jessica siguieron la misma dirección que ya habían tomado los de Álbert y una de sus manos tensó su arco antes incluso de que diesen con su objetivo entre los arcos superiores del edificio.
-¡Lo sé!. –Afirmó entrecerrando los ojos para apuntar al espacio entre las rejas justo frente a uno de los guardias. –Pero son dos, será mejor que penséis en algo. ¡Y deprisa!
Dicho esto, Jess soltó la cuerda de su arco y una saeta de plumas doradas voló de inmediato hacia la torre siseando entre la brisa que se filtraba a la ciudad desde el techo. Había una distancia considerable y su objetivo estaba muy alto, pero aún así la flecha no se desvió un milímetro del punto al que su dueña la había dirigido. Atravesó el espacio entre dos de los barrotes y se hundió en el centro del pecho de uno de los sorprendidos guardias haciéndolo caer hacia atrás.
Al ver esto, el otro soldado se apresuró a moverse para no tener el mismo final que su compañero y corrió hacia los pisos inferiores para dar la alarma. Algo que Jess ya había intuido y sabía que le haría las cosas difíciles puesto que debía detenerlo antes de que llegase abajo, pero su carrera tras las columnas y barrotes de la torre, unida a la distancia que los separaba y el trazado descendente de este hacían imposible acertar incluso para ella. Pero…
-Lo siento… -Susurró en ese instante la voz de la tercera joven del grupo a sus espaldas, no para ella y su hermano, sino para aquel guardia cuya vida sabía estaba a punto de terminar.
Tal y como ya había hecho otras veces, Atasha recitó un suave cántico dirigiendo sus manos y su mirada hacia la torre y el propio Álbert se sorprendería al ver tanto la decisión de su compañera al actuar como el resultado de aquel hechizo. Esta vez su barrera no iba dirigida hacia ellos, ni tampoco fue creada para proteger a nadie. Apareció de la nada en mitad de las escaleras por las que descendía el soldado y cuando este se encontró con ella de golpe tan solo pudo ver un débil centelleo blanco que le impedía el paso como si una pared invisible e alzase frente a él.
Jessica no necesitó nada más. En ese instante su mano soltó la segunda flecha apuntando directamente al soldado y este apenas tuvo tiempo de girarse para ver como la punta de metal de la saeta le atravesaba un ojo hundiéndose en su cráneo hasta segar por completo su vida.
-Ha estado cerca. –Suspiró Álbert en ese momento, más tranquilo pero consciente de que lo peor acababa de empezar. –Será mejor que la alcancemos cuanto antes, quién sabe lo que puede pasar.
Casi al unísono, las dos jóvenes asintieron compartiendo la preocupación de Álbert y este corrió hacia la torre seguido por ellas para encontrar a la impulsiva esposa de su hermano. No sabían qué los esperaba en su interior ni que camino habría podido tomar en un lugar tan grande, pero seguirla no resultaba en absoluto difícil dado el rastro de cadáveres que dejaba a su paso por los pasillos y los tres avanzaron tan deprisa como sus piernas les permitían evitando los cuerpos de los soldados que habían intentado detenerla. Hasta que, tras subir varias escaleras, el pasillo que seguían desembocó al fin en una alargada estancia semicircular y Sarah apareció de nuevo ellos como si los estuviese esperando. Aunque, como comprobarían nada más acercarse a ella, la verdadera razón por la que se había detenido era muy distinta.
La criatura que con tanta frialdad había matado a todos aquellos hombres no los esperaba, simplemente había encontrado lo que buscaba y sus ojos lo observaban tan cargados de emociones que su cuerpo temblaba antes de dar el siguiente paso. Jonathan estaba allí, justo en el centro de aquella inmensa torre cuya parte central era un cilindro hueco tapizado por rejas de metal en lugar de muros. Un enorme coliseo en cuyos palcos se veía a cientos de personas observando la arena del fondo, apostando, animando, gritando como auténticas bestias tan excitados por aquel espectáculo salvaje como una bestia por el olor de la sangre.
Pero ella apenas los veía. Sus ojos, sus oídos… sus sentidos al completo estaban fijos en una sola cosa y eran incapaces de apreciar nada más. Solo podía ver su rostro extrañamente tranquilo a pesar del círculo de cadáveres que lo rodeaba, escuchar su respiración acariciando sus tímpanos como una suave canción que la muchedumbre no podía acallar, sentirle como siempre lo había hecho y deseaba hacerlo de nuevo.
Él estaba inmóvil en aquel instante, de pie en medio de la pista como si ni la gente ni los luchadores que ya habían caído a sus pies o los que aún lo miraban a cierta distancia importasen en absoluto. Sus ojos seguían brillando aún con un débil brillo escarlata y sus cabellos caían sobre su cara cubriéndola parcialmente, como si intentasen ocultar la serena belleza de un rostro que no parecía encajar con la brutalidad que su cuerpo desataba sobre todo el que se le acercaba.
-¡Jonathan!. –Se alegró inmediatamente Jessica nada más verle corriendo hacia los barrotes junto a los que estaba Sarah. –¡Es él!.
-Algo no está bien del todo. –La contrarió de golpe su hermano mirando con seriedad al coliseo mientras se acercaba también a ella. – Mírale, está demasiado tranquilo, hay algo extraño en todo esto.
