El pasado viernes escuché en la radio la historia de un futbolista brasileño, de quien según dicen Pelé era admirador:
[por Rubén Uría escribió:][por Rubén Uría]
Jugaba en el equipo del barrio de Caroaté, pero a su padre, Don Cecilio, no le hacía ninguna gracia que su hijo se pasara más tiempo marcando goles que haciendo caso a los libros. Por eso, el pequeño José Ribamar de Oliveira Solís ser castigado casi a diario. Su padre, para extirparle la fiebre por la pelota, le llamaba a capítulo y le encerraba en la sala de estar. Una vez allí, le ataba la pierna derecha a la pata de la cama y le obligaba a abrir los libros de texto. Pero como lo prohibido resulta aún más tentador, aquel castigo se convirtió en el gran secreto futbolístico de su hijo. Cada vez que el pequeño José veía cómo le ataban la pierna derecha a la mesa del salón, esperaba a que su padre abandonara la habitación. Después, hacía una pelota de papel y se la lanzaba a la zurda. Y poco a poco, con la zocata, iba ejercitando su habilidad con la siniestra. Un toque, dos toques, tres toques…hasta que la pelota de papel caía al suelo. Entonces, volvía a probar. Un toque, dos toques, tres…Al cabo de los años, aquel diestro se convirtió en un zurdo cerrado, que cuando agarraba la pelota, tenía chicle en el zapato. Don Cecilio se había empeñado en que su hijo fuera médico pero, cuando quiso darse cuenta, su vástago se había convertido en uno de los mejores extremos zurdos de Brasil. Don Cecilio perdió un médico diestro, pero Brasil ganó al mejor extremo zurdo de su historia. Fantasista de primera, su figura con el balón era la de un malabarista que devolvía el precio de la entrada. Descarado, imprevisible y felino, llegó a ser comparado en Brasil con dos iconos como Garrincha y O Rei Pelé. De hecho, su fama llegó a alcanzar cotas tan elevadas, que cientos de miles de espectadores acudían a los estadios para ver, en directo, a un zurdo que regateaba con la cintura, y que patentó un regate que pasó a la historia con el copyright de ‘El Solavanco’. Su nombre de guerra era ‘Canhoteiro’, un término que en la jerga brasileña equivale a ‘zocato’. Fue la mejor zurda de Brasil a finales de los años cincuenta.
Canhoteiro comenzó su carrera en Paysandu, donde pronto despuntó como extremo, hasta el punto de que el Sao Paolo decidió hacerle una prueba como futbolista profesional. Sólo necesitó un par de internadas para demostrar toda la clase que su zurda atesoraba. Cuentan que en aquella prueba, el entrenador de Sao Paolo escogió a un defensa durísimo, llamado Turçao, que marcara a Canhoteiro con fiereza. Cuando acabó la prueba, el míster de Sao Paolo se acercó a Turçao y le preguntó por qué demonios no le había entrado con toda la dureza posible. Turçao se encogió de hombros, miró a su entrenador y confesó en voz alta:
- ¿Qué le voy a hacer? Es bueno y rápido. Es bueno porque me regatea con la cintura, y es rápido porque ni siquiera me ha dejado pegarle alguna patada. Que lo fichen.
Y claro, lo ficharon. En Sao Paolo, Canhoteiro no decepcionó a nadie y se convirtió en uno de los mayores ídolos del equipo. Su debut se produjo el 18 de abril de 1954 en un amistoso contra el Limoense. Fue el pistoletazo de salida para uno de los mayores talentos de toda la historia brasileña. Con la tricolor del Sao Paolo conquistó Torneo Jarrito, en México, en 1955 y la Pequeña Copa del Mundo, en Venezuela, en 1957, para después alzar el Campeonato Paulista de 1957, y coronarse como campeón del Estadual. Sus regates inverosímiles, su habilidad con la pierna izquierda y sobre todo, sus amagos con la cintura, bautizados por incluso con el Santos y el Corinthians. Pero más allá de los triunfos y los trofeos, Canhoteiro enganchaba con el pueblo. Su fútbol generoso, abierto, sin corsé, era extraordinario. Cada partido de Canhoteiro era una especie de himno a la pelota, un canto a la poesía, una irreverencia hacia los tacticistas. Jugaba para divertir, y era la alegría del pueblo. Corrían relatos de sus regates imposibles, las radios gritaban sus goles maravillosos, y los periódicos escribían sus hazañas con todo lujo de detalles. Aunque, según confesión de sus propios compañeros de vestuario, la magia de Canhoteiro, el verdadero espectáculo de aquel zurdo, llegaba antes de los partidos. Según el testimonio de sus colegas, Canhoteiro, antes de los partidos, pedía una caza de café en el vestuario. Después de haberse tomado el café, se colocaba la taza en la punta de su bota izquierda y comenzaba a darle toques como si fuera un balón, sin dejar caer la pelota al suelo. Canhoteiro, en algunas ocasiones, era capaz de darle más de quinientos toques a la taza. Sus compañeros no salían de su asombro. Fue, junto con Garrincha, uno de esos locos maravillosos que jugaban sólo por el placer de jugar. Aquella sensibilidad pegada a la línea de cal, aquella figura alegre de Canhoteiro empezó a convertirse, poco a poco, en un veneno que se había inoculado en la sangre de la torcida brasileña. Tanto, que fue el primer futbolista de la historia en conseguir tener un club de fans propio.
