Idem.
Me flipa la cantidad de peña que puede vivir sumidos en la más absoluta de las inmundicias.
En una ocasión visité un piso de estudiantes que vivían en las peores condiciones de salubridad.
Además de rotar las camas para que alguien durmiese en el colchón en el suelo, había una cacerola de la comida de la semana pasada. El cuarto de baño era de esos lugares que parecen sacados de una novela de Lovecraft.
Toda la casa tenía un intenso olor acido-avinagrado que empapaba tu pituitaria y dejaba tu sentido del olfato fuera de combate por unos días. Tu gusto también se resentía. Y así debía ser, si es que es algún momento te metías (forzadamente) un pedazo de la bazofia que aquella gente se atrevía a llamar comida.
Por supuesto, el más amplio catálogo de insectos poblaban aquella casa, recreando un hábitat inaudito incluso en los documentales más repugnantes, donde las cacerolas que cogían polvo en el salón y los tapperware fosilizados en la mesa de la cocina tenían el único objetivo de alimentar a los seres en la cumbre de la cadena alimenticia: Las cucarachas. Todo el mundo bailaba al son de ellas, que desde luego eran más en número y tenían mucho más poder que las personas. Poder de ese represivo que da el miedo. El cuarto de baño se usaba si las cucarachas había decidido que esa semana quedase libre. Las lámparas se encendían si ninguna se interponía entre tu mano y el interruptor.
En esa única ocasión que visité aquel lugar maldito, se tuvo la genial idea de apagar la luz para ver una película. Europea, por supuesto. Y no se veía porque fuese una buena película europea, sino por el simple hecho de ser europea. Fue mediocre (que no importa) pero no hubo ninguna explosión en ella. Bruce no decía ninguna frase cachonda. Cleant no mató a 40 tíos en un tiroteo. Nicolás no conducía ningún coche de lujo. Al terminar, algunas de las cucarachas se habían apuntado a la fiesta y ahora paseaban tranquilamente por el dvd, por los sofás y por el mismo suelo donde reposaba el colchón que servía de lecho al que tuvo la mala suerte de sacar la pajita más corta aquel día.
No lo olvidaré nunca.