-¡Me da igual!. –Replicó al instante Jessica girándose hacia él con una mezcla de furia e impaciencia. –Está vivo y le hemos encontrado, eso es lo que importa. Ahora tenemos que sacarle de ahí antes de que le hagan daño.
-No creo que tengas que preocuparte por eso. –La animó su hermano comprendiendo que sus últimas palabras no habían sido muy apropiadas fuesen o no ciertas. –Ya te lo dije cuando entramos.
Al tiempo que decía esto, Álbert hizo un gesto con su cabeza señalándole hacia la pista y Jessica volvió inmediatamente los ojos hacia allí. En ese momento uno de los cuatro gladiadores que quedaban frente a Jonathan se acercaba a este a pesar del miedo que podía verse en su rostro y el combate no tardó en reanudarse. Desgraciadamente para él… tampoco tardaría en terminar de nuevo.
El gladiador apenas tuvo tiempo para dar el primer golpe. La lanza que usaba como arma le daba la ventaja de la distancia sobre su rival, pero al intentar ensartarle dando un fuerte golpe hacia su pecho esa ventaja se transformaría de pronto en su perdición. Jonathan aferró con su mano derecha el asta del arma antes de que pudiese golpearle, la desvió hacia la izquierda girando al mismo tiempo hacia el lado contrario hasta que la lanza pasó rozando su espalda y partió el mango en dos con el codo de su otro brazo sin la menor dificultad. Hecho esto, su cuerpo siguió girando hasta encarar una vez más a su atacante y la sangre de este pronto mancharía su mano corriendo sobre el mango de la lanza cuando su extremo se hundió en su estómago empujada por la fuerza del joven de cabellos de plata.
Con su adversario herido de muerte, Jonathan soltó el arma mirándolos todavía a todos con la misma pasividad que hasta entonces y se lo quitó de en medio con una violenta patada en su costado. Algo que no solo arrojó el maltrecho cuerpo de aquel hombro contra una de las paredes sino que además hizo retroceder inmediatamente a los que todavía se planteaban atacarle.
Nada más hacer esto, sin embargo, algo pareció atraer la atención de aquel joven entre los gritos que ahora lo aclamaban por su sanguinaria demostración. Su cabeza se giró lentamente hacia un lado elevando la mirada hacia una de las muchas salas del público y sus ojos se clavaron en aquella cuya mirada también lo buscaba desde hacía unos minutos. La lucha ya no parecía importarle, ni tampoco el súbito abucheo que descendía desde los palcos superiores al ver que todo se había detenido, solo contemplar a aquella criatura de ojos de oro y cabellos tan rojos como la sangre que ahora corría por su mano.
-Nos ha visto. –Se alegró Jessica al ver esto. -¿Ves cómo no es tan extraño?.
-No nos está mirando a nosotros. –La contrarió esta vez Atasha al ver que Álbert no quería decir nada más que pudiese afectar a las esperanzas de su hermana. –Es a ella. Recuerda lo que dijo en Ramat, él también siente dónde está ella por lejos que esté de él. Pero ahora es peligroso, si no presta atención a la lucha podría…
Atasha no llegó a acabar su frase. Antes de que pudiese hacerlo, sus ojos se abrieron de golpe mostrando un temor que alertó a la propia Jessica y esta bajó inmediatamente la mirada justo a tiempo para comprobar que su compañera tenía más razón de la que ella misma habría deseado en ese instante. Jonathan no se movía ni reaccionaba ante sus rivales, seguía inmóvil en el centro de la pista con los ojos clavados en un único lugar y estos no dejaron pasar la oportunidad que aquello les brindaba.
Manteniendo todavía las distancias por temor, dos de los gladiadores arrojaron sendas cadenas hacia los brazos del joven atándolas alrededor de sus muñecas y tiraron inmediatamente de ellas hacia ambos lados de la pista. No confiaban en absoluto en sus propias fuerzas para detenerle y sabían que en otro momento sus cadenas ni siquiera habrían llegado a acercarse a él, pero en aquel instante todo parecía de su parte y cuando al fin sujetaron las cadenas a dos de los barrotes tensando sus brazos respiraron con alivio creyéndose a salvo. Algo que él mismo parecía confirmar con su continua indiferencia al ignorarles incluso mientras se acercaba a él apuntando amenazadoramente los extremos de sus armas hacia su pecho para deleite del público. Sin embargo…
-Apartaos…
Aquella fue la única palabra que salió en ese momento de los labios de la criatura a la que Jonathan había estado mirando todo ese tiempo. Su voz tan suave como la de una niña y a la vez tenebrosa como la del demonio más terrible advirtió a sus compañeros de que algo estaba a punto de suceder y estos retrocedieron al instante conscientes de que era mejor hacerle caso.
Sarah no lo dudó un momento. Abrió los brazos de nuevo transformando sus uñas en garras, saltó hacia atrás dando un corte diagonal con ambas manos sobre los garrotes de forma que estas se cruzaban frente a su cara y cerró por un segundo los ojos. En ese instante sus pies tocaron una vez más el suelo, sus piernas se doblaron ligeramente contradiciendo con la elegancia de sus movimientos la fuerza de los mismos y se impulsó hacia la reja con todas sus fuerzas.