Fue entonces cuando la selección brasileña decidió convocarle. Con la canarinha, el talentoso Canhoteiro participó en el Sul-Americano Extra de Lima, en la Copa Osvaldo Cruz y en un amistoso preparatorio para la Copa del Mundo de 1958. Los brasileños se frotaban las manos pensando en una delantera integrada por Garrincha por la derecha y Canhoteiro por la izquierda. No fue así. Canhoteiro siempre encontró una excusa para no disputar las grandes citas con su selección. Vicente ‘El Gordo’ Feola, el técnico de la seleçao, se quedó de piedra cuando Canhoteiro le expuso que él era feliz de jugar para su país, pero que no tenía pensado salir de su patria para alejarse de su familia y de sus mujeres. Feola entendió que Canhoteiro no se tomaba su carrera en serio, y comprendió su peculiar modo de ser cuando, en plena concentración, el canhoto de Sao Paolo decidió fugarse del hotel de concentración para irse a tocar con un grupo en un club nocturno de la zona. Canhoteiro se marchó hasta la fiesta del club privado, y allí obsequió al público durante un buen rato, en el que estuvo tocando el violón, uno de sus grandes obvies. Aquella noche, el seleccionador brasileño, Vicente Feola, se enteró de la fuga de Canhoteiro, y decidió ir a buscarlo. Avisado de la presencia de Feola, el zurdo de oro improvisó sobre la marcha. Sobronó al portero de la sala de fiestas y le compró su gabardina primero, y su gorra de plato después. Cuando el seleccionador Feola entró en el garito, buscó a Canhoteiro por todo el local, pero no lo encontró.Entonces, el ‘Gordo’ Feola se volvió al portero del local, que era Canhoteiro disfrazado, y le preguntó:
- Soy el seleccionador nacional. ¿Ha visto esta noche a Canhoteiro por aquí?
El zocato de Brasil bajó la cabeza, escondió su mirada y farfulló:
- No, no estuvo. - contestó Canhoteiro- Hace mucho tiempo que no viene por aquí.
Cuentan que Vicente Feola nunca se enteró de aquel engaño hasta pasados unos años, y quizá por eso el seleccionador, ante la inminencia de la Copa del Mundo en Suecia, decidió apostar por Canhoteiro como extremo izquierdo de Brasil. Fue entonces cuando Canhoteiro dejó de lado las excusas, su vida alegre, sus bromas y su bohemia, para confesar a su entrenador por qué no podía asistir al Mundial. Debajo de aquel carácter bohemio de Canhoteiro subyacía su pánico a los aviones. El zurdo del Sao Paolo tenía aerofobia, y ese fue el principal motivo de que terminara por no ser convocado para el Mundial de Suecia, en 1958. Allí, en lugar de Canhoteiro, que se quedó en tierra, brilló con luz propia otra estrella brasileña. La estrella de Edson Arantes do Nascimento. Un jovencito de apenas 17 primaveras que fue la estrella del torneo y que, después de aquel campeonato, pasaría a ser conocido como ‘Pelé’.
A pesar de que aquel ‘no’ a Brasil le había costado la fama mundial, Canhoteiro siguió a lo suyo. Siguió jugando por placer, por diversión, por rebeldía. Continuó siendo uno de los talentos más destacados de la liga brasileña y fue, junto a Garrincha y Pelé, la única estrella capaz de llenar los estadios. Sólo la presencia de Canhoteiro en el once era suficiente reclamo como para que el Sao Paolo colocara el cartel de ‘no hay billetes’ en Morumbi. Así fue de 1959 a 1963, hasta que dos lesiones graves le hicieron pasar por sendas intervenciones quirúrgicas. En esos quirófanos, la zocata de Canhoteiro fue perdiendo, poco a poco, la magia. Llegó a fichar por dos equipos de Mexico, el Deportivo Nacional y el Toluca, pero no tuvo demasiado éxito. Después regresó a Brasil, para pasar por Nacional, y acabó sus días como futbolista de elite en el modestísimo Saad, conjunto en el que colgó las botas, con 33 años. Sólo once después, con 42 años, moriría de un ataque al corazón. Fue el final de la historia de Canhoteiro, un nombre propio de la historia sagrada del pueblo brasileño. Con Canhoteiro, Don Cecilio perdió un doctor diestro, pero Brasil ganó un extremo zurdo.
Impresionante lo de la taza, y una pena su miedo a volar, aunque quizás de no haber sido por eso Pelé no habría sido el que fue.
La pena es que no hay manera de encontrar un vídeo.
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. Me he ahorrado una lista de espera de 5 temporadas, no hay nada como tener un poquito de enchufe y apuntarse a una peña maridista. 
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