Los insectos no me dan asco, pero tienen que estar en su habitat y ese, desde luego, no es mi domicilio.
Bicho que veo, bicho que mato. Entiendo que es una amenaza a mi soberanía cruzar mi frontera y aplico la inmediata extinción ante dicha injerencia. Arrojadme piedras, lo superaré.
Siendo sincero, sí, me dan asco los bichos. Me repugnan las cucarachas, disfruto pisándolas y acabando con su asquerosa existencia, lo se, soy un sádico. De nada. Las arañas me da un poco igual (me caen bien porque matan mosquitos) pero no me gustan las telas de araña porque son ciertamente repugnantes. Odio toparme con una sin enterarme. Es comer algodón de azúcar, pero en versión asco.
Las polillas son como bolsas de te con alas. No me gusta el te volador. No me gustan las polillas. Las mato porque aunque no hagan nada me dan muchísima grima. Verla es desear matarla ipso facto. Son más repugnantes todavía que las cucarachas que son como escarabajos cutres. Los escarabajos sí que me gustan. Son como cucarachas pero sin asco. Las hormigas tienen su punto, pero de nuevo, en su habitat, no en mi cocina. Las orugas son asquerosas, pero como son raras, son inquietantes. Las miras, las analizas y como no te vuelan a la cara, las dejas en paz.
Toda clase de insecto volador susceptible de picarme merece morir si está a distancia de combate. Avispas, perturban la paz en terrazas, muerte a las avispas. Abejas, no dan por saco, let it be....Y ahora los nominados a insectos altamente repugnantes.
Mención especial a dos insectos, probablemente los que más odio. La mosca suicida y el mosquito Batman trompetero.
1) La mosca suicida. Es esa que aunque le estés zurrando con el primer periódico-revista que veas, se la trae flojísima. Sigue a lo suyo, es decir, a molestarte. Vuela lento, como con recochineo. Le da igual vivir, morir, sólo desea volarte en la cara, pasar delante de tu TV, en definitiva: molestar.
2) El mosquito Batman trompetero. Jode que piques, pero al menos no me despiertes de madrugada volando raso cerca de mi oído interno
. Primero te anuncia su llegada, luego tratas de buscarlo infructuosamente y al final acabas durmiendo como si estuvieras al raso en el continente africano, con la sábana por encima de la cabeza. Y por la mañana, tras no haber dormido apenas, te encontrarás mogollón de picaduras que decorarán tu piel durante días y gustarás de rascar cual chimpancé en celo.