Los barrotes que una vez le habían bloqueado el paso empezaban a desmoronarse segados por los precisos cortes de sus uñas, dividiéndose poco a poco como si se negasen a ceder ante el impulso de la gravedad. Pero ella ni siquiera les dio tiempo a caer por si solos, su cuerpo atravesó de golpe la reja abriendo un gran agujero y calló velozmente hacia la pista entre fragmentos de metal. Esta vez no usó sus poderes para volar, se dejó caer libremente hasta golpear la arena justo entre los dos gladiadores más adelantados y el tintineo de los barrotes al caer a su alrededor serviría como macabra sinfonía para la mortal danza que su cuerpo ejecutaría a continuación.
El primero de los luchadores caería antes incluso de que ella abriese los ojos, atravesado por cuatro de aquellas agujas que brotaban de su mano y ascendieron desde su estómago hasta su cuello abriéndose paso a través de carne, tendones y huesos como si estos fuesen de papel. Entonces su mirada de oro se dirigiría hacia el otro, sus ojos centellearían como pequeños soles ignorando el brillo de la espada que este intentaba alzar hacia ella y la palma de su mano se posaría limpiamente en su pecho en un movimiento tan rápido como aparentemente inofensivo.
La espada del gladiador cayó al suelo casi al instante. Sus manos se abrieron convulsionándose como el resto de su cuerpo al notar como algo revolvía sus entrañas consumiéndole desde dentro y su espalda estallaría de pronto tiñendo parte de las rejas y la arena con su sangre antes de caer sin vida sobre esta. Hecho esto, su cabeza volvió a girarse hacia el frente y sus ojos se clavaron una vez más en aquello que buscaba sin prestar la menor atención al siseo metálico del arma que se acercaba a su espalda empuñada por el último de los luchadores.
Su poder se desató por si solo en ese momento, sin necesidad de que sus manos o cualquier otra parte de su cuerpo lo dirigiesen. Dos enormes llamas negras tan altas como ella brotaron frente a su rostro y avanzaron hacia Jonathan como un río oscuro abrasándolo todo a su paso, fundiéndose como dos cauces de tinieblas que serpenteaban sobre la arena hasta reunirse en su cuerpo y desatar un mar de llamas en cuyo interior el joven desaparecería por completo por unos segundos.
Él sintió su poder en ese momento. Notó la caricia de la magia de su esposa rodeando su cuerpo en un peculiar abrazo que disolvía sus cadenas y sus ojos se inflamaron una vez más con el fulgor rubí que los caracterizaba. Pero ella no había terminado todavía, mientras las cadenas caían al suelo a ambos lados de las llamas y el cuerpo de este empezaba a absorberlas, la mano de la joven sacó la segadora de su espalda y la arrojó hacia el fuego con todas sus fuerzas.
El arma giró en el aire como si se tratase de un enorme puñal, voló hacia su dueño sin más aviso que el silbido de su hoja al rozar el aire y llegó a rozar aquel fuego con su empuñadura. Pero algo la detuvo en ese instante, una mano salió de entre el fuego cogiéndola al vuelo y su siguiente movimiento ya no sería libre, sino impulsado por aquella mano para dar un violento corte diagonal que dividió en dos lo que quedaba de las llamas dejando al descubierto a Jonathan.
El rostro del joven seguía igual de impasible a pesar de todo, pero sus ojos brillaban ahora con una intensidad aterradora y su cuerpo no permaneció inmóvil por más tiempo. Sus piernas se doblaron tomando impulso y este corrió hacia aquella que lo había rescatado empuñando su arma, hacia la misma cuya presencia había bastado para detenerle… hacia la única que realmente podía hacerlo.
Y ella lo esperó inmóvil sin el menor temor. Se quedó quieta observando con una sonrisa como aquel al que tanto había deseado volver a encontrar se acercaba a ella y ni siquiera el hecho de que la segadora apuntase de pronto hacia ella hizo que se moviese. Al contrario, Sarah cerró los ojos sin el menor temor y dejó que el resto de sus sentidos la guiasen hacia él envolviéndola en el cálido manto de su presencia.
Sus brazos se elevaron para recibirle al tiempo que sentía como la hoja susurraba en el aire pasando a milímetros de su mejilla, sus manos rodearon su cuello sin más guía que su corazón hasta envolverlo en un fuerte abrazo ignorando el desgarrador grito que en ese instante brotó a su espalda y sus pechos se fundieron con el suyo tirando de él hacia ella con todas sus fuerzas. Todo lo demás carecía de sentido en aquel momento, solo él existía en el interior de la cortina de plata y fuego que sus cabellos tejían alrededor de ambos y sus labios buscaron los suyos quemándolos con un abrasador beso mientras el cadáver del último gladiador caía al suelo tras ella deslizándose por la hoja de la segadora.
El coliseo enmudeció en ese mismo instante. Los centenares de voces que antes inundaban la torre exigiendo más violencia se callaron de golpe al contemplar la imagen de los dos jóvenes reuniéndose en el centro de aquella pista entre el mar bicolor de sus cabellos. Una imagen fascinante que parecía retar a sus ojos a observarla, contradiciendo con la calma y la belleza de ambas criaturas el horror que su anterior violencia había creado a su alrededor y la sangre que aún goteaba de la segadora en manos de Jonathan. Sin embargo, y cómo solía suceder, aquella calma tan solo era el preludio de lo que estaba a punto de suceder.
De pronto algo cambió en ambos jóvenes, sus cuerpos se iluminaron rodeados por las mismas auras que sus compañeros habían visto ya en la cueva del cristal azul y el coliseo al completo vibró bajo un poder que solo podía compararse a la furia de sus corazones. Las rejas temblaron como si fuesen a saltar de sus anclajes, la arena silbó formando un remolino alrededor de ambos jóvenes al tiempo que sus cabellos empezaba a flotar también en aquel viento y los primeros relámpagos no tardaron en aparecer rompiendo el silencio con sus estallidos.
Corrientes de energía tan oscuras y brillantes como el azabache cruzaron rugiendo el diámetro del cilindro y ascendieron hacia la cima de la torre como serpenteantes corrientes de energía cuyos extremos hacían chisporrotear el metal a su paso. Algo que al fin haría reaccionar de nuevo a todos aquellos que los miraban y transformaría una vez más sus emociones en algo totalmente distinto: en miedo. Un miedo terrible que se haría incontrolable y conforme los rayos se hacían más numerosos y acabaría desembocando en el pánico más absoluto.
-Vamos… -Murmuró en ese instante Álbert con un tono tan serio y brusco como la mirada con que seguía observando la pista. –Salgamos de aquí antes de que toda esa gente bloquee las salidas intentando huir.
-¿Qué?. –Se sorprendió Jessica girándose hacia él con incredulidad. -¿Te has vuelto loco?. Jonathan está ahí abajo, no podemos…
-No podemos hacer nada más. –La interrumpió su hermano en el mismo tono, dispuesto ya a darse la vuelta para alejarse. –Mírales bien, tú sabes lo que significa todo lo que le ha estado pasando a Jonathan tan bien como yo por mucho que intentásemos negarlo. Es un demonio, como ella, y ahora los dos están demasiado furiosos, no que te guste ver lo que está a punto de suceder.
-¿Crees que eso me importa?. –Protestó Jessica sin hacerle caso. –Me da igual que Jonathan sea un demonio o no, sigue siendo mi hermano y no le voy a dejar solo. Ni a él ni a Sarah, los dos son nuestra familia sean lo que sean.
-Entonces haz caso a Álbert. –Le sugirió Atasha acercándose a ella hasta poner su mano sobre el hombro de su amiga. –Ella no querría que lo vieses… y Jonathan tampoco.
-Ella fue quien me lo pidió. –Añadió Álbert clavando sus ojos en los de su hermana. –Y como tú has dicho es parte de nuestra familia, le debemos al menos eso si es lo que ella quiere. Nosotros sabemos como son en realidad y lo mucho que se necesitan, es mejor no empañar esa imagen con algo así.
Jessica bajó la cabeza al escuchar estas palabras. Comprendía lo que quería decir su hermano y no sabía que decir para seguir negándose, ni siquiera aunque eso retrasase un poco más su reencuentro con Jonathan. Álbert tenía razón, ella misma había visto el cambio Sarah al perderle y sabía que aquel no era el verdadero carácter de su amiga, sino lo que quedaba cuando le arrebataban algo que era tan parte de ella como su propio corazón. Por eso, y aunque no de muy buena gana, accedió a seguir sus consejos y tanto ella como Atasha no tardaron en estar corriendo tras él por los pasillos en dirección opuesta a la que habían seguido antes.
Los antes tranquilos corredores del coliseo se habían convertido en un caos, llenos de gente que huía hacia la salida o volvían a los pisos superiores todavía más aterrados al encontrarse con los cadáveres que Sarah había dejado a su paso. Pero para ellos esto no era un problema, Álbert recordaba perfectamente el camino y ni siquiera los guardias con que se cruzaban parecían reparar en los tres jóvenes por lo que no tardaron en llegar a la salida.
La ciudad estaba ahora demasiado ocupada tratando de comprender qué sucedía como para prestar atención a algo tan insignificante como eran los tres extraños que corrían por sus calles y estos no tuvieron ni que preocuparse por ocultarse. Los tres recorrieron en cuestión de minutos el radio de Vramack con la torre del coliseo temblando a sus espalas entre el tronar de los rayos. Algunos de ellos tan poderosos que llegaban incluso a abrir sus muros para lamer la bóveda arrojando cascotes sobre la ciudad.
Antes de irse, sin embargo, Jessica se detuvo un momento frente a la puerta del pasadizo por el que habían entrado. Fueron unos segundos, lo justo para volver su mirada atrás y contemplar el horror que se abalanzaba sobre el coliseo por cuyas rejas podía verse a la gente gritando de desesperación en un intento inútil por huir, pero era más que suficiente para que comprendiese aún mejor el por qué su hermano la había sacado de allí.
Aquello iba más allá de lo que había imaginado, más incluso de lo que podía entender y solo la oscuridad del túnel le dio algo de paz al dejar que su mente se relajase. Pasase lo que pasase ya no quería saberlo, solo seguir corriendo por aquel oscuro pasillo hasta salir de nuevo al aire libre donde aquellos gritos no podían alcanzarla. Fuera todo seguía oscuro todavía pues la noche aún no terminaba, pero las tinieblas del desierto parecían acogedoras en aquel momento y los tres se dejaron envolver por ellas alejándose poco a poco hacia lo alto de una de las dunas para hacer lo único que podían en aquel momento: esperar.
Así pasaron gran parte de lo que quedaba de aquella noche. Sentados en la cima de la duna con los ojos fijos en la colosal sombra de la bóveda cuya única señal de lo que sucedía en su interior era un hilo de humo que brotaba por el anillo abierto en su techo. Pero, al igual que Kashali volvería a asomar por un momento tras la cortina de nubes antes de que el amanecer la ocultase por completo, también aquello terminaría antes de que la luz del sol asomase en el horizonte y los dos jóvenes a los que aguardaban aparecerían ante sus ojos saliendo de entre aquella columna de humo.
Al principio era difícil distinguirlos dada la falta de luz y el humo, pero conforme se acercaban las siluetas de ambos se hicieron perfectamente claras para sus compañeros y Jessica se puso en pie de un salto incapaz de esperar un segundo más. Aunque Jonathan fuese pegado a Sarah dado que esta lo sostenía en el aire la figura de su hermana era inconfundible para la joven y corrió de inmediato a esperarles dejando atrás a Atasha y a Álbert. Este último, sin embargo, no sonrió como había hecho su hermana y la propia Atasha se daría cuenta de que algo no iba bien al ver como él caminaba lentamente hacia ellos en vez de acelerar el paso.
Jess apenas les daría tiempo a ninguno de los dos para decir nada. bajó la duna a toda prisa mientras Sarah soltaba a su esposo y solo se detuvo unos segundos frente a ellos para observarle bajo la luz de las antorchas.
-¡Jonathan!.
Su grito de alegría, de cariño incontenible, rompió la noche en ese instante mientras ella corría con todas sus fuerzas hacia su hermano y lo abrazó de golpe sin pararse a pensar en nada más. Sus brazos lo apretaron fuertemente contra ella llegando casi a derribarlo y en su rostro apareció una fantástica sonrisa mezcla de alegría y alivio al sentirle de nuevo junto a ella.
-Debería darte una buena paliza por esto. –Dijo en tono burlón, sin aflojar en absoluto su abrazo. –Preocupar así a tu hermana pequeña. No se te ocurra volver a hacerme eso. ¿Entendido?.
Jessica no había hecho esta pregunta esperando una respuesta, pero el silencio que siguió a sus palabras la hizo reaccionar de una forma muy distinta. Algo no iba bien, los brazos de su hermano seguían colgando a ambos lados de su cuerpo sin que este tratase de devolverle el abrazo y su voz no le respondía con el cariño que tantas veces le había demostrado.
-¿Jonathan?. –Preguntó de nuevo levantando esta vez la cabeza para mirarle. -¿Qué ocurre?.
Pero tampoco hubo respuesta. Su hermano siguió en silencio, mirando al frente con ojos serenos pero inexpresivos sin reaccionar en absoluto a su presencia y esto la hizo estremecerse ante lo que podría significar. Sus brazos lo cogieron por los hombros sacudiéndolo suavemente como si este estuviese dormido, tratando de hacerle reaccionar mientras su voz le llamaba con desesperación, pero nada de eso funcionaba.
-¿Qué te pasa?... contesta… ¡Por favor!. –Pidió con el rostro desencajado al tiempo que se giraba hacia su amiga. –Sarah, ¿Qué le pasa?... ¿Qué sucede?.
La joven de cabellos de fuego ni siquiera levantó la cabeza para mirarla a pesar de sus preguntas. Sus ojos siguieron clavados en el suelo mientras sus manos aferraban el brazo de su esposo y solo los pequeños temblores con que los sollozos hacían vibrar su cuerpo respondieron a la pregunta de Jessica. Aunque, al ver el estado en que se encontraba su amiga y la desgarradora tristeza de aquellos ojos ahora apagados como opacas monedas de cobre viejo que le impedía incluso la liberación de derramar lágrimas, esta comprendió enseguida lo que sucedía. Y aquello la destrozó aún más por dentro de lo que lo había hecho ver así a su hermano.
-Sarah… -Murmuró sintiendo como la tristeza de su amiga la asfixiaba también a ella y caía sobre sus hombros como una pesada carga que amenazaba con hacerla caer. –Tú tampoco lo sabes… ¿Verdad?. No puedes hacer nada… como yo.
Jessica notó como aquellos ojos la miraban por un segundo al oír esto, pero aquello la hizo sentir aún peor. Su mirada era como una sombra que la ahogaba, un espejo de soledad y desesperación que aplastaba su ánimo con una gravedad terrible a la que apenas podía enfrentarse. Hasta que, pasado aquel eterno segundo, los ojos de la joven descendieron de nuevo y sus manos apretaron con fuerza el brazo de su esposo mientras ambos se ponían en marcha de nuevo.
Sarah comenzó a caminar lentamente en dirección al desierto ignorándolos a todos y Jonathan la siguió sin necesidad de que ella tirase apenas de su brazo. No como el esposo que era, sino más bien como un guardián que seguía en silencio a aquella criatura como si de alguna forma el lazo que los unía siguiese atrayéndole más allá de la cordura que su mente parecía haber perdido.
-El cristal… -Susurró en aquel instante Álbert siguiéndole con la mirada mientras ambos pasaban entre él y Atasha sin siquiera mirarlos. –Parece que todavía sigue bajo sus efectos.
-¿Qué vamos a hacer?. –Preguntó su hermana avanzando con desgana hasta colocarse a su lado y apoyándose en su hombro, sin ánimo apenas ya para sostenerse en pie por si misma. –No podemos dejarle así… tiene que haber una manera de recuperar a nuestro Jonathan.
-No lo sé. –Respondió Álbert con voz apesadumbrada al tiempo que bajaba la cabeza y rodeaba los hombros de su hermana con un brazo. –Lo siento… esta vez no sé que podemos hacer. Ha debido absorber demasiada magia del cristal negro y si ella no ha conseguido hacerle reaccionar…
-No es culpa tuya. –Lo interrumpió Jessica levantando la mirada y sacudiendo ligeramente la cabeza al escuchar el tono de su voz. –Tú no puedes saberlo siempre todo.
-Intentarlo es una de las pocas cosas que puedo hacer por vosotros. –La contrarió Álbert en el mismo tono comenzando también a caminar. –Y esta vez ni siquiera sé por donde empezar. Todo lo que está pasando me supera.
-Olvidas que te conozco. –Replicó Jessica. –Esto te afecta más de lo que me dejas ver, lo sé aunque tú te empeñes en ocultarlo para protegerme.
-Eso es lo que hace un hermano mayor… lo que debería hacer si fuese capaz.
La forma en que Álbert dijo esto último hizo que Jessica no supiese como contestarle. Su voz sonaba tranquila a pesar de todo, tan reconfortante como siempre, pero sus ojos no podían ocultar del todo lo que sentía y esta continuó su lado sin decir nada mientras los tres seguían a la pareja. No sabían que pretendía Sarah ni a dónde se dirigía, ni siquiera si tenía realmente un destino. Aunque, a decir verdad, tampoco les importaba.
Los dos hermanos estaban demasiado abatidos para seguir pensando en Agatha o cualquier otra cosa y solo tenían ánimos para caminar, para seguir a aquellas dos criaturas aferrándose al débil hilo de esperanza que todavía permitía a sus corazones confiar en que Jonathan reaccionase de un momento a otro. Y Atasha no tenía fuerzas suficientes para impedírselo.
Los joven de cabellos más oscuros todavía recordaba lo que debían hacer y lo sucedido con Néstor cuando este había intentado forzarles a ayudarle. Pero sus ojos no compartían esta preocupación, ni tampoco la de Jess por Jonathan, sino una muy distinta cuya fuente era aquel a quien amaba. Alguien a quien, desgraciadamente, en ese instante no podía ofrecerle más apoyo que el de su mano a pesar de saber lo mal que él se sentía cuando las cosas escapaban a su control.
Durante las horas siguientes ni ella ni los hermanos intercambiaron una sola palabra y los cinco siguieron con su extraño peregrinar entre las arenas. El Sol se alzaba poco a poco a sus espaldas aumentando la temperatura de aquel ardiente mar de oro y esto les afectaba cada vez más cubriendo sus cuerpos con perlas de sudor, sin embargo ni siquiera aquello afectaba a Sarah. Su paso seguía siendo tan lento y desganado como al principio, apoyándose siempre en el brazo de su esposo como si fuese a caerse de un momento a otro y con él siguiéndola tan impasible como al principio. Hasta que, al fin, alguien se cansó de observar aquella desesperada marcha sin sentido y decidió ponerle fin.
Tan misteriosamente como lo había hecho hasta entonces, la enorme sombra del dragón descendió de pronto sobre ellos y las terribles garras de la criatura se hundieron en la arena al posarse justo frente a Sarah cortándole el paso con su cuerpo. Por alguna razón aquel animal no quería que siguieran delante de aquella forma y los cubrió con la sombra de sus alas al tiempo que agachaba la cabeza para mirar por un instante a Jonathan antes de tumbarse cerrando una vez más los ojos. Sin rugidos ni nada parecido, pero con el mensaje claro de que se detuviesen. O al menos así lo entendió Sarah.
Para sorpresa de sus tres compañeros, esta se acercó al cuerpo del dragón y se arrodilló sobre la arena tirando del brazo de Jonathan. Al instante, su esposo hizo lo mismo siguiendo su petición y se sentó junto a ella apoyando la espalda en el lomo del animal aunque sin mostrar el menor cambio en la pasividad de sus ojos. Conseguido esto, Sarah lo miró a los ojos por un instante buscando algo que sabía que no vería y se deslizó suavemente entre sus brazos sentándose sobre su regazo hasta acurrucarse sobre su pecho abrazándolo con fuerza. No tenía fuerzas para nada más, solo quería dejarse envolver en sus brazos y quedarse quieta sin tener que pensar… y eso hizo.
-¿Qué le ocurre?. –Preguntó Jessica sin atreverse a acercarse a ellos. –Sarah no es así, ¿Por qué no hace nada?.
-No puede más. –Respondió Álbert dejándose caer pesadamente sobre la arena de la duna. –Ella tampoco sabe que hacer… ni como vivir sin él. Si le hubiese perdido por completo ahora estaría furiosa como antes, probablemente tanto como para destruir todo a su paso hasta dar con Agatha. Pero no ha sido así, él sigue ahí aunque no reaccione y eso le está haciendo más daño que perderle, porque lo tiene al alcance de su mano… pero no puede alcanzarle. Si Jonathan no despierta me temo que les perderemos a ambos.
-Eso no puede ser. –Negó Jess con desesperación sentándose a su lado. –Jonathan no lo permitirá, le ocurra lo que le ocurra la quiere demasiado para permitir que se deje morir entre sus brazos de esa forma. Lo sé… le conozco.
-Yo también. –Asintió Álbert bajando la cabeza. –Y por eso sé que, parezca lo que parezca… ese no es Jonathan.
-¿Entonces quien?. –Volvió a preguntar Jessica abrazando sus propias rodillas una vez más hasta apoyar su cara entre ellas sin apartar los ojos de la pareja.
-Tampoco lo sé. –Admitió con tristeza Álbert. –Y aunque lo supiese, la respuesta puede que fuese peor que la incertidumbre de no saberlo.
-Yo creo que sí lo es. –Los interrumpió de pronto Atasha rodeando el brazo de Álbert con el suyo mientras se sentaba junto a él para intentar reconfortarle –Si no fuese así no seguiría a Sarah de esa forma. Creo que lo estamos viendo todo de la forma equivocada.
-¿Qué quieres decir?. –Se sorprendió Jessica mirando en parte con cariño a su amiga al verla apoyar su hombro en el de su hermano.
-Jonathan es un demonio como Sarah aunque él no lo supiese, eso ahora está claro. –Explicó Atasha tratando de hablar lo más claro posible a pesar de la timidez de su voz. -Si eso es así, puede que simplemente vosotros nunca hayáis conocido al verdadero Jonathan, no que este no sea él.
-Eso tampoco es cierto. –La contrarió Álbert girando la cabeza hacia ella y apretando suavemente su mano entre la suya. –Solo hay un Jonathan, y ese es el esposo de Sarah, basta mirarlos para darse cuenta de que ni siquiera son capaces de seguir adelante solos. Pero sí puede que tengas algo de razón, en realidad creo que podría tratarse de una mezcla de ambas cosas.
-¿Una mezcla?. –Repitió Atasha aliviada al ver a Álbert pensar de nuevo en lugar de dejarse abatir. –Entonces… ¿Crees que no sería ninguno de los dos?.
-Algo así. –Asintió Álbert mirando de nuevo hacia los dos jóvenes y el dragón cuya ala se extendía como siempre hasta cubrirlos tanto a ellos como a Jess con su sombra. –De todas formas es difícil saberlo, las cosas parecen cada vez más complicadas.
Dicho esto, Álbert respiró profundamente cerrando los ojos por un segundo para no seguir empapándose en la tristeza que se desprendía de aquella imagen y abrió la mochila con su mano libre. Tras rebuscar un poco entre la ropa y demás cosas que el grupo guardaba allí, sus dedos dieron con lo que buscaban y sacaron el grueso libro en cuya lectura había ocupado gran parte de sus noches desde que lo habían encontrado.
-¿Vas a leerlo ahora?. –Preguntó su hermana apoyando una mejilla en sus rodillas para girar la cara hacia él.
-Lo único que podemos hacer nosotros es esperar. –Dijo este posando el libro sobre su regazo y empezando a pasar las hojas para buscar la última anotación. –Y estoy seguro de que todavía quedan algunas respuestas en este diario que podrían ayudarnos. Prefiero eso a no hacer nada.
Jess se encogió de hombros no muy animada con sus palabras y volvió la mirada una vez más hacia el dragón. Frente a ella nada había cambiado, ni siquiera la postura de aquella enorme criatura cuyos ojos parecían mirarla de vez en cuando. Por la forma en que se había tumbado sobre la arena resultaba evidente que la temperatura de esta no le afectaba en absoluto a pesar de ser ya casi medio día, cosa que sí sucedía con ella incluso a través del tejido de su falda y la hacía sudar pese a la sombra del dragón.
Precisamente debido a esto, y también por la aplastante falta de ánimo que en ese momento amortajaba su cuerpo, Jessica cogió una de las cantimploras para dejar que el agua la refrescase un poco. Nada más terminar, sin embargo, sus ojos observaron de nuevo a la pareja y esta decidió hacer también algo como su hermano por poco que fuese.
Ante las miradas un tanto sorprendidas de Atasha y de Álbert, la menor de los hermanos se acercó a los dos jóvenes con la cantimplora en la mano y se arrodilló a su lado centrando ahora su atención en su amiga. Sarah no se había movido en absoluto al sentirla acercarse y seguía con los ojos cerrados, pero ella sabía que podía escucharla y su voz pronto la llamaría de nuevo.
-Sarah… -Susurró tratando de mitigar el dolor que ella misma sentía para dar un poco de ánimo a alguien que se encontraba mucho peor que ella. –Bebe un poco, te sentirás mejor y lo necesitas.
Lejos de responder a sus palabras, Sarah siguió con los ojos cerrados y el rostro semihundido en el pecho desnudo de Jonathan como si no la escuchase. Solo sus cabellos se movieron ligeramente, aunque estos lo hicieron para rodear aún más a su esposo fundiéndolo con ella y no para responderle. Lo que, lejos de hacer desistir a Jessica, la haría insistir con más fuerza.
-¡Sarah!. –La llamó ahora con voz mucho menos suave sacudiéndola ligeramente. -¿Me escuchas?.
Los ojos de su amiga se abrieron al fin a causa de los zarandeos y esta levantaría la cabeza para mirarla. Despacio, casi sin ánimo, como si la luz le hiciese daño y el solo apartar su mejilla de la piel de su esposo la hiciese temblar.
-No responde… -Murmuró una voz casi desconocida para Jessica, tan temblorosa y vacía que no parecía corresponder con la joven a la que estaba mirando. –La he llamado sin cesar… le he ofrecido todo lo que tengo, lo que soy… pero no responde a mi llamada. Y yo no sé que hacer, no sé como hacerle volver sin ella.
-Te equivocas. –Dijo Jessica nada más escuchar esto haciendo que su amiga la mirase de pronto con sorpresa. –Ella no es quien puede recuperarle, eres tú. Me lo dijo antes de irse cuando la llamaste en la batalla. Por eso no puedes rendirte, si lo haces nunca le recuperaremos.
-¿Qué puedo hacer entonces?. –Insistió Sarah con el mismo tono de voz. –No tengo fuerzas para seguir sin él, solo quiero estar así, a su lado…
-Entonces hazlo, si eso es lo que quieres tal vez sea lo que debes hacer. –Respondió Jessica alargándole la cantimplora. –Pero no te hundas, o él desaparecerá poco a poco contigo.
Sarah dirigió sus ojos hacia la cantimplora al escuchar esto y permaneció mirándola por un instante como si dudase qué hacer. Y para alegría de su amiga, al cabo de unos segundos su mano soltaría a Jonathan para recogerla permitiendo a Jessica suspirar aliviada. No era mucho, apenas un sorbo de agua que esta dejó deslizarse por su garganta con desgana, pero al menos había conseguido que volviese a levantarse separándose por un instante de Jonathan y no se dejase caer en aquel estado de desesperación.
Lo que ninguna de las dos sabía en ese momento, sin embargo, era lo que aquel simple gesto estaba a punto de desencadenar. Al apartar su boca de la cantimplora para devolvérsela a Jess, un poco de agua cayó sobre sus labios como un diminuto rocía y una de las pequeñas gotas que lo formaban se negaría a abandonarlos. En lugar de caer al suelo como las demás, aquella diminuta perla líquida acarició el rosado tacto de ambos labios deslizándose entre ellos para dejar un débil rastro de humedad y se detuvo en su comisura retando a la gravedad a apartarla del seductor valle por el que había viajado.
Esto, por supuesto, carecía por completo de importancia para ambas jóvenes y Sarah no se molestaría ni en levantar una mano para secarla pese a notar la humedad en su cara. Pero hubo alguien que si lo notó, alguien cuyos ojos habían seguido aquella gota de agua desde el principio por los labios de Sarah y que al fin se movería por si mismo sorprendiéndola tanto a esta como a Jessica.
Antes de que su sorprendida esposa pudiese decir algo, Jonathan se inclinó hacia ella mirándola con los mismos ojos serenos e inalterables que hasta entonces, recogió suavemente aquella gota con sus propios labios rozando ligeramente el rostro de Sarah y se la devolvió depositándola con cuidado en los suyos una vez más. No hubo más contacto, tan solo un ligero roce para que esta cruzase de una boca a otra como un fino hilo húmedo, pero fue más que suficiente para que Sarah se estremeciese sintiendo como la familiar sensación de aquel contacto le rompía el corazón al chocar con la inexpresiva mirada de su esposo.
Aquello fue más de lo que ella podía soportar. La mezcla de sentimientos en su pecho se hizo insoportable una vez más y su mente pensó en huir de nuevo, en correr hacia algún lugar en que nadie pudiese alcanzarla como otras veces… pero no lo hizo. Dijese lo que dijese su mente, su corazón mandaba en aquel momento sobre todo su cuerpo y este le gritó todo lo contrario haciendo brotar un torrente de lágrimas que ella ya no pudo controlar por más tiempo.
Sin una sola palabra, Sarah rompió a llorar totalmente desconsolada y se abrazó a su esposo dejando que fuese su cuerpo el que suavizase los temblores de los sollozos que la sacudían ahogando su voz y su respiración. Y fue entonces, justo cuando su corazón se creía totalmente perdido y amenazaba con dejarla caer al vacío de la soledad que sus amigos no podían rellenar, cuando una de aquellas manos que su cuerpo tan bien conocía se posaría sobre su espalda devolviéndole el abrazo a través de sus cabellos.
-Jonathan…. –Sollozó ella al notar esto, apretando su cuerpo contra el suyo y pegando sus labios a su oído. -¿qué tengo que hacer?.... por favor, dímelo, dime como puedo recuperarte. Te necesito… como tú aquel día en Tírem. ¿Lo recuerdas?. No me dejes sola… no quiero estar sola… y sin ti lo estaré.
Sarah cerró los ojos al terminar estas palabras y no esperó una respuesta, tan solo que aquel abrazo no se detuviese. Pero, para sorpresa tanto de ella como de todos sus compañeros, esta vez sí la tendría. Y no sería de aquella extraña criatura a cuya voz había pedido ayuda tantas veces, sino del mismo al que estaba abrazando y cuyos ojos se llenarían también de lágrimas mostrando al fin sus emociones en forma de dos húmedas líneas en sus mejillas al tiempo que pronunciaba las mismas palabras que hacía cinco años. Las mismas que una vez habían servido para devolver la esperanza a aquella que más quería en aquel instante y que, ahora, ya no llevaban su nombre, sino el de alguien a quien su corazón necesitaba aún mas.
-Sarah… no llores, por favor, estoy bien no llores